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La vida de un héroe contra el ébola en Sierra Leona

La revista Time reveló el miércoles su esperada portada de diciembre con el nombramiento del personaje del año: los profesionales que luchan contra el ébola en África Occidental. Señal Radio Colombia dialogó con uno de ellos: Miguel Lupiz, enfermero de la organización Médicos sin Fronteras (MSF) en Bo, Sierra Leona.

Miguel empezó su camino con Médicos sin Fronteras hace dos años y lleva un mes en la segunda ciudad más importante de uno de los países africanos más afectados por el virus del ébola. Llegó allí para atender la “brutal emergencia” que representa esta enfermedad. “Fue imposible decir que no”, asegura el enfermero.

El miedo impera no sólo entre el personal sanitario nacional y extranjero, está extendido a la población y la única garantía para los voluntarios que viajan a atender la epidemia son los rigurosos protocolos de seguridad que no les permiten tener ningún tipo de contacto físico. No hay abrazos, no hay besos, ni un simple saludo de mano.

Por esta razón y por la dureza de la tragedia que genera el ébola en miles de personas, las condiciones emocionales de las misiones médicas no son fáciles. La preparación psicológica y técnica de MSF se hace en Amsterdam o Bruselas. Aún así, “los primeros días son muy duros”.

Los trajes especiales para atender a los pacientes de ébola generan altísimas temperaturas para quienes los portan, que deben consumir al menos 5 litros de agua diarios para combatir el cansancio y la deshidratación.

Miguel asegura que las condiciones para los habitantes de Sierra Leona tampoco son fáciles. El acceso a la salud, cuenta el enfermero, sólo está garantizada para los menores de cinco años y las mujeres embarazadas, los demás dependen de su capacidad de pago.

Este trabajador médico cree que, aunque la lucha contra el ébola pudo haber comenzado de manera más temprana, la respuesta tardía a la epidemia se debe a que en un principio se creyó que era otro brote como los anteriores del virus, de características terribles pero no de tanta magnitud en el número de contagiados.

En su experiencia en el terreno, lo más gratificante para Miguel es poder devolver a sus hogares a los pacientes recuperados. “El momento más feliz lo vivo todos los días cuando las personas se recuperan y organizamos la fiesta para que regresen a sus casas. Es fantástico. La gente baila. Las chicas y los chicos que sólo te habían visto los ojos al interior del traje, al final los puedes saludar, te miran la cara y te agradecen. Es maravilloso”.

Pero también está la otra cara de la misión, la de la muerte: “El momento más triste creo que ha sido ayer. Una chica de 25 años murió y yo no me lo esperaba. Es una enfermedad maldita. Era una chica que tenía hemorragias serias pero parecía haber mejorado y empezaba a sonreir, a tomar agua, a comer algo, pero murió y me partió el corazón".
Por Juliana Cañaveral

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