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Janeth Galvis, una artista que vive a las carreras

Janeth Galvis Galvis se define como una taxista que le pone color a la vida o como una artista que vive a las carreras.

Por: Diego Suárez - Radio Nacional Bucaramanga

Corría un primero de enero. Pocos carros, personas aún de fiesta y las huellas propias de una celebración de fin de año. Era un lunes festivo y Janeth Galvis salió a trabajar en su taxi porque podría ser un buen día aprovechando que muchos de sus colegas se quedan en sus casas. Cuando recorría las calles de Piedecuesta (Santander), dos hombres que le solicitaron un servicio la amenazaron con un cuchillo. La taxista no podía creer que el año lo comenzara con un atraco.

“Cuando me pidieron la plata y me pusieron ese cuchillo en el cuello tuve que controlarme y les pregunté que por qué me querían robar, se me ocurrió decirles que yo era madre cabeza de familia y que tenía un niño especial que debía velar por él. Luego de unos minutos eternos no solo no me robaron, me pagaron la carrera y uno de ellos me pagó lo de otra carrera. Me dijo: tome porque mi hermano también tiene un niño así”, cuenta

De esta forma, hablándoles a los delincuentes, reclamándoles como una madre a sus hijos, es que Janeth se ha salvado de cuatro intentos de atraco en su vida recorriendo las calles del Área Metropolitana de Bucaramanga. “Yo soy sicóloga, loquera, anestesióloga, doy consejos a mis pasajeros y sobre todo les brindo mi amistad y siempre les sonrío”, asegura esta bumanguesa de 50 años que nunca tuvo hijos ni se casó, y que confiesa no extrañar esas etapas en la vida de una mujer. “Vivo con mi mamá, con dos gatos, dos loros y un perro, y soy feliz, muy feliz”.

Y es cierto. Aunque su vida no fue fácil, la hija mayor de doña Carmen Galvis tiene una sonrisa para cada persona. Mientras recorremos las calles de Bucaramanga no para de hablar. “No me amargo para nada, qué más le pide usted a la vida, estar bien y ser feliz. Lo único que me pone triste es no tener plata, eso me pone muy triste”, asegura mientras suelta una sonora carcajada.

Foto: Diego Suárez.

Sin embargo, en una carrera hacia su pasado, esta profesional del volante le pone freno de mano a su sonrisa. Da reversa y recuerda que al morir su padre, siendo ella una adolescente, estuvieron a punto de perder el control de ese vehículo llamado vida. Los cinco hijos quedaron solos con su mamá. Y ella tuvo que salir a vender mamones, cebolla y otros alimentos para ayudar en la casa.

Luego de ese viraje en la historia de los Galvis Galvis, a comienzos de los años 80, el destino los llevó a probar suerte con el contrabando desde Venezuela, de donde traían los productos para comercializar en las calles de Bucaramanga. “Por eso amo a Venezuela. Ese país me dio la mano, me dio de comer, me dio abrigo y en esos momentos duros me sentí apoyada por lo que en esa época brindaban nuestros vecinos. Pudimos traer productos de aseo y alimentos, que nos permitieron sobrevivir ante la falta de mi papá”, recuerda Janeth.

Se asoma el taxi en la vida de los Galvis

Con un Certificado de Depósito a Término (CDT) que les dejó su padre, la mamá de Janeth decidió arriesgarse y comprar un taxi, que sin saberlo les cambiaría la ruta que hasta ese momento recorrían. “Mi mamá fue una de las primeras taxistas en Bucaramanga y el machismo era terrible porque no aceptaban a una mujer en ese gremio hace más de 30 años. Era duro pero la necesidad de mantener el hogar y de que no nos saliéramos de nuestra ruta era haciéndole fuerza a eso”.

Con el paso de los días, Janeth, que se encargaba de los oficios del hogar y de estar pendiente de sus hermanos mientras doña Carmen luchaba para abrirse paso en el empedrado camino que le planteaban sus colegas hombres, aprendió a manejar y salió al ruedo.

Como todo taxista, tiene cientos de anécdotas para contar. Sin embargo, recuerda con especial cariño cuando una vez llevó al científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo, de quien recuerda de humildad y sencillez. “Tuve ese privilegio de compartir un rato con este señor maravilloso y muy respetuoso. Una forma de ser increíble”, sostiene entusiasmada.

No olvida tampoco las múltiples veces que transportó al reconocido exjugador argentino Roberto Pablo Janiot, el padre de la periodista Ángela Patricia Janiot, a quien llevó en varias ocasiones a sus citas médicas. El integrante del Atlético Bucaramanga en la década de los 50 y propietario del tradicional restaurante La Carreta, le dejó una gran enseñanza antes de morir de un paro cardíaco en febrero de 2015. “Me decía siempre que uno tenía que lanzarse al río porque si no, no podía atravesarlo. Así la corriente se lo lleve mándese que usted llega a la otra orilla. Me enseñó que uno debe arriesgarse si quiere conseguir algo. Eso siempre se me quedó en el corazón”, señala.

Foto: Diego Suárez.

Como no pudo ser bióloga marina ni piloto comercial, como soñaba en su juventud, es consciente de los sacrificios que genera este oficio de manejar taxi. “Yo me levanto a las 2:30 de la madrugada todos los santos días y a las 3:30 estoy saliendo para mi trabajo. Almuerzo donde unas señoras que son de El Socorro, en el barrio Caldas, que preparan una comida muy casera y retomo 20 minutos después la jornada de la tarde. Llego a la casa a las 8:00 de la noche, donde gracias a Dios mi mamá me tiene la comidita calientica”.

La pintura: pinceladas de alegría para Janeth

“Las artes plásticas son lo mejor que me ha pasado en mi vida. Amo eso con todo mi corazón. Ha sido el refugio para muchas cosas, para mi vida y para mi familia”. La voz se le corta y hace largos silencios y nuevamente a Janeth la invade la nostalgia cuando mira por el espejo retrovisor y recuerda cómo de niña hacía sus primeros trazos dibujando unos muñequitos azules que muchos niños adoraban, llamados pitufos.

Entrar a la casa de Janeth es encontrarse con una exposición de arte. Alcanzo a contar 35 cuadros colgados en las habitaciones, el garaje, la cocina, un pequeño corredor y por supuesto su estudio. En este último espacio nos concentramos un buen rato. Se observan decenas de pinceles de todas las formas y tamaños, pequeños recipientes con pintura de aceite de múltiples colores, diluyentes, paletas de mezclas, un soporte para los lienzos y un cartón que alguna vez fue blanco y ahora es un probador de colores. Todo esto sobre una mesa de madera que apenas se alcanza a ver.

Recuerda con especial afecto al maestro Segundo Agelvis, unos de los más importantes pintores paisajistas del país, que aunque nació en Cúcuta en 1899 se formó y creció como artista en Santander. “Me gusta el impresionismo, lo clásico. Eso se lo aprendí al maestro porque a mis 13 años yo iba a una casa donde él pintaba en el parque García Rovira y me dejaba entrar y yo me sentaba en una ventana a verlo pintar. Yo era feliz allá metida”.

La pintura la ha sacado de varios apuros y eso la hace amarla mucho más. “En una ocasión me metí en una deuda de seis millones de pesos y al otro día me quedé sin trabajo. Fue terrible porque me empezaron a cobrar y para mí era mucha plata. Les dije yo lo único que sé es pintar. ¿Me recibe cuadros? Y me dijeron que sí. Con esa respuesta yo pintaba y pagaba con cuadros, y volvía a pintar. Al final salí de la deuda a punta de varias obras. Por eso la pintura ha sido mi herramienta para defenderme”.

Foto: Diego Suárez.

No recuerda cuántos cuadros ha pintado. Lo que nunca olvida es que de Estados Unidos vinieron algunas personas hace unos años a Bucaramanga donde se presentó en una exposición y quedaron enamorados con unas pinturas abstractas donde plasmaba unos músicos que ni ella en medio de su optimismo natural, pensó que las iba a vender tan fácil.

“La pintura es tan subjetiva que eso es lo más lindo que tiene. Otra vez con mi mamá, que también pinta, fuimos a una feria de cuadros. Y cuando nos estábamos preparando para organizar lo que íbamos a exponer me dijo: -Eso pinte sin agüero. Yo le dije: -No señora, yo tengo que pintar bien si no, no participo. Yo terminé los míos y ella pinto unos pequeñitos de unos mamarrachos. Cuando llegamos a la exposición le compraron todos a mi mamá y yo no vendí ni uno”, recuerda entre risas.

Pinta al óleo y lo que más le gusta plasmar son flores, aunque dibuja paisajes, bodegones y rostros. Asegura que las mejores horas son en la mañana y lo puede hacer especialmente en los días cuando su taxi tiene pico y placa o los domingos si le puede robar espacio a los oficios de la casa. Cuando le pregunto cómo comercializa sus cuadros, me dice que en su carro, que se ha convertido en una maravillosa sala de ventas mientras se moviliza de un lado a otro.

En ese vehículo amarillo también guarda como un tesoro un cuaderno donde dibuja con un lapicero flores y plantas de diferentes estilos que observa mientras transita la ciudad. Pero Janeth es una caja de sorpresas. Mientras me muestra el cuaderno observo muchas palabras y frases en inglés. Orgullosa me confiesa que está aprendiendo ese idioma en sus ratos libres. “Yo más o menos sé inglés porque escucho a las personas cuando hablan, escribo palabras, y aprendo cómo se pronuncian con el traductor de google. Y practico sobre todo en las madrugadas dentro del carro.

Janeth Galvis Galvis se define como una taxista que le pone color a la vida o como una artista que vive a las carreras.

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