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Martín Guerra, pescador de ilusiones en la ciénaga de Sahaya

“La ciénaga Sahaya ha sido el sustento de toda mi vida porque gracias a ella he criado a mis hijos”: Martín Guerra.

Por: Humberto Carrillo Mindiola

Martín Guerra Cameo tiene 59 años y lleva 40 de estar en el arte de la pesca. Es padre de dos hijos, vive en una pequeña casa del corregimiento de San Bernardo a orillas de la ciénaga de Sahaya, con su mujer, dos nietos y un cuñado.

Martín hace parte de las comunidades afrodescendientes en San Bernardo y Costilla, corregimientos del municipio de Pelaya, en el sur del departamento del Cesar, que derivan su sustento de la ciénaga de Sahaya, cuerpo de agua de más de 47 mil hectáreas que bordea también los municipios de La Gloria y Tamalameque.

“La ciénaga Sahaya ha sido el sustento de toda mi vida porque gracias a ella he criado a mis hijos y ahorita estoy criando a mis nietos. Vengo de sol a sol, hay días que cojo, hay días que no cojo, pero ahí estamos”, afirma mirando el horizonte bajo el sol de las tres de la tarde.

En la ciénaga ya no abundan el bocachico, la mojarra amarilla, el moncholo y la arenca como antes. Estas comunidades siguen esperando la intervención de las autoridades ambientales y agrarias para proteger este complejo hídrico del resecamiento de sus aguas y la presencia de búfalos.

“La ciénaga está bastante seca, contaminación no tiene, pero no hay nada de pescado. Ahí sale uno a pescar en el día de 6 de la mañana a 3 de la tarde y trae por ahí ocho o diez pescaditos. Es lo único que recojo”, dice Martín.

Las comunidades afrodescendientes de Pelaya fueron víctimas del conflicto armado de los últimos 25 años por la presencia de guerrillas y paramilitares. Según registros oficiales, más de 11 mil personas fueron desplazadas en esa disputa, y ahora va muy lento el proceso de restitución de tierras.

La ciénaga de Sahaya está solitaria, también la cuarentena por la pandemia del coronavirus se nota acá. “Debido a la pandemia y todo eso, nosotros como pescadores no hemos recibido ayuda de nadie, necesitamos comida, implementos para la pesca que no tenemos y también asistencia técnica para comercializar los productos”, indica el pescador.

Pero la vida sigue y Martín seguirá saliendo en su canoa y tirando la atarraya. “Soñamos con tener una vivienda digna y que por medio de la asociación de pescadores se generen proyectos que vayan encaminados al desarrollo sostenible de nuestra comunidad pesquera”.

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