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La resistencia de los indígenas Zenú en Santander

Por: Angélica Blanco. Radio Nacional de Colombia Santander.

Por: Angélica Blanco. Radio Nacional de Colombia Santander.

A esta población la guerra los ha perseguido siempre. Desde la conquista española a la fecha han perdido más de 69 mil hectáreas de tierra. Su lengua tradicional –la guajiba o guamacó– desapareció y hoy solo hablan español y muchos de estos indígenas viven lejos de sus cabildos por temor a morir. Éste es el caso de 103 familias que llegaron hasta Santander huyendo del conflicto armado que se vivió y se vive aún en Sucre y Córdoba, las tierras que los vieron nacer.

Cuenta la historia que los indígenas Zenú llegaron al mundo sumergidos entre los valles de los ríos Sinú y Cauca, por eso su nombre y de ahí sus costumbres de sembrar maíz, ahuyama, yuca, frijoles, ñames criollos y explotar la rica variedad de palmas y bejucos con los que hacen sus artesanías y construyen sus viviendas a orillas de estos afluentes desde la época prehispánica.

Pese a que fueron los creadores del sombrero vueltiao, una de las piezas artesanales más representativas de Colombia ante en el mundo, el cacique Gilden Velásquez, mientras me enseña los sombreros que ha tejido durante este mes con la fibra de la caña flecha –la cual cultivaban sus ancestros en los patios de sus casas–, asegura que el Gobierno se olvidó de su existencia.

Él vive desde hace ocho años en Barrancabermeja. Su alma es la de un líder desde que tiene memoria y por eso lo han amenazado en más de cinco ocasiones. Actualmente su casa, hoy hecha de tablas y no de palma de vino, como en la que vivió su tatarabuelo y el resto de la familia Velásquez, está ubicada en la comuna tres de Barrancabermeja.

Los predios pertenecen a Fertilizantes Colombianos S.A. (Ferticol), empresa mixta que agoniza en Santander porque desde febrero de 2017 las plantas están apagadas, directivos adeudan una millonaria suma de salarios a sus empleados, más de 100 pensionados no reciben mesadas desde finales de 2015, según cifras oficiales se necesitarían más de 40 mil millones de pesos para salvar la organización, y gran parte de sus predios están invadidos por estos indígenas que llegaron hasta el Magdalena Medio santandereano siendo víctimas del conflicto armado que ha desangrado al país por generaciones.

Son las 9:00 de la mañana. Acabo de llegar a la que llaman la capital petrolera de Colombia y la sexta ciudad más calurosa del país: Barrancabermeja. Hace unos minutos me recogió una camioneta blindada negra, luego de un viaje de dos horas y media que inició en Bucaramanga y terminará en la comuna donde viven los indígenas Zenú. Conducen los dos escoltas del cacique Gilden Velásquez, a quien cuidan luego de ser víctima de un atentado con arma de fuego en contra de él y los integrantes de su familia hace seis meses.

Allí, con presupuestos de 2 millones de pesos, se levantaron 103 casas de madera que se cubren de la lluvia y del sol con un montón de tejas de zinc, lo que hace que en horas de la tarde el calor se sienta más fuerte. Hoy la sensación térmica es de unos 36 grados centígrados. Ya pasó casi una hora y al recorrer el resguardo se cuentan tres salones en los que hacen actividades para los niños que no han conocido el cabildo mayor, ubicado en Córdoba, a más de 15 horas de camino, porque “a duras penas tenemos para sobrevivir”. Solo tres personas han sido indemnizadas por la Unidad de Víctimas.

"Todos hemos perdido a familiares por el conflicto y lo más triste es que acá la tierra no es fértil, no se da nada, lo único que podemos hacer es trabajar en cosas ajenas a nuestras tradiciones. La guerra nos desplazó y nos mandó a un lugar totalmente distinto al nuestro”, cuenta Velásquez, mientras saluda a Beatriz Alemán Parra, gobernadora Zenú, que fue una de las primeras en llegar a este lugar"

Foto: Angélica Blanco. Radio Nacional de Colombia Santander.

–¿Por qué paralizaron las operaciones en Ferticol?– le pregunto a la mujer morena que también ha sido amenazada y es una de las voceras más activas de los zenúes en el nororiente del país.

—Un día se quedaron sin para pagar los servicios, después empezaron a echar trabajadores y se deterioró todo– responde Alemán Parra – y gran parte de lo que nos pasa, o sea las amenazas, la inseguridad, los robos, ataques y todas esas cosas, es porque mucha gente aún busca robarse todo el cableado de esta planta eléctrica y las pocas latas que aún le quedan– responde el cacique Wilder.

Al caminar hasta la casa de este hombre que viste de verde y que tiene las manos grandes, propias de un alfarero: “Aprendí de mi abuelo. Es una lástima que ya casi nadie sepa de alfarería, es una de nuestras virtudes y poco a poco a los jóvenes indígenas ya no les interesa aprenderlo. Así fue como se perdió nuestra lengua”, lo dice en voz alta, mirando a uno de sus hijos, como quien espera a ser escuchado.

Wilder Velázquez tiene una mirada cargada de pasado. “Fui desplazado de Momil, Córdoba –municipio situado al norte del territorio nacional–. Por allá los paramilitares y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) mataron a dos tíos. Me intentaron reclutar más de tres veces y como no accedí me sacaron con amenazas, fue así como llegué hasta acá”, lo dice al señalar el casco urbano de Barrancabermeja que desde el cabildo se ve en todo su esplendor.

Lo mismo vivió Tatiana Vergara Montes. Tiene 27 años y hace dos presenció el asesinato de uno de sus hermanos. “Los responsables me amenazaron. Me dijeron que si no me iba del pueblo (San Andrés, Córdoba) me iba a morir y el miedo me ganó. Llegué a Barrancabermeja porque acá vive una señora que mi mamá conocía y me recomendó para trabajar en las labores de la casa”, relata entre lágrimas esta joven que pese a su historia sonríe y sueña con algún día regresar a su hogar, bailar fandango en las fiestas navideñas y presenciar la anhelada paz en su región.

Hoy espera recibir ayuda por parte de autoridades, pide al Gobierno Nacional hacer respetar y proteger no solo a esta comunidad indígena, sino a todas las de Colombia, a Ferticol no cumplir con el anunciado desalojo que no deja dormir a estos indígenas desde hace más de tres meses.

Foto: Angélica Blanco. Radio Nacional de Colombia Santander.

La gobernadora Beatriz Alemán afirma: “Hemos hablado con todos: alcaldía de Barrancabermeja, Unidad de Víctimas, organizaciones de derechos humanos y hasta a la gobernación de Santander para que nos reubiquen. Pero hasta ahora no nos ayudan y acá cada día corremos más peligro”.

Según Wilfran Cadena Granado, de la Corporación Regional para la Defensa de los Derechos Humanos (Credhos): “en esta zona –la comuna tres– efectivamente existen grupos emergentes del paramilitarismo que aún se disputan el territorio por el poder del microtráfico. Somos una ciudad receptora de población desplazada y no vemos soluciones. En los últimos años son muchas las familias que están desprotegidas y siguen siendo víctimas de un conflicto que no pidieron” concluye.

Mientras converso con un funcionario de la dirección de Ferticol y me da detalles sobre el posible desalojo “que sí se hará y está en manos de las autoridades porque ellos invadieron tierras privadas”, como lo dice, “solo queda esperar cómo y cuándo se hará”. Sin embargo, según Édgar Andrés Fandiño, secretario del Interior a nivel departamental, “la administración ya inició todo un plan para atender la situación. Estamos mirando el tema con diferentes instituciones, buscando que la Procuraduría, Defensoría y la Alcaldía también se vinculen, por eso estamos programando próximas visitas para acercarnos a ellos y a una pronta solución”.

Por ahora, desde allí, donde el polvo de la carretera se levanta porque ya no hay vía pavimentada en esta zona de Barrancabermeja, el cacique, la gobernadora y sus más de 103 familias de vecinos y amigos indígenas siguen solicitando ayuda, porque por varias décadas ni en su tierra ni en ajena han descansado en paz.

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