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En amoroso recuerdo de Fiori

El mundo de la cultura en Colombia se viste de luto con la triste noticia del fallecimiento del destacado periodista y gestor cultural Heriberto Fiorillo.
Heriberto Fiorillo: murió el periodista y gestor cultural del Caribe
Foto: Colprensa
Jaime Monsalve

El viaje definitivo de Heriberto Fiorillo, periodista de ley, gestor cultural y amigo, en la noche del 29 de mayo pasado, supone un duro golpe para la cultura del gran Caribe y, por contera, para Colombia y Latinoamérica entera. Ni qué decir para sus amigos, unidos hoy en un dolor indescriptible que se entremezcla con esos recuerdos que son regalos de la vida.

Creador del Carnaval Internacional de las Artes, acucioso investigador de la vida de grandes figuras de la literatura, las artes plásticas y la música de su región de origen y maestro de reconocidos representantes del periodismo nacional, a sus 71 años dejó el mundo, en su casa, rodeado de su familia, después de pasar por importantes quebrantos de salud. Desde antes de ese trascender, su gente cercana le fue enviando, uno a uno, cariñosos mensajes de despedida que recibió en su lecho de enfermo. Quedaba claro que el balance no podía ser mejor. Qué más quisiera uno que irse arropado con todo ese cariño. Una vida en la que sembrar y cosechar amistades fue un oficio abnegado, no pudo haber sido sino una vida bien llevada.

Decía el músico Al Escobar, justamente en alguna edición del Carnaval de las Artes: “Yo soy colombiano, pero nací en Barranquilla, que no es lo mismo”. Recordaba el propio Fiori, como era llamado, que no sólo había nacido allí, sino específicamente en la calle 59 con Líbano, “a dos cuadras de La Cueva, por donde pasaba de la mano de mi padre, para ir a los dobles del cinema San Jorge, en el mismo barrio Boston”. Esa exposición directa a una tradición cinematográfica tan variada, entre el western, el filme de autor y las mamboletas mexicanas, al lado de los centenares de volúmenes leídos y los años luz de música disfrutada, forjaron los intereses de quien desde antes de sus 20 sería un reportero de olfato privilegiado, cuidadosa pluma y altísima sensibilidad.

No son pocos los periodistas que hoy, sin la presencia tutelar de Fiori, se sienten huérfanos, desde esas dos o tres generaciones que se criaron a su amparo mientras se desempeñaba como jefe de redacción en alguno de los periódicos o noticieros de TV de los que fue cabeza, hasta aquellos que han podido gozar de su obra y sentirla como un gran conglomerado de datos, sabiduría y pasión que les interpela a la distancia.

Desde un principio, sus ánimos de comerse el mundo le dieron una visión cosmopolita de la vida y su devenir. Primero en Los Ángeles, donde trabajó en una famosa cadena de pollos fritos para granjearse sus estudios de periodismo; y luego Bogotá, donde los culminó. Esos destinos, junto con una Nueva York cuyos teatros, escenarios y librerías devoró de arriba abajo años después, fueron algunos de los lugares por los que trasegó, vio y dejó obra. Y, claro, Barranquilla, a donde siempre anheló volver y donde finalmente partió ayer.



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Tras sus estudios en la Universidad Javeriana, su vinculación a esos diferentes medios de comunicación le permitió aguzar su olfato y sembrar escuela, acaso sin pretenderlo. Con todo y lo importante que fue esa seguidilla de pupilos en el oficio, increíblemente no fue su mayor herencia. Su legado absoluto había de venir con la creación de la Fundación La Cueva y del Carnaval Internacional de las Artes, evento que en sus 17 ediciones ha impactado a miles de colombianos, en una oportunidad única al año, festiva y seria, desparpajada y académica, para descubrir los procesos creativos de los más destacados exponentes de diferentes disciplinas artísticas. Bajo el lema de “La reflexión como espectáculo”, el Carnaval ha tenido como eje de sus escenarios la propia casa que vio crear, reír, beber, pelear y de nuevo crear al llamado Grupo de Barranquilla, una pandilla disoluta que infinitas veces atravesó el portal de ese local coronado con un aviso que advierte: “aquí nadie tiene la razón”.

Fiori fue uno solo. Pero también y, sobre todo, fue un equipo. Su equipo. No había situación, coyuntura, encrucijada o proyecto que no consultara con Claudia Muñoz, su compañera de vida. No había viaje sin ella ni goce alguno como no fuera al amparo de su sonrisa magnífica y amorosa. La manada era complementada por los hijos, Mariangela y Emilio. Y por Leo, su otro retoño allende el Atlántico. Y por la familia enorme que fue formando, nuevamente sin ser acaso consciente de ello. Ahí están Andrés, Daniella, Milena y tantos otros que ahora mismo olvido. Perdonarán que la tristeza me obnubile.

Cada quien tendrá en el corazón al Heriberto Fiorillo que prefiera, en cualquiera de sus facetas: la de reportero, director de noticias y gestor cultural. La del versátil director capaz de pasar del argumental en su serie para cine y TV Amores ilícitos hasta el seriado documental, buscando las historias de grandes colombianos en el mundo entero, en Talentos. Quedará también en el recuerdo el cronista que contó a Leandro y a Emiliano en extensas entrevistas, el biógrafo de Raúl Gómez Jattin y el adalid del legado de Cepeda Samudio, Obregón, Fuenmayor, Figurita y los demás cofrades de la desmesura que tan bien supo describir.

En su libro “La Cueva, crónica del Grupo de Barranquilla”, Fiori parafraseaba al poeta y colega cartagenero Gustavo Tatis, quien recordaba que “el verdadero ejemplo del llamado Grupo de Barranquilla no fue otro que el de haber convertido la amistad en una forma necesaria y suprema del arte”. Heriberto Fiorillo fue, tras de cada una de sus titánicas empresas vitales, un representante mayor de esa disciplina.

Gracias por estos 10 años de ser padre y amigo, amado Fiori. Que en el otro lado podamos volver a cantar “Fantasía nocturna” como aquella tarde en el viejo San Juan.

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