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La ‘Llorona loca’ de Tamalameque, entre presagios y parrandas

Por: Andrés Llamas Nova“Mis tías abuelas, unas ancianas de una longevidad enorme, que murieron ya hace tiempo, contaban que desde siempre sus abuelos y sus ancestros narraban esa leyenda. Decían que era presagio de pestes, de muertes, de pérdida de cultivos, de inundaciones del río cuando escuchaban los llantos…”, afirmó el escritor, docente y gestor cultural, Diógenes Armando Pino Dávila, tan tamalamequero como el cuento de la ‘Llorona loca’ al que hace referencia.

Por: Andrés Llamas Nova

“Mis tías abuelas, unas ancianas de una longevidad enorme, que murieron ya hace tiempo, contaban que desde siempre sus abuelos y sus ancestros narraban esa leyenda. Decían que era presagio de pestes, de muertes, de pérdida de cultivos, de inundaciones del río cuando escuchaban los llantos…”, afirmó el escritor, docente y gestor cultural, Diógenes Armando Pino Dávila, tan tamalamequero como el cuento de la ‘Llorona loca’ al que hace referencia.

Así lo creyeron durante mucho tiempo en el pueblo San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Cesar, que hoy es un municipio ubicado en la margen derecha del río Magdalena. Pero llegó José Benito Barros en una noche de parranda con el trío de guitarras de Los Pantoja y le dio el toque que necesitaba la leyenda para que se la pudieran bailar en Latinoamérica. Del horror producido por los alaridos de ultratumba pasamos, gracias al compositor banqueño, al jolgorio.

“Es la historia de una ‘niña bien’ que se enamora y en una noche de amor se le entrega a su novio. Él la embaraza. Cuando ella le cuenta que está embarazada el tipo se escurre el bulto, se va del pueblo y la deja burlada, engañada”, contó el profesor Pino Dávila, al recordar la tradición oral.

Lo que pasó, según las lenguas tamalamequeras, es que ella, temerosa de una sociedad chapada a la antigua, que fustigaba a las madres solteras, decidió consultar a una matrona para darle otra vía a su destino, y prepararon un brebaje. La joven encinta lo bebió, se fue hacia el caño Tagoto y cometió el crimen en sus orillas. La criatura fue arrastrada por la corriente, pero la culpa hizo volver a la muchacha que, al no hallar a su hijo, se lanzó también a las aguas torrentosas y murió.

“De ahí, cuenta la leyenda, sale llorando en las noches hacia las calles de Tamalameque, preguntando por su hijo. Esa es la versión más poética que conozco”, concluyó el escritor Pino Dávila.

“Aquí la han visto”, dicen en una esquina de la calle El Colorado. Y es que, si ella caminara por los callejones de este pueblo de 476 años de fundado, lo haría desde la oscuridad del caño Tagoto, pasando por la calle La mochila, luego por el centro del poblado, pasando por el callejón El peligro, cruzando la calle Amazonas, hasta devolverse por la calle Flores de sabana, la calle central, El Colorado y de allí directo hasta devolverse a las corrientes del caño. Con esa travesía quedaría mudo el pueblo que, ante los gritos de dolor, más de acá que del ‘más allá’, cierra puertas y ventanas.

A José Benito le pareció otra cosa y dejó para la posteridad una versión más pintoresca y festiva de esa historia popular de campesinos y pescadores. “En una calle de Tamalameque dicen que sale una llorona loca. Que sale por aquí, que sale por allá, con un tabaco prendido en la boca… A mí me salió una noche, una noche en carnaval, que meneaba la cintura como iguana en un matorral. Le dije pare un momento…”. Así dice un fragmento de la letra de la canción, conocida por las voces de Juan Piña, Checo Acosta, Jorge Oñate, Tony Camargo, la mexicana y roquera versión de Los Gliders, y hasta en el cine, en la banda sonora (Little Joe & The Latinaires) del filme Nacho Libre, protagonizado por Jack Black.

Una noche, en medio de una parranda con Los Pantoja, al maestro Barros se le ocurrió rendir homenaje a la tradición oral de esos pueblos de la ribera. Decidió que tal historia de espanto y de malos augurios se podía convertir en la melodía y letra que alegra hoy a los parranderos.

Justo por estas épocas parece haber salido a llorar por esas calles del Cesar, pues una peste nos acompaña desde entonces, y a pesar de esto no hay parranda que haga falta.

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