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Rogelio Salmona: un legado que cuestiona la arquitectura actual

La obra de Rogelio Salmona consta de un grupo de proyectos que permiten el paso del tiempo y que generan un constante llamado a la reflexión sobre la vida digna y la colectividad.
Rogelio Salmona: un legado que cuestiona la arquitectura actual
Foto: Colprensa
Diana Leal

Reconocido como uno de los arquitectos más importantes de América Latina y de Colombia, Rogelio Salmona nació en París en 1927. Cuatro años después, su familia decidió mudarse a Colombia en donde culminó su bachillerato en el Liceo Francés de Bogotá e inició sus estudios en arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia.

Este paso por la academia duró tres semestres, ya que debido a la violencia desatada en el Bogotazo en 1948 la universidad cerró temporalmente, razón por la que Salmona decidió volver a Francia para trabajar en el taller del arquitecto suizo Le Corbusier, que era reconocido por ser uno de los representantes de la arquitectura moderna, y a quien conoció en su visita a Bogotá en 1947 cuando este fue llamado por el alcalde de la época, Fernando Mazuera, para que realizara el Plan Regulador de la capital con el cual se pretendía expandir y reestructurar la ciudad.

“Rogelio se forma a través de la experiencia arquitectónica adquirida en sus viajes y sus lecturas, de su autoconstrucción, que además se vincula con personajes tan importantes como Le Corbusier y al sociólogo del arte Pierre Francastel, y vuelve a Bogotá porque elige la ciudad como su casa. Es un personaje complejo y quizá el más completo de todo el panorama de la arquitectura colombiana en toda su historia”, explica Tatiana Urrea Uyabán, arquitecta, profesora de la Universidad Nacional de Colombia y autora del libro “De la calle a la alfombra. Rogelio Salmona y las Torres del Parque en Bogotá, 1960”.

Con Le Corbusier trabajó por casi nueve años en lo que participó en grandes proyectos al tiempo que complementó su formación académica. Cuando regresó a Colombia en 1958 se vinculó nuevamente a la academia y simultáneamente inició su práctica arquitectónica realizando proyectos de vivienda individual, multifamiliar y grandes proyectos urbanos que fueron pensados en el contexto de una ciudad que se atravesaba por un importante proceso de expansión.

La década de los cincuenta en Bogotá se conoce como uno de los periodos en los que más aumentó la población. La docente Urrea explica que factores como la violencia en los campos colombianos hizo que muchas personas llegaran del campo a la ciudad en búsqueda de un espacio seguro. Así, durante este periodo la población aumentó de 700 mil habitantes a un millón 600 mil según el censo de 1964.

“Cuando él se va del país hay una política nacional que quiere modernizar su sistema de ciudades, con todo lo que ello involucra, y cuando llega en 1958 se da cuenta que han sido años en los que Bogotá, en vez de repuntar, ha rebajado sus estándares de vida, que está muy deteriorada, pero que también tiene unas grandes costuras de infraestructura que están en proceso y que hacen que la ciudad tenga esa apariencia ruinosa”, añade Urrea.

Se dice que el acelerado crecimiento de la ciudad fue una de las causas por las que se perdió el avance del plan de densificación de Le Corbusier, así mismo, se suman las imposiciones presentadas durante la dictadura militar de Rojas Pinilla de donde resultaron construcciones como el CAN. Durante esta década, también avanzaba la expansión de la ciudad hacia el norte con la Autopista Norte, que coincidió con la construcción del monumento a Los Héroes, además de la Calle 26, la inauguración del Aeropuerto El Dorado, entre otros proyectos.

“Frente a ese crecimiento hay temas como la vivienda digna, las vías, la infraestructura, que deben proveerse a las personas que llegan. Además, durante los años 60 se consolida la modernidad en América Latina, por lo que las ciudades en general se vuelven lugares para la experimentación para dar solución urgente a esos problemas con propuestas llenas de innovación, inventos técnicos y un verdadero amor por la gente”, sustenta Urrea.

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 Panorámica de la calle 26 tomada desde el occidente, a mediados de los años 50. Foto vía Facebook: Archivo de Bogotá

De la misma manera, la docente resalta que en esta época hubo de todo un grupo de profesores, urbanistas, arquitectos, economistas, politólogos, investigadores, entre otros profesionales, que salieron a formarse al exterior y que regresaron con un evidente un cambio de tendencia, “un después de Le Crobusier”, puntualiza Urrea, que hace que los arquitectos se cuestionen y replanteen sobre las verdaderas necesidades de la ciudad.

Todos estos cambios de paradigma fueron posibles porque hubo apoyo de alcaldes como Jorge Gaitán Cortés y Virgilio Barco, que coincidían con el ejercicio de una política que tenía como fin hacer progresar la ciudad, porque también habían hecho una lectura que sacó a flote necesidades concretas.

Dentro de este grupo de arquitectos destaca el maestro Salmona con los proyectos que hoy en día constituyen la genialidad de su obra, en la que destaca la noción de lugar, involucrando el contexto geográfico, político y social que tiene como propósito hacer que los habitantes se identificaran y apropiaran del espacio y la arquitectura. Siempre hubo un fuerte componente humanista en sus obras que pretendían transformar la vida de los ciudadanos.

“Yo hablé en un momento dado de una arquitectura de realidad. Una figura que se ancla en las necesidades, en los anhelos, las características históricas y geográficas de cada uno de los lugares donde se va a hacer el proyecto. Eso es absolutamente fundamental, porque si no hay un conocimiento profundo, no se logra una arquitectura que perdure”, expresaba Salmona.


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La arquitectura como una expresión cultural
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Foto: Colprensa - Edificio de Postgrados de Ciencias Humanas, Universidad Nacional

En una reseña publicada por la Fundación Rogelio Salmona, se explica que el uso de materiales de factura artesanal como el ladrillo, el hormigón y la piedra, característicos de la construcción en Colombia, son muestra de su interés por corresponder al contexto en el que se construyen sus proyectos y a la necesidad de construir edificios sólidos y perdurables.

Así mismo, en sus espacios también resalta la presencia de elementos que los complementan como la luz, la vegetación y los espejos de agua, que tienen la capacidad de emocionar y que, según explica la docente Urrea, confluyen con el aprecio, el amor y el entendimiento que él tenía por un paisaje como el de Bogotá. “Es quizá uno de los primeros arquitectos que nota que tenemos unos valores que no se observan como los cerros, las nubes, el paisaje, las plantas. Es un tema del que poco se habla, pero que tiene mucho que ver con los lugares en los que pasó su infancia donde destacan los patios como lugares para permanecer”, expresa.

Salmona logró reconocer que las ciudades tenían el poder de unir, por ende le apostó a la creación de lugares públicos y abiertos para el encuentro, de hecho, inicialmente todos sus proyectos tenían ese componente, que posibilitaba el uso común, pero en varios casos esta se convirtió en espacios privados.

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Biblioteca Virgilio Barco - Foto: biblored.gov.co

Por otro lado, más allá de lo estético y lo técnico, hay un manifiesto del que poco se habla pero que hace parte de su pensamiento: la dificultad. Urrea resalta que la complejidad de sus proyectos hace que las personas recorran el lugar y se cuestionen sobre el paso del tiempo; por su parte, la Fundación sustenta que su arquitectura no tiene una unidad obvia, sino que se despliega en secuencias de espacios sorpresivos y diferenciados donde el azar y la intuición juegan un papel preponderante. “Él decía que las buenas arquitecturas eran las que te hacían pasar más tiempo en ellas, lo que se logra no solo con la belleza que pueda haber en un espacio, sino haciéndote recorrer por caminos diferentes en un espacio que te hace pensar y tomar decisiones para llegar a distintos puntos”, explica.

Plano tras plano incrementaba la complejidad en sus obras, hay una constante evolución entre proyectos que se dan gracias las frustraciones que quedaban del proyecto anterior. Según la docente, esto se puede entender como un palimpsesto de proyectos que pretendían dar cada vez más una solución a aquellos problemas que no se pudieron solucionar en la obra anterior, siempre teniendo presente que los problemas nunca iban a dejar de existir.


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Una arquitectura que refleje los anhelos de la sociedad

Todos sus esfuerzos por hacer una arquitectura que reflejara las buenas prácticas urbanas y respondiera a las necesidades de la comunidad, porque finalmente “la arquitectura es un bien común, y todo lo que se da con ella como la historia en la que se da y el paisaje, es un recurso social y cultural que es de propiedad de la colectividad, que exige un trabajo con esa comunidad, por lo que si la colectividad considera esos bienes como un bien común, se apropia de ello y lo va a cuidar, atesorar, va a exigir su protección y eso en términos políticos es importante porque poco se nos ha enseñado a valorar lo público, por lo que parece que no es de nadie, pero es de todos. Pero también, cuando un bien se hace colectivo, la gente misma continúa con su construcción, una construcción social, eso se refleja en cómo actuamos y atesoramos ese lugar, e incluso cómo exigimos actuaciones del gobierno para su cuidado”, reflexiona la arquitecta.

Dentro de las obras más icónicas del arquitecto están la Casa de Huéspedes, en Cartagena; el Archivo General de la Nación, el edificio de Postgrados de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, la Biblioteca Pública Virgilio Barco, el Centro Cultural Gabriel García Márquez, entre otras, siendo su proyecto más destacado el Conjunto Residencial El Parque, que destaca por ser una de las obras que beneficia a más personas y que tiene que ver directamente con el “habitar una ciudad”.

Un aspecto a destacar del arquitecto es que siempre estuvo en contra de la banalización de todo tipo de comportamiento y actuación sobre la ciudad, “esto compone una reflexión muy importante porque es un permanente llamado de atención sobre los actuales arquitectos y estudiantes, y es que hay una enorme seducción de esa sociedad de consumo que produce una ciudad que no nos dice nada, que no comparte nada, que banaliza una ventana, una puerta, banaliza lo que es vivir en comunidad, porque para Salmona era imperdonable ese comportamiento de alguien con la posibilidad de crear espacios. ¿Por qué un proyecto como Torres del Parque no se replica?, ¿Cuáles son los referentes actuales en arquitectura para pensar que una ciudad como Bogotá solo se merece conjuntos cerrados detrás de rejas?, ¿Qué pasó con el concepto de ciudad abierta?”, concluye la docente.

La obra de Salmona lo hizo ser merecedor de múltiples reconocimientos a nivel nacional e internacional lo largo de su vida, dentro de los cuales se encuentran la Condecoración a las Artes y Letras, en el Grado de Oficial por el Gobierno Francés, y la Condecoración de la Orden de Boyacá en el grado de Gran Cruz, por la Presidencia de la República de Colombia, entre otros. Además, actualmente hay siete de sus obras postuladas a la Lista Indicativa de Colombia para el Patrimonio Mundial, Cultural y Natural de la UNESCO.

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