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Las heladas que impactan los cultivos en el páramo de Santurbán

Cada año nuevo, los cultivadores de cebolla y papa en Berlín sufren las consecuencias de las heladas.
Fotos: Carlos Buitrago.
Carlos Buitrago

Cada año los cultivadores de cebolla y papa, en el corregimiento de Berlín (Santander), sufren las consecuencias de las heladas inclementes que caen sobre el páramo de Santurbán y los cultivos aledaños, dañando la mayoría de las plantaciones. Lo que visualmente es un espectáculo y de a poco parece convertirse en una iniciativa novedosa de turismo liderada por los mismos campesinos, es también el infortunio para miles de ellos que ven estancada su economía.

Berlín es un corregimiento ubicado a 61 kilómetros de Bucaramanga sobre la carretera principal que conduce hacia Cúcuta, y es, al mismo tiempo, una de las puertas de entrada de propios y foráneos para recorrer a pie el páramo de Santurbán. Por cuenta de los 3.100 metros de altura a los que está ubicada esta población, los únicos cultivos viables son la cebolla y la papa. Hortaliza y tubérculo capaces de resistir las bajas temperaturas propias de ecosistemas como este, en los que se han registrado temperaturas de hasta -13 grados centígrados. 

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Aunque el frío es desgarrador en horas de la madrugada y después de las tres de la tarde, las hojas de la cebolla que sobresalen de la tierra se mantienen igual de tensas y verdes, similar a la piel de los labriegos de esta zona. “Y es que cuándo ha visto un vegetal arrugado”, exclaman ellos para dar a entender que es justamente el frío lo que los mantiene así de regios. No obstante, hay un cambio físico que, si bien el cuerpo humano lo soporta, las plantaciones no. La solidificación, en términos académicos, o las “heladas que caen cada año nuevo”, en voz de los mismos campesinos. 

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Durante los primeros días del año, después de las once de la noche y en las madrugadas el frío es tanto que cualquier recipiente con agua amanece convertido en un témpano de hielo. Incluso las mangueras a las que dentro de sus ductos les quedó algo de agua sin salir, también se convierten en varillas imposibles de descongelar hasta pasadas las 9 de la mañana, cuando el sol empieza a aparecer, si la niebla lo permite. Por esto, los cultivadores no pueden regar con agua los cultivos, para mantenerlos hidratados y las hojas se marchitan. Mientras tanto, el rocío también hace su efecto: esas pequeñas partículas de agua que se acumulan en las hojas, también se convierten en pequeños cristales y al amanecer queman las plantas. 

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Según Emiliano Salazar, campesino de Berlín e hijo de una líder cultivadora de cebolla, esta situación “afecta los cultivos hasta en un 90 %”, y advierte que muchos vecinos suyos pierden el producido. Esta razón, sumada a los escasos $500 por libra que pagan compradores e intermediarios por la cebolla, él y uno que otro campesino soltaron el azadón y ahora utilizan el páramo a su favor como destino turístico, para generar réditos propios y para los suyos, pero sobre todo, para cuidar la fábrica de agua que es el páramo en su complejidad.

En el video a continuación se muestra el contraste que genera un cambio climático agresivo, que afecta la economía primaria pero empieza a abrir las puertas del turismo en unas montañas, que como se puede apreciar en las fotos, lucen majestuosas.

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