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Escribientes tributarios, un oficio que lucha por sobrevivir

La invención de nuevas tecnologías está acabando con los escribientes a máquina, que por años realizaron trámites administrativos para cientos de ciudadanos.

Por: Richard Hernández González.

Bogotá en los últimos cincuenta años ha sufrido grandes transformaciones a nivel arquitectónico, económico y social. Estos cambios han hecho que diferentes oficios con el tiempo hayan desparecido. Labores como la de los ascensoristas, operadoras telefónicas, acomodadores de salas de cine y carteros, entre otros.

Una labor que aún lucha por sobrevivir es la de los escribientes tributarios, los cuales tuvieron gran protagonismo en la capital colombiana, en la década de los setenta y ochenta.

Hernando Enciso es uno de ellos, quien todavía trabaja en la calle 32, con carrera 13, cerca al Ministerio de Salud y Protección Social.

“Yo soy asesor tributario de profesión desde el año de 1972. En aquella época la gente hacía cola para que les elaboráramos la declaración de renta. Todo el mundo estaba obligado a declarar, hasta los trabajadores independientes, tanto por servicios, honorarios y comisiones. Por eso en esta cuadra, de la calle 33 a la 32, se agrupaban unos 150 escribientes, pero ahora solo trabajamos dos personas”, señala Hernando.

Foto: Miguel Esteban Herrera.

Mientras contempla su vieja máquina Brother, recuerda como había trabajo para todos:

“Ganábamos lo suficiente para sostener la familia, para darles educación, para uno mantenerse. Los sitios en donde laborábamos era en: San Agustín, cerca al ministerio de Hacienda, en la calle decima con calle sexta; la Feria de Exposición, en la temporada del vencimiento de las declaraciones de renta; Catastro, en la carrera treinta con calle 26 y acá en la 32, en donde quedaba el Ministerio de Trabajo”.

“Teníamos el Sindicato Nacional de Escribientes Públicos, SINEP, este agrupaba a unos cuatrocientos miembros, con esta organización lográbamos que nos pararan bolas, pero desafortunadamente el sindicato se acabó de la misma forma que se terminó el trabajo, por la tecnología”, asegura Enciso con un poco de nostalgia.

Asimismo, Enciso cuenta orgulloso que, para ser escribiente tributario, tenían que hacer un curso cada año, dictado por la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN), este debía ser aprobarlo para ejercer el trabajo en la calle y “cualquiera no podía venirse con una maquina a trabajar por estos lados”.

Uno de los secretos para ser un buen escribiente era “aprenderse el teclado de memoria para escribir rápido, eso sí, teniendo una buena ortografía y redacción”.

Foto: Miguel Esteban Herrera.

En catastro se encuentra otro escribiente de aquella época, se trata de Jorge Caicedo Alarcón, quien lleva 32 años como asesor tributario en ese lugar.

“Aquí fui aprendiendo día a día los mecanismos que utiliza la administración en cuanto a impuestos y demás documentación. Todos los trámites relacionados con la DIAN, Cámara de Comercio e impuestos distritales”.

Luego de que don Jorge le entrega a un cliente un derecho de petición, continúa hablando sobre aquellos tiempos.

“Hubo una buena época, ganábamos buen dinero, era cuando se inició el autoavalúo, trabajábamos hasta los sábados y domingos, de día y noche con velas y linternas porque era una novedad los grandes formatos para declarar y al contribuyente se le dificultaba llenarlos y recurría a nosotros”.

Como si se tratara de volver al pasado y regresar, Jorge habla sobre las máquinas de escribir que utilizaba:

“La que más recuerdo es una Remington que hasta la mandé cromar y la tengo como museo en mi casa, esa es la que más me prestó ayuda durante este tiempo. Tengo una Royal, pero esas dos, las tengo como reliquias”.

“La verdad es que se consiguen muy contados en las papelerías de barrio. Como las cintas que es lo esencial en esta labor. El borrador es el que uno utilizaba en el colegio y el papel carbón también en las papelerías, lo venden por unidad, así se facilitan las cosas, cuando me equivoco corrijo a punta de borrado o cambiando el formato porque no hay de otra”, comenta con seguridad al referirse sobre sus implementos de trabajo.

Acerca de la era digital Caicedo señala que el internet ha afectado notablemente su trabajo. Ahora todo es más fácil y los contribuyentes que tiene alguna duda pueden consultar entrando directamente a la página web de las entidades, ahí encuentran toda la información para la elaboración de papeles.

Antes de atender a una señora que se le acerca para hacerle un memorial, Caicedo vaticina lo que será la suerte de su labor como escribiente tributario:

“Yo creo que este oficio va a desaparecer dentro de muy poco tiempo, por la facilidad que entrega el Estado y la administración al contribuyente para agilizarle las cosas, a través de los medios digitales, nos van a hacer desaparecer”.

En el parque Bolivia, en la calle sexta con carrera décima en San Agustín, a unas dos cuadras del Ministerio de Hacienda y Crédito Público, también lucha por permanecer en este oficio, Gaspar, antiguo miembro del sindicato, SINEP.

“Yo me inicie en el oficio de escribiente tributario en 1985, precisamente cuando fue la toma del Palacio de Justicia. Antiguamente en este parque se encontraban más de cincuenta kioscos para hacer las declaraciones de rentas y otros papeles, hoy solo trabajamos tres personas. Había gran demanda porque la clave de este trabajo era conocer bien las normas del Ministerio de Hacienda”, señala Gaspar.

Foto: Miguel Esteban Herrera.

Gaspar, a quien le gusta que la gente lo conozca únicamente por su nombre y no por su apellido, instala su antigua maquina Remington, en el marco de una ventana de un viejo edificio, que pronto será demolido.

Le gusta escribir de pie, mientras sus pocos clientes se sientan en una vieja silla para esperar el documento que él diestramente ejecuta en su querida máquina.

Sobre su oficio dice “Lo más importante es hacer el trabajo con amor, eso sí, hay que tener una buena ortografía y leer mucho. Además, durante todos estos años uno aprende algo de derecho, para hacer memoriales, contratos de trabajo, arriendos, peticiones y hasta minutas”.

A media cuadra de su sitio de trabajo, Gaspar señala la entrada del antiguo teatro Ayacucho, que desde hace muchos años está convertido en un gran local donde funcionan varias tipografías y mientras observa dice “Esa sala de cine tuvo un gran auge en los años setenta, como muchas otras salas de cine que también han desparecido. En cambio, nosotros los escribientes hemos quedados congelados en el tiempo”.}

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