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Luis Alberto Aljure Lis: Un legado que va más allá de la música

Amigo, maestro, alumno y carranguero de corazón, el legado de Luis Alberto Aljure Lis sigue presente en cada una sus interpretaciones.
 Foto: Marta Rojas
Crédito: Marta Rojas

El pasado 21 de mayo, a los 63 años de edad, murió Luis Alberto Aljure Lis, a quien la comunidad carranguera llamaba cariñosamente Guafa. Guitarrista, bandolista, constructor de instrumentos y educador, Luis Alberto tocó junto a Jorge Velosa durante más de una década, además de fundar agrupaciones emblemáticas del género como Los Chanchirientos, Los del Pueblo y Pataló. El también requintista y pedagogo Marco Villarreal -amigo, alumno y compinche de aventuras musicales- hace un recuento de la vida de Guafa, un héroe de la carranga que nos dejó prematuramente.

 

La gallina original

Por: Marco Villarreal Otero

Fue en unas fiestas de San Antonio, en Ráquira, Boyacá, donde me ‘tastasié’ por primera vez con Luis Alberto Aljure Lis, Guafa. Yo era “todo un pollito”, como me dijo al verme en ese junio de mediados de la década de 1990. Recuerdo la tremenda alegría que sentí con su saludo, al compás de una sonrisa inmensa y un abrazo apretado. Ese instante me quedó grabado como el momento en que conocí a un ídolo: uno de Los Carrangueros, del grupo de Jorge Velosa, quienes a través de su música me amamantaron desde nacido y gracias a los que me hice músico. De esa “función”, como le llamaba Guafa y demás integrantes de Los Carrangueros a las presentaciones musicales, recuerdo también la evidente y desbordante conexión escénica que había entre Guafa y Velosa. Era un permanente ‘tire la pelota’ entre canción y canción, a partir de coplas, relatos, cuentos, anécdotas, chistes y chanzas que mantenían a bailadores arrejuntados y a escuchadores, como yo, expectantes, con el corazón saltante y con el ojo brillante. 

Pasaron muchos años, yo crecí y, gracias al andar, a los acercamientos y a los ‘tastaseos’ musicales tan estrechos, tuve el privilegio de comprender de dónde venía toda esa chispa. 

Luis Alberto Aljure Lis, nacido el 15 de marzo de 1958 en la calurosa Coyaima, en el sur del departamento del Tolima, fue el hijo de doña Virginia y don Pepe, hermano de siete más y sobrino de músicos cultores del folclor tolimense. Criado entre barbacoas y parrandas, a orillas del río Saldaña, aprendió a amar y a defender como nadie la música propia. Creció escuchando de cerquita a sus tíos, el célebre dueto de Los Hermanos Lis, quienes, junto con Garzón y Collazos, Silva y Villalba, Emeterio y Felipe (Los Tolimenses), y muchos otros músicos de la talla de Cantalicio Rojas y Jorge Villamil, cultivaron la tradición musical del Tolima grande.

Pero como cuenta en algunas entrevistas, de niño, Guafa miraba con temor la posibilidad de interpretar la música tradicional. Decía que le parecía muy difícil de tocar y, claro, era razonable teniendo como referentes a los grandes artistas mencionados, que desfilaban por la sala de la casa de su abuela materna. Fue hasta su adolescencia que, por iniciativa propia y de manera autodidacta, decidió, con guitarra en mano, empezar a interpretar baladas de cantautores como Nelson Ned, Roberto Carlos y José José. Así, poco a poco se fue soltando con la guitarra y agarrándole confianza a la música, la otra ‘máma’ que había tenido desde la cuna. 

Crédito: Rosario Villareal

Foto: Rosario Villareal.

Fue el silbo de la melodía de “Ojo al toro” en boca de su padre Pepe lo que hizo que Guafa se animara a interpretar, de manera definitiva, la música tradicional que lo había arrullado desde siempre. Cuenta que don Pepe, después de silbar este conocido bambuco fiestero de Cantalicio Rojas, le dijo: ¡hágale a ver con la guitarra! A partir de ahí, y hasta el final de sus días, Guafa no dejó de sentir e interpretar, con toda la fuerza de su ser, las músicas tradicionales colombianas.

Luego, en compañía de su hermano y con algunos primos, armó diferentes combos, tocó en parrandas y se empezó a tomar cada vez más en serio la música como profesión. Fue en esos andares, hacia finales de la década de 1970, que se topó con el Grupo de Canciones Populares Nueva Cultura, un colectivo de músicos, investigadores y andadores de la cultura y las músicas tradicionales de nuestro país. Desde ese entonces y de manera definitiva se radicó en Bogotá y se unió a esta gran familia. Para Guafa, “El Nueva” fue su universidad, no sólo para el ser musical sino también para el ser político, que a la larga terminan siendo lo mismo. Con ellos, además de aprender a tocar tiple y pulirse como guitarrista, recorrió “con morral al hombro, a dedo y sin un peso” gran parte del territorio nacional. Conoció de cerca las tradiciones musicales de Santander, Boyacá, los Llanos Orientales, etc., e hizo de la creación, la interpretación, la difusión y la reflexión de las músicas nuestras, su religión.

“Señores, yo soy un hombre pobre, pero generoso.

Yo soy como el espinazo, pelao pero sabroso”.

Allí también se hizo lutier. Empezó por construir, para el grupo, instrumentos de percusión menor como quiribillos, esterillas y marranas, y poco a poco fue puliéndose e investigando hasta llegar a fabricar cordófonos como cuatros, tiples, requintos y bandolas llaneras. Fue también por la bandola llanera, instrumento que conoció en esos andares y que lo dejó “hipnotizado”, que recibió el apodo de Guafa, en alusión al joropo recio que lo desvelaba. En “El Nueva” militó durante 13 años, conviviendo a diario con los compañeros que se convirtieron en su otra familia. 

Fue a partir de estas hermandades musicales que, en 1994, aterrizó como tiplista en la célebre agrupación de Jorge Velosa y Los Carrangueros. A través de Jorge González, quien se iniciaba como requintista de la agrupación y con quien años atrás había compartido las andanzas en “El Nueva”, Guafa empezó la que sería una de sus etapas más felices como músico. Con Los Carrangueros recorrió lo que le faltaba del territorio nacional, repasó lugares visitados, pero, sobre todo, se enamoró de la carranga. Encontró en ella lo que él llamó “la alegría de la música colombiana” y “la poesía de la música campesina, puesta para mover los pies y los corazones de la gente”. Estableció una amistad entrañable con Jorge Velosa a quien consideró sin duda alguna “El último juglar de Latinoamérica”, y sí que tuvo razón. 

Crédito Marta Rojas

Foto: Marta Rojas.

Hizo parte de Velosa y Los Carrangueros durante casi 11 años, tipleando, cantando, bandoliando a raticos y siempre brillando con su inmenso carisma. Hizo parte de los trabajos discográficos ‘Revolando en cuadro’ (1994), ‘Marcando calavera’ (1996), ‘En cantos verdes’ (1998), ‘Una historia carranguera’ (2000), ‘Patiboliando’ (2002) y ‘Lero lero candelero’ (2003). Con su bagaje musical, rajaleñero, bambuquero y joropero, dejó una huella palpable en obras de Velosa como “El gallito carranguero”, “Blandito de corazón”, “El cuchumbí”, “Qué pena con mi vecina”, “El marranito”, “Sin dinero y sin calzones”, “Lero lero candelero”, “Tominejo” (de su autoría), “Donde estarán tan tán”, “Cómo le ha ido cómo le va”, “El moño de las vocales”, “Las adivinanzas del Jajajay” y “La gallina mellicera”. En esta última fue, como él decía antes de interpretarla en sus presentaciones musicales en los últimos años, “la gallina original”, refiriéndose al cacareo con el que inicia dicha obra, una de las más representativas de la última era de Jorge Velosa.

Fue tan grande el sacudón, en el buen sentido de la palabra, que le dio la carranga, que, paralelo a su trabajo con Los Carrangueros, Guafa fundó y dirigió otras agrupaciones del mismo género.  Los Chanchirientos y Pataló fueron sus proyectos bandera en donde quiso innovar en el formato instrumental, que hasta el momento no había sido modificado de manera significativa. Su aporte en ese sentido fue sobre todo en la percusión, en donde adicionó al formato clásico del género instrumentos como la batería y las congas o tumbadoras. También agregó el bajo eléctrico que ya se venía utilizando en algunas agrupaciones y que le terminó de dar el peso y la fuerza a este formato ampliado. De esta experimentación quedaron como evidencia las producciones ‘La carranga del 2000’, de Los Chanchirientos, y ‘Amores y fiestas’, de Pataló.

Posterior a su salida de Velosa y Los Carrangueros y dada su convicción de seguir con la carranga como forma de vida, Guafa armó una nueva agrupación, Los del Pueblo. Con ellos volvió al formato tradicional carranguero y tomó como punto de partida en su propuesta las composiciones de una amiga suya, Ana Yesmín Hernández, docente escolar, boyacense y carranguera de corazón. Junto con Yesmín y Ana María Ulloa en las voces principales y músicos excompañeros de proyectos anteriores, como Juan Miguel Sossa y José de los Santos Chico, Poché, en la base instrumental, se consolidaron Los del Pueblo y lanzaron el trabajo discográfico ‘De la carranga pa’l corazón’ (2004). En este álbum concreto, de 4 canciones, arregladas y producidas por Guafa, se destaca la presencia femenina en el género, que hasta el momento se había dado de manera tímida y escasa. 

De esta época, llega a mi mente otro recuerdo de lo que para mí sería el encuentro más significativo y crucial con Guafa. 

Empezaba el año 2009 y estaba yo por los lados del barrio Quiroga, en el sur de Bogotá, y, a sabiendas de que por ahí cerquita tenía su taller de construcción de instrumentos, decidí caerle de sorpresa y darle un saludito a Guafa. Recuerdo, además de la sonrisa y el abrazo apretado que en él no podían faltar, el ofrecimiento de “¿un tinto, chino?”, a lo que era imposible negarse, por más de que uno no quisiera, como sucedía casi con cualquier idea o solicitud que de su parte viniera. Charlamos de todo un poquito, me mostró los instrumentos que estaba construyendo y me habló de las ideas revolucionarias que venía desarrollando en su oficio como lutier de “los palitos” concretamente usados en la carranga. Le conté de mi fiebre actual y creciente por la música carranguera, por el requinto especialmente, y sobre mi firme deseo de dedicarme a su interpretación. Debí haber sido elocuente en mi relato y debió hacerse evidente el deseo de ser un carranguero, porque Guafa me salió al paso y me propuso que trabajáramos juntos. En otras palabras, me abrió las puertas de su grupo y de su universo como músico y como ser carranguero. 

A partir de ahí, para mí todo fue aprendizaje y crecimiento constante y certero. “El viejo sabe lo que el joven puede”, me decía. Guafa, sin ser requintista, por su bagaje y su alto rigor interpretativo, me puso a “escuchar profunda y conscientemente” las líneas melódicas del requinto en el repertorio de Velosa que yo creía conocer a fondo. A la vez tuve que aprenderme las canciones de Pataló y Los del Pueblo, obras de gran dificultad interpretativa, que, junto con muchas de Velosa, hacían parte del repertorio de la agrupación. Fue con Los del Pueblo que me consolidé como músico carranguero ‘de a de veras’. Con Guafa como mi taita en el asunto, agarré cancha en tarima y comprendí profundamente que la carranga, más que un género musical, es un modo de vivir. 

Crédito: Katalina Morales

Foto: Katalina Morales.

Después de 7 años como requintista de Los del Pueblo, en el 2016 decidí tomar otros rumbos dentro de la carranga y la música. Guafa, por su parte, continuó su labor con la agrupación y enfocó gran parte de sus energías a desarrollar conciertos y repertorios infantiles desde de la carranga. Editó y adaptó los relatos del libro infantil ‘Patas de armadillo, dientes de ratón’ (2018), publicación conjunta del Ministerio de Cultura, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y otras fundaciones. También se desempeñó como artista formador del programa CLAN de Idartes, de la Alcaldía Mayor de Bogotá, en donde continuó, como de costumbre, sembrando el amor por la música desde la carranga en jóvenes y niños.

Como conmigo, Guafa fue taita de muchos músicos, grandes artistas que hacen parte de la escena musical no solamente carranguera. Su inmenso cariño por la gente, su persistencia en los deseos, su firmeza en el pensar y su gran sensibilidad a la vida hacen de Guafa un personaje que deja un legado mayúsculo y creciente.

Me quedo con el recuerdo del último momento musical que compartimos. A finales del 2018, él, su hijo Felipe, Jorge Velosa y yo, nos reunimos en mi casa en Bogotá, en principio para escuchar sus últimas composiciones que estaba terminando de producir. Después de la atenta escucha, nos pudo la gana de musiquiar un rato, y así nos llegó la media noche entre guabinas, rumbas, uno que otro pasillo, tal cual bambuco y mucha felicidad.

Guafita nos deja un 21 de mayo, siendo viernes, en medio de un país que se arrejunta y se sacude con ímpetu, hacia el cambio que él luchó y soñó cada día de su vida.

“Allá arriba en aquel alto

Un monte quemado vi

El que lo quemó no sabe

Yo sí sé lo que perdí”. 

Christian Chami

Foto: Cristian Chamí

 

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