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Oficios en cuarentena: relatos de un vigilante

Los servicios de vigilancia y seguridad privada que aglutinan a cerca de 450 mil hombres y mujeres en el país.

Por: Richard Hernández.

Hoy por primera vez por culpa del covid-19, se conmemorará en el mundo el Día del Trabajo sin las acostumbradas marchas de organizaciones sindicales. Muchos países (aparte de Alemania que sí saldrá a marchar) buscarán la forma y el ingenio de recordar a los cinco obreros que fueron asesinados en 1886 en Chicago (Estados Unidos) cuando exigían una jornada laboral de 8 horas.

También el 1 de mayo es una ocasión para homenajear a aquellas personas de diferentes profesiones y oficios que se encuentran trabajando poniendo en riesgo sus vidas, mientras una gran parte de la población se encuentra en una etapa de confinamiento por el coronavirus.

Andrés Pertuz es un vigilante de 34 años oriundo del municipio de Pivijay (Magdalena) quien llegó con sus dos hermanos hace 12 años a la capital del país buscando mejores oportunidades. Él y su hermano mayor lograron entrar a trabajar en el servicio de vigilancia, mientras su otro hermano consiguió un empleo manejando una retroexcavadora.

“Dejar a mi familia y a mi pueblo fue lo más duro que me dio cuando me viene para Bogotá. Al llegar a esta ciudad era Navidad y no aguanté las ganas de llorar porque allá somos muy unidos. Pero por buscar otros rumbos me tocó emigrar”, comenta Pertuz.

Al comienzo Pertuz realizaba turnos de 24 horas. Luego, para tener una mejor posición laboral, logró sacar la libreta militar que le permitió entrar a la empresa en donde actualmente trabaja en turnos de 12 horas. El oficio de vigilante requiere de mucho sacrificio ya que los celadores tienen que trabajar los domingos, festivos, en Semana Santa y el 24 y 31 de diciembre.

Cuando el turno es en el día, Pertuz sale a las cinco de la mañana en bicicleta de su casa ubicada en el barrio San Carlos de la localidad de Suba. Después de pedalear por unos treinta minutos por una gran avenida llega al conjunto residencial donde lo espera su compañero para entregarle el turno.

“La gente cree que este es un trabajo fácil y es todo lo contrario porque se maneja un estrés constante. Tenemos que tratar con el genio de los residentes. Hay gente que no nos habla y hasta nos regañan, pero hay otras que nos tratan muy bien. Además, las puertas de entrada para la gente y los carros son manuales y nos toca estar parándonos cada rato” afirma Pertuz.

Los servicios de vigilancia y seguridad privada que aglutinan a cerca de 450 mil hombres y mujeres en el país siguieron operando durante el aislamiento por la importante labor que prestan a la sociedad.

Además, estas empresas cumplen un papel adicional para evitar la propagación del covid-19, ya que son los celadores los que tienen que reportar a las autoridades sanitarias de la cuarentena preventiva que deben tener las personas que han dado positivo desde sus hogares.

“A pesar del riesgo de contagio, a mí me tocó trabajar más que todo por obligación, porque si no lo hago no como. Ninguno de nuestros compañeros renunció por la misma situación. Lo que más nos duele es que no hubo ni un gesto de agradecimiento por parte de la empresa, ni siquiera hicieron caso de la propuesta que le hicimos de trabajar 24 horas para descansar un día” asegura Pertuz.

En cambio, por parte de la mayoría de los residentes del edificio, Andrés y sus compañeros recibieron felicitaciones y halagos. También algunos propietarios les dieron consejos de cómo protegerse. Asimismo, han sido muy colaboradores con las medidas de protección y el aislamiento preventivo, evitando salir del conjunto lo menos posible.

“La mejor manera para evitar el contagio es autoprotegerse porque, aunque la empresa nos manda un tapabocas y unos guantes cada semana, no me parece suficiente. Por eso yo mismo compro esos implementos. La situación es preocupante porque yo soy el que más sale de la casa, manejo personal y no sé quién pueda tener el virus. El temor más grande es contagiar a mis dos hijos y a mi esposa” asevera Pertuz.

La pandemia le ha permitido a Perlutz dedicarle más tiempo a la familia, la cual está compuesta por su esposa costeña y sus dos niños, uno de 8 y otro de 4 años, ambos nacidos en Bogotá. También reconoce que gracias a su trabajo de vigilante ha podido sostener a su familia. Lo único que lamenta es que no haya podido estudiar debido a los horarios.

“Lo más difícil de esta pandemia es cuando regreso a la casa y no puedo abrazar y besar a mis hijos. Al principio fue duro, pero cuando les explicamos que era para protegerlos y evitar el contagio lo entendieron. A veces están con el afán de querer ir al parque porque ellos son felices brincando en el pasto, pero les hablamos enseguida y se calman” señala Pertuz.

Una compañera inseparable para él cuando está en el turno de la noche es la música: “nosotros los costeños somos crossover. Yo escucho vallenato, salsa ranchera, merengue de todo, porque hay una música para escuchar y otra música para bailar. Me hace mucha falta las fiestas patronales que hacen en mi pueblo y las corralejas. Es muy diferente estar en una ciudad tan grande como Bogotá” comenta Pertuz.

La mayoría de celadores que trabajan en Bogotá viene de diferentes partes del país. Hay algunos que les toca atravesar la ciudad de sur a norte en buses, colectivos incómodos o en Transmilenio, en recorridos que pueden durar hasta dos horas para llegar a sus puestos de trabajo. Muchos de ellos conservan sus tradiciones para no perder sus raíces.

“Nosotros cocinamos comida costeña como el hígado y la carne que acompañamos con bollo de yuca, que yo a veces preparó. Me toca envolverlo con hojas de tusa porque por acá no se consigue la hoja de palma africana. En Semana Santa preparamos muchos dulces, como el dulce de papa y el jueves y viernes santo comernos pescado guisado acompañado de arroz con coco”, dice Pertuz.

Cuando los celadores tienen vacaciones cada año, algunos aprovechan para ir a su pueblo a visitar a sus familiares. Los que no pueden hacerlo porque los ahorros no les alcanzan, se dedican a dormir largas horas y compartir con su familia o amigos en esos días de descanso.

“Cuando tengo la oportunidad de ir a mi pueblo, aprovecho para estar con mi mamá y mi papá en la finca en donde ellos viven y siento una gran tranquilidad. Como le decía me gusta la música, tomarme unas cervecitas, pero ya casi no parrandeo. Más bien me encanta estar con mis padres y comer cosas ricas como, gallina, pato, bocachico, sábalo y arroz con coco. Hacemos mucha comida cuando yo voy por allá” dice Pertuz.

El pasado 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud anunciaba la pandemia por el coronavirus. Nadie hubiera imaginado que un virus que se generó en China logrará aislar a más de 3.000 millones de personas en todo el mundo y que pudiera matar a tantas personas. El covid-19 nos ha cambiado la vida y nos puesto a reflexionar sobre muchas cosas.

“Esta pandemia me ha hecho estar más unido en familia y no vivir de vanidades comprando lo más caro. Uno se preocupa por otras cosas y no por el bienestar de uno ni el de los hijos. Es difícil vivir en una sociedad en donde hay algunas personas que no se protegen sin ser conscientes de que si le pasa a uno nos va a pasar a todos” comenta Pertuz.

A las principales ciudades del país llega personas de todos los rincones de Colombia buscando un mejor futuro. A muchas de ellas les toca emplearse en oficios muy pesados y sacrificados: obreros de construcción, celadores, aseadoras, repartidores y conductores entre otros.

El covid-19 ha sacado a millones de estos trabajadores del anonimato. Son los olvidados a que gran parte de la sociedad ignoraba. Ahora se han convertido en héroes para que una parte de la economía siga funcionando durante esta crisis mundial.

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