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La crisis alimentaria durante la independencia

Sin algo tan básico como la alimentación, ni próceres, ni batallas habrían ocurrido.

Por: Javier Hernández

La alimentación durante la independencia se ha estudiado profusamente en varios libros y ensayos, enfocándose principalmente en el tipo de comida que se consumía en la cotidianeidad y en las áreas urbanas.

La forma de adquirir la comida no ha sido un tema prioritario a la hora de estudiar ese periodo de nuestra historia. Próceres, batallas, la política y la religión siempre han llevado la delantera a la hora de ser analizadas por los historiadores. No obstante, sin algo tan básico como la alimentación, ni próceres, ni batallas habrían ocurrido.

Este artículo gira en torno a las dificultades que presentaba la obtención de alimentos hace 200 años durante el desarrollo de la guerra de independencia. Es un corto relato que analiza las condiciones en el área urbana y rural en ese contexto de economía de guerra, donde los alimentos más esenciales son los que más tienden a necesitarse y a escasear.

El hecho de alimentar más gente de lo que generalmente se puede, en un determinado sitio, generó una crisis dentro del sistema imperante en aquel entonces. La guerra tocó a todos los sectores de la sociedad, de una u otra forma, y la alimentación era uno de los más sensibles.

Entre ricos y pobres

Para la investigadora Cecilia Restrepo Manrique, en su relato dedicado a la comida durante la independencia “…a pesar de la guerra existe una importante oferta de productos importados para las familias pudientes, mientras que la dieta de los pobres no sufría cambios importantes” de lo que daba la tierra.

Pero por supuesto la guerra de independencia modificó muchas costumbres que afectaron la alimentación, incluso entre los más pudientes. Campos asolados y escasez de mano de obra masculina a causa de reclutamientos masivos, hicieron que la producción agrícola (base de la alimentación en la Nueva Granada) bajara y muchos productos dejaran de circular de las áreas rurales a las urbanas.

No es que se hayan producido grandes hambrunas, pero si un aumento de precios que hacía que productos antes fáciles de conseguir, ahora no estuvieran en la mesa.

La alimentación de los soldados patriotas

Si la situación era complicada para los civiles en ciudades y pueblos, las condiciones de las tropas del ejército patriota eran aún más precarias. Una gran preocupación que expresaron los comandantes de las fuerzas a través de su correspondencia era las dificultades existentes para obtener alimento para las tropas.

Por supuesto estos ejércitos no tenían las mismas facilidades de los actuales, donde cada soldado lleva su ración de comida especial y balanceada para proporcionar los nutrientes esenciales para las circunstancias del combate. No, los soldados debían alimentarse con lo que pudieran obtener de su entorno. Si no había comida, la alternativa más simple era desertar.

“La consecución de alimento se entorpecía muchas veces por las dificultades en el campo de batalla, por las inclemencias del tiempo y por los robos –del enemigo-, de los suministros de la tropa. Los soldados tenían derecho a una ración diaria de una libra de carne, una de pan y cuatro de ron o guarapo cuando lo hubiera”, explicó Restrepo Manrique.

La escena más común era ver a miles de hombres caminando por horas a través de grandes extensiones de tierra, parando para alimentarse especialmente del ganado vacuno en aquellos terrenos donde sus propietarios tenían reses o cualquier alimento vegetal. Ahora, no es que los soldados se dedicaran al robo de ganado para alimentarse.

En su libro 'El Régimen de Santander en la Gran Colombia', David Bushnell describe que los comandantes de los regimientos confiscaban los animales y expedían una especie de bono de deuda con el nuevo Estado por la apropiación de estos productos.

Las marchas podían parar a razón de la falta de alimentos y uno de los grandes temores de los comandantes era la deserción por hambre. En junio de 1819, antes de llevar a cabo el ascenso al Páramo de Pisba, Santander expresaba a Bolívar en una carta referenciada por Restrepo Manrique: “Hoy no comerá esta división y quién sabe si sucederá mañana lo mismo; así, he determinado hacer alto aquí, donde siquiera se encuentran plátanos, hasta que tengamos ganado necesario para la marcha…”.

A esto también hay que añadirle el hecho de que, ante la cercanía del ejército libertador, muchos campesinos naturalmente huían de sus propiedades, con sus pertenencias y producto de su trabajo, para evitar que estas fueran confiscadas. Y no es que esto fuera traición a la causa de la libertad, sino más bien la reacción natural ante el hecho de ver su capital tomado en su totalidad a cambio de un pedazo de papel sin una validez segura.

¿Cómo se alimentaba el ejército realista?

Ahora, si bien la situación en los campos era compleja, la presencia de los ejércitos realistas en las áreas urbanas de las ciudades también generaba unas condiciones difíciles. En su libro '1819', Daniel Gutierrez Ardila describe lo complicado de la situación de tener cerca al ejército realista.

Para poner un ejemplo, en el caso del actual departamento de Boyacá - donde se desarrolló la etapa definitiva de la campaña libertadora -, poblaciones como Tunja, Paipa o Sogamoso, fueron el sitio de acuartelamiento de las tropas del rey, a la espera de los combates venideros de julio y agosto de 1819. Sus habitantes debían solventar las necesidades de alimentación de las tropas.

Aquí por supuesto circulaba el dinero del gobierno español y de alguna forma se lograba el intercambio de víveres a cambio de moneda. La comida iba principalmente para las tropas, lo que producía la necesaria escasez de comida para los habitantes del centro urbano. La economía se afectaba fuertemente. Los precios estaban por las nubes.

Tras la independencia

Si bien tras la Batalla del Puente de Boyacá se terminó el dominio español sobre buena parte de la Nueva Granada, la situación alimentaria no cambió inmediatamente. El naciente Estado debía sostener una guerra que se prolongaría hasta 1824.

Llegaron nuevos impuestos y la exigencia alimentaria era superior, pero la gente no se moría de hambre. Había que mejorar eso si las condiciones del campo, una política que se fue aplicando de manera lenta a medida que se acrecentaba el otro problema que sería la constante hasta la actualidad: la posesión de la tierra.

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