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Memorias de Álvaro Díaz Manrique, un rockero muy rolo: tercera parte

Las memorias de Álvaro Díaz Manrique, es la memoria viva de los albores de nuestro rock.

En los dos episodios anteriores, Álvaro Díaz Manrique recordó la fulgurante visita de Bill Haley al Teatro Colombia de Bogotá, evocó sus días adolescentes en las barras del centro y nos contó los eventos que precedieron a la fundación de Los Young Beats junto a Roberto Fiorilli. En la tercera parte de estas memorias descubriremos su faceta como promotor de discos y conciertos al aire libre, así como sus inicios en la radiodifusión.

La suya es la memoria viva de los albores de nuestro rock.

Aquí desde la Madre Tierra

Entre 1967 y comienzos de 1969, alterné la música con mi trabajo en seguros. Para ese entonces ya tenía dos hijas lo que representaba más responsabilidades económicas. La radio me ofreció la oportunidad de seguir involucrado con la música sin que demandara todo mi tiempo. Edgar Restrepo Caro me invitó a colaborar en El Señor Disco, su programa diario que salía a las 13.30 horas por la emisora Nuevo Mundo de Caracol. Mientras Edgar informaba las novedades del mundo rockero, yo presentaba y comentaba un par de discos.

En esa misma emisora, en el espacio ‘Temas y Propuestas’, dirigido por el periodista Jorge Rincón, que pasaba todos los domingos entre las siete y las ocho de la mañana, me invitaron a comentar películas y compartir algo de latin jazz y bossa nova. Por mi parte, tomé la iniciativa y de alguna manera puse a disposición de las bandas emergentes el espacio radial pues solía hacerles pequeñas entrevistas. También acompañé a Doña Alicia de Rojas, directora de un magazine que salía los sábados en la tarde Radio Continental de Todelar. Allí mi línea fue la nueva ola argentina de la que recuerdo, especialmente, a Billy Cafaro, un ídolo que precedió a Sandro.

El contacto con el mundo radial, además del aprendizaje y la experiencia, abrió algunas puertas que, un par de años más tarde, ayudaron a crear Zodiaco Discos.

A finales de los sesenta, luego del auge de las discotecas, los medios olvidaron al rock. Gran parte de los lugares en los que tocaban las bandas regresaron a sus orígenes y volvieron a ser los grilles con orquesta y música tropical. Algunas pocas agrupaciones, que luchaban a brazo partido por sobrevivir, tocaban en los intermedios y fueron baluartes para que el rock no se perdiera en el olvido. Empezaron a presentarse los fines de semana en los teatros de la ciudad, pero eso ya es parte de otra historia. Desde la radio me mantuve en contacto con el movimiento y con aquellas escasas presentaciones

Hablaba de la creación de Zodiaco Discos, una verdadera aventura de fe y confianza. Me remonto a finales de 1968 cuando conversábamos con Roberto Fiorilli acerca del mal momento que estaba viviendo el rock en la ciudad y de la idea que estaban fraguando Edgar Restrepo Caro y Humberto Monroy. A él le sonaba, tanto como a mí, eso de abrir una tienda de discos en un local ubicado en el Pasaje de la Calle 60. Para ese momento, el edificio que se convertiría en un emblema de la juventud rockera bogotana, empezaba a ganar notoriedad con la apertura de almacenes regentados por gentes de pelo largo. Aquellos a los que un par de años antes les llamaban cocacolos, ahora se habían convertido en hippies. Bueno, esos eran los adjetivos que la prensa y la opinión general les endilgaba a las mujeres y hombres que estaban retando las normas establecidas.

Foto: Cortesía Günter Schumacher.

Coincidió esa coyuntura con que la compañía Seguros Bolívar –donde trabajé seriamente durante siete años- me hizo una buena oferta de compra sobre la cartera de seguros que había acumulado en todo ese tiempo. Además, me indemnizaron. Así que sin pensarlo mucho, y de manera irresponsable, me uní a la causa y abrimos el almacén.

Si bien la idea no parecía tan rentable, el hecho de tener acceso a la radio y producir programas propios, nos daba cierta libertad de promoción dentro de las grandes cadenas del momento: Todelar, RCN y Caracol. Ese fue el resultado de la convencida labor años atrás: nos permitió funcionar de manera independiente en su interior. Nunca nadie cuestionó ese recurso, pues nosotros teníamos información y discografía que ellos –los grandes emporios- no poseían.

El asunto de Zodiaco Discos era sencillo: promocionar los discos a través de los programas para luego venderlos en nuestra tienda. Gozábamos de buena audiencia y total credibilidad lo que se tradujo en que los oyentes atendían a nuestras recomendaciones. Vendíamos discos de oídas. Fue así como establecimos un contrato de palabra con la disquera Philips para distribuir exclusivamente los títulos rockeros de su catálogo. Empezamos con ‘Smash hits’, una recopilación de éxitos de Jimi Hendrix que vendimos en cómodas cuotas pagadas en pequeños abonos que los jóvenes depositaban sagradamente los sábados en el almacén. Así fue como logramos negociar el prensaje exclusivo de 500 copias que pronto se esfumaron.

Presionada especialmente por Disco Club, la disquera incumplió la palabra y el segundo lanzamiento, que fue de Led Zeppelin, también lo comercializó con los poderosos almacenes que no solo les compraban música rock, sino la de todos los otros géneros. “Gaseosa mata tinto", dicen por allí. La brillante idea dejó de serlo y la exclusividad, que era el gancho de nuestro brillante negocio, dejó de funcionar. Aunque el trabajo de difusión lo habíamos hecho a cabalidad, en términos comerciales no era para nada rentable.

¿Qué era Zodiaco Discos? Cuatro quijotes llenos de ilusiones en medio de la utopía. El local era diminuto. En sus seis metros cuadrados, apenas cabíamos nosotros, un excelente tocadiscos Garrard y unas columnas JBL que emitían un sonido impecable. Los sábados la tienda parecía ensancharse pues, no sé cómo, se acomodaban un montón de jovencitos atraídos por los coloquios eternos alrededor del rocanrol. ¡Qué bien nos sentíamos contando historias mientras poníamos música a buen volumen! Los que nos escuchaban en la radio iban a conocernos personalmente en Zodiaco. ¡Toda una soda! ¡Qué momentos aquellos!

Finalmente, Zodiaco Discos no fue un sello independiente. Fue una ilusión; una novedosa forma de vender discos y establecer amigos. Comercialmente fue un gran fracaso. De todas maneras, para la posteridad, dejamos nuestra marca impresa en el único disco de Siglo Cero.

(Foto: Siglo Cero)

En ese ejercicio de conversar y compartir con los visitantes, fui conociendo a fondo las ilusiones de los músicos y me fui convenciendo que, además de la tribuna radial –en ese momento estaba dedicado por completo a la producción de ‘Aquí desde la Madre Tierra’, en Radio Latina- un buen aporte sería la organización de conciertos. En ese empeño fueron muchos los teatros de barrio que visitamos los días sábados, canchas de micro y centros comunales haciendo escena con diferentes grupos que renacían y marcaban nuevos derroteros.

Si bien no fue el primero, si fue el más importante por el regreso a la escena de dos grandes: Humberto Monroy y Roberto Fiorilli. El 31 de mayo de 1969 en el Teatro La Comedia organizamos el Concierto de Rock Ácido Progresivo en el que debutó Siglo Cero. En una clara alusión al ácido lisérgico y a las tendencias del rock que provenían de San Francisco, este evento fue un despertar para la movida rockera de la ciudad. Me resulta inolvidable la imagen de Fernando Córdoba (ex Young Beat), quien tocó y terminó en trance, recostado sobre el amplificador, completamente ausente del lugar.

Foto: Archivo particular.

Por esos mismos días se realizó en el Parque Nacional el primer Festival de la Vida. Aunque no hice parte de la organización –que estuvo a cargo de Humberto Monroy, Édgar Restrepo y Tania Moreno-, asistí y lo promocioné con entusiasmo a través del programa ‘Aquí desde la Madre Tierra’. La semana anterior al concierto, miembros de las bandas que actuarían en el festival se dieron cita en el edificio de la calle 21 con carrera 7, donde quedaba Radio Latina. ¡Eso fue de película! La señora del ascensor no daba crédito a tanto pelo largo subiendo y bajando. Sin duda alguna ese fue el precedente más importante de los conciertos al aire libre, por la organización, la asistencia, el sonido y las bandas participantes. Siglo Cero la banda de cierre, registró en vivo su disco. Infortunadamente, por un error humano, se perdió esa histórica grabación. Tiempo después apareció Rock al Parque.

‘Aquí desde la Madre Tierra’ nació como una estrategia para promocionar ‘El Maravilloso mundo de Ingeson’ (1968), la última grabación de Los Speakers, banda a la que Roberto se había vinculado después de tocar en Time Machine. Fue él quien consiguió un espacio de dos meses en Radio Latina para promover el disco. Cuando finalizo el compromiso, Roberto me propuso hacer un programa. Me pareció una gran idea, de inmediato propuse un nombre, y así se quedó. Tal parece que para titular siempre se me han dado las cosas: Young Beats, Rock Adulto, Colinox Unidos, son otros asuntos que he ayudado a bautizar.

Si bien Roberto estuvo presente en el inicio de ‘Aquí desde la Madre Tierra’, ese fue un proyecto al cual me dediqué con ahínco y corazón durante dos años seguidos que me forjaron como comunicador de la radio. En esa pequeña emisora ubicada en los 1520 kilociclos del dial bogotano, a las seis de la tarde cada día, de lunes a viernes, al compás de “Fire”, de Arthur Brown, se escuchaba: "Aquí desde la madre tierra y desde Bogotá, punto geomagnético de la América Latina, se inicia un espacio con música y comentarios para la generación acuarial". Aunque era un programa que por su forma y contenido era más bien inusual en la programación de esa emisora, logró tener un patrocinador. Se trató de Diaferia & Cia Ltda., una importante empresa italiana de artes gráficas a la que una buena amiga, secretaria de gerencia y oyente fiel del programa, les vendió la idea de anunciar en la radio.

Desde sus comienzos, mi aventura en la radio estuvo apadrinada por Édgar Restrepo Caro, quién me llevo de la mano a compartir micrófono en Caracol y en Nueva Granada. El gesto culminante de amistad fue su invitación a la emisora más respetada del dial bogotano: la H.J.C.K. Hasta allí había llegado él gracias a que don Álvaro Castaño y doña Gloria Valencia estimaban y valoraban su trabajo. La emisora tenía una programación de altísima calidad que la hacían única e inigualable. El rock, como expresión de la cultura, fue tenido en cuenta y lo incorporaron a su programación habitual a través del espacio llamado ‘Rock Adulto’. Con toda la confianza que siempre me demostró, Édgar –su presentador- me convidó a ser su interlocutor.

Una anécdota que ratifica la confianza y el convencimiento de las altas calidades de Édgar como comunicador y como músico, fue el particular encargo que doña Gloria le hizo. La encomienda era, ni más ni menos, crear y grabar el tema principal de su programa estrella en televisión: ‘Naturalia’. Mi querido amigo produjo una pieza muy recordada junto a Juan Fernando Echavarría y Humberto Monroy, quienes por esos días ya estaban ocupados con la agrupación Génesis.

Foto: Cortesía Günter Schumacher.

¿Y los conciertos en los teatros? ¿Y el Festival de la Primavera? ¿Y Ancón? ¿Y Colinox Unidos, la otra utopía?

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