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La primera escala de PianoMóvil sonó en Rovira - Tolima

Acompañamos el recorrido de esta iniciativa, llevando la música hacia más zonas apartadas de Colombia.

Por: Laura Galindo M.

Si hubiera sido un día cualquiera en Rovira, un municipio a cuarenta minutos de Ibagué, Robert Lozano se habría despertado a las 6 de la mañana y habría desayunado con calma. Mirando a su esposa, borrando correos viejos del teléfono. Quizá haciendo listas mentales con las obligaciones del día.

Antes de salir, habría llenado su maleta de partituras y se habría despedido de Matías con un beso en la frente. Le habría gritado “te quiero” desde la moto y habría cogido camino.

Si hubiera sido, por ejemplo, lunes, habría llegado a clase diez minutos antes que sus estudiantes y habría esperado otros diez para comenzar. Al almuerzo, habría vuelto por más besos de su hijo y en la tarde se habría dedicado a los que aprenden piano, en la noche a la banda sinfónica y en la noche más noche a la banda fiestera.

Luego, cuando del día solo falta dormir, se habría sentado frente al computador para ser ahora alumno, para recibir clases a distancia en la Universidad Nacional de Colombia y convertirse en maestro de música.

- ¿Eso se puede? - le pregunto pensando en lo extraño de aprender solfeo por videollamada.
- ¡Claro! Con un poquito de ganas, todo se puede.

Si hoy hubiera sido un día cualquiera, ‘el profe Robert’, como le dicen aquí, estaría dictando clase en alguna escuela rural o ensayando con el grupo de flautas de la tercera edad. Dirigiendo la orquesta de cuerdas o trabajando en la afinación del trio de vientos.

Foto: Laura Galindo.

Pero hoy es jueves y el profe está en el parque. Al pueblo llegó un piano de cola y todos salieron a verlo. Uno blanco que bajaron entre varios de un camión de acarreos. Que rodearon los curiosos y ahora tocan los niños con timidez. A Rovira, Tolima, llegó PianoMóvil.

***

Para los rovirenses la historia no ha sido fácil. Hace más de 70 años les cayó la violencia bipartidista: los ataques liberales y las represiones conservadoras. La guerra por un espacio político, las tomas, los muertos y el miedo.

En 1999 les tocó la masacre. El 19 de julio, varios uniformados del Comando Conjunto Central Adán Izquierdo de las Farc entraron en el pueblo y acusaron a 4 de sus habitantes de haber estado ayudando al Bloque Tolima de las AUC.

Los golpearon, los asesinaron y colgaron sus cuerpos de un árbol. “Al que los baje, lo matamos también”, dijeron entonces.

Rovira estaba en el medio. Los paras y las Farc se peleaban una soberanía que no era de ninguno y por el camino se llevaban la tranquilidad la gente.

“Fueron años muy duros”, me dice Amparo, que ya pasó los 75, “Yo veía salir a mis hijos por la puerta y le prendía un cirio al Divino para que me los dejara volver. Gracias a Dios se acabó todo eso”, cuenta.

Que el Estado no mira mucho para acá, me dice Jaminson el de balneareo. Que seguimos sin agua potable, se queja Manolito el de la casa de banquetes. Que este es un pueblo cafetero y el café ya no renta porque la gasolina y los fertilizantes están por las nubes, me explica Augusto Moreno.

Pero que desde hace más de 10 años, Rovira es territorio de paz, me dice Yoanny Vivas, el alcalde.

“En eso nos hemos concentrado. A veces nos reclaman que no se ven las obras, que no hemos construido nada. Entonces, yo les digo: mire la escuela de música, mire los niños, mire que estamos aprendiendo a vivir tranquilos”, señala.

***

PianoMóvil es un sueño contagioso que empezó hace ocho años con Diego Franco y el dibujo de un camión cargando un piano por Colombia para dar conciertos. Un sueño al que se han ido sumando voluntarios colombianos, franceses y de otras nacionalidades. Pedagogos, instrumentistas, artistas plásticos, periodistas y tantos enamorados que ya es difícil contarlos.

- A veces pienso: “¿Yo por qué hago eso?” - me dice Franco entre risas, cuando se acaba el día y le ganan el hambre y el cansancio. Cuando hace cuentas y descubre que lleva meses trabajando más de 12 horas diarias, durmiendo poco y haciendo malabares con el tiempo y la plata.

Y entonces, me río con él y me acuerdo de esa noche en Sucre en la que se bajó llorando del escenario después de tocar para un publico empapado por la lluvia. Conmovido por los aplausos, por las vivas y por la música.

Me acuerdo de Natalia, la niña de 11 años que llegó sola desde Sincelejo para escucharlo y de los hermanos Oñate que tocaron vallenatos con él.

Y entonces, entiendo. Entiendo que la música redime, transforma y sana. Que es ese pase mágico que compone lo roto y ese consuelo que buscan los descreídos.

Entiendo por qué lo hace, por qué lo hacen todos. Por qué comen de afán y se obligan a cumplir ensayos maratónicos. Por qué se embarcan en viajes de once horas y cruzan el país en dos días para dar un concierto.

Entonces, entiendo y me dejo contagiar.

***

- Otra vez - pide Larry - Otra vez desde la estrofa.

Son tres: un saxofón, un clarinete y un trombón. A la cuenta de cuatro vuelven a empezar. La pi-ra-gua, la pi-ra-gua. Pero pasa de nuevo.

Cuando llega la estrofa, el temible mi-mi-la-la del saxofón y el turno de que los abuelos cuenten su historia, la música se transforma en una retahíla confusa de sonidos encontrados, de tiempos que se tambalean y notas que se ahogan.

Foto: Laura Galindo.

Es que no me la sé bien - se excusa el saxo -, hasta ahora la estamos estudiando con el profe Robert.

A pocos metros, Michelle se para muy recta y alista el arco de su violín. “Con la mano suelta, pero también firme”, le indica Nicolás Forero, uno de los pedagogos de PianoMóvil.

Dos puertas más allá, un grupo de niños juega a ser notas musicales y en el segundo piso, los que ya pisan la adolescencia, marcan ritmos de 4/4 con las palmas. La Casa de la Cultura está llena de música.

Foto: Laura Galindo.

Un par de horas más tarde, Diego Franco se sienta al piano. Al parque principal le han puesto luces verdes y azules, cabinas de sonido y carpas para la lluvia. Los rovirenses han ido llegado por turnos y ya no quedan sillas disponibles.

De las manos de Franco se materializa el ‘Andantino cantabile’ de un preludio de César Franck y el sonido amplificado de las primeras frases se queda en el aire.

En una de las carpas del fondo, el profe Robert susurra las últimas instrucciones a sus estudiantes. Afina las guitarras, los tiples y los requintos del grupo del cuerdas y espera con paciencia que llegue su turno.

Entre el público están Larry y Michell, Manolito el de la casa de banquetes y Yoanni el alcalde. Hay un piano de cola en el pueblo y todos han venido a verlo. A Rovira llegó PianoMóvil.

Foto: Laura Galindo.

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