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Ovidio Granados, 50 años haciendo magia con los acordeones

Este artesano de acordeones, de oído acucioso, caminar y hablar pausado es Ovidio Enrique Granados Durán.

Por: Liliana Vanegas Romero. Radio Nacional de Colombia Cesar

En la tierra de la música vallenata hay un oficio que muy pocas personas realizan: ser técnico de acordeones. De los pocos que se desenvuelven en este arte de encontrar el tono perfecto, hay uno considerado un juglar. Hijo y nieto de músico, padre de una dinastía de reyes y a sus 78 años quiere que las nuevas generaciones se animen y aprendan a arreglar este instrumento, que en estos tiempos de cuarentena fue silenciado.

Este artesano de acordeones, de oído acucioso, caminar y hablar pausado es Ovidio Enrique Granados Durán. Conversar con él es evocar décadas de parrandas, paseos, correrías musicales y triunfos festivaleros, no en vano su hermano y dos de sus doce hijos se han coronado reyes en el Festival de la Leyenda Vallenata.

“Yo paso estos días de cuarentena sin poder salir a ver a mis hijos, pero me la paso aquí en mi taller, en el patio de mi casa”, cuenta el maestro Granados quien señala su amplio y fresco kiosko que desde hace 50 años es su sitio de trabajo en el barrio Los Caciques, en Valledupar.

Foto: Liliana Vanegas.

“Vea tengo esta grabadora que va a penar, está conmigo hace años y no la suelto; me acompaña hasta para tocar el acordeón y arreglar lo que me traen, o ajustar los de mis hijos o mis nietos”, relata mientras señala el aparato de música que reposa sobre su escritorio de madera, con tres gavetas sobre donde reposan fuelles, tornillos, destornilladores, afinadores y retazos de acordeones.

Sentado en su mecedora, con una pantaloneta gris, chancletas de cuero y camiseta, señala el radio mientras se escucha:

Voy navegando por este mundo sin rumbo fijo
a ver si encuentro el barco pirata dónde se fue
Si no le encuentro yo me convierto en un submarino
Y hasta en el mismo fondo del mar yo la buscaré…

“Vea esa canción la tengo fresquita en mi pecho, en 1982 Diomedes (Díaz) me llamó para que le tocara el acordeón, yo ya estaba en los Playoneros, pero esos tres discos fueron los mejores y ese que se oye es mi favorito, Diana”, cuenta mientras tararea y sonríe, tal vez acordándose de las anécdotas infaltables en las parrandas vallenatas en las que él participó o de sus toques.

Entre diálogos, este hombre que nació en octubre de 1941 en Mariangola, corregimiento del norte de Valledupar, cuenta que aprendió a tocar acordeón viendo, de la misma manera en que se preparó para arreglarlos.

Foto: Liliana Vanegas.

“Solo, a mi nadie me dijo, yo veía cuando mi papá iba para que le afinaran el acordeón, yo me escondía y veía como Ismael Rudas arreglaba y yo miraba, así mismo aprendí a tocarlo”. Recuerda que el primer acordeón se lo regaló su tío con el consentimiento de su mamá, a escondidas de su papá, quien a pesar de ser músico no quería que le siguieran los pasos.

“Yo estaba pelao’ en Caracolicito, tenía ocho años y ya tocaba acordeón, más grandecito, de 15 animaba fiestas, de día y de noche tocaba, y al día siguiente los arreglaba, así fue que empecé este arte que no es para todo el mundo”, cuenta mientras agarra un acordeón que es de uno de sus nietos, no recuerda de cuál de todos.

Don Villo, como le gusta que lo llamen, ama la fiesta más grande de Colombia, el Festival de la Leyenda Vallenata y no es para menos, es la época en que su taller es paso obligado de músicos de muchas latitudes que lo buscan para que les ajuste o arregle sus instrumentos. Y aunque la pandemia por el coronavirus aplazó la fiesta que desde hace 52 años despide al mes de abril, este artesano de los fuelles se enorgullece de haber hecho historia en la mítica plaza Alfonso López

“Yo extraño mucho el festival, me da guayabo, mire que en 1968 en el primer Festival me enfrenté con el negro Alejandro Durán y quedamos empatados” dice con orgullo, en realidad obtuvo el segundo lugar en esa fiesta que por primera vez congregaba público en la plaza Alfonso López, insistió en 1975 y en 1983, quedando siempre detrás del ganador, se cansó de ser el segundo y no se presentó más. Pero sus hijos sí, dos de ellos Hugo Carlos y Juan José, alcanzaron ser monarcas del acordeón, al igual que su hermano Almes.

Foto: Liliana Vanegas.

Sabe que es el mejor en su arte, su profesionalismo lo llevó lejos, “A mí me llevó la Honer a Alemania y la pasé sabroso, no gasté ni los zapatos, a más nadie han invitado gratis a esa fábrica, es la más grande del mundo”, dijo mientras agrega que allá conoció a varios expertos en arreglar acordeones, pero tal vez no tengan la misma rapidez ni tampoco la honradez que lo caracterizan a él.

Sabe que arreglar acordeones es un oficio que muy pocos se están dedicando, por eso invita que se animen a querer aprender, así como lo hizo él. “Por ajustar y dejar bien arreglado, eso es caro, bueno depende, a uno le pueden pagar hasta 300 mil pesos, este trabajo no es fácil, a mí me ha ido bien, hasta acordeones nuevos me han regalado, de gente que sale agradecida de aquí”, cuenta con alegría este genio del instrumento.

Y así, entre fuelles, lengüetas, pitos y tuercas, transcurren los días de este maestro, quien aprovecha la cuarentena para hacer lo que más le gusta: tocar acordeón y arreglar cuando la nota no sale bien. Desea que las nuevas generaciones se apasionen del arte de reparar el elemento protagonista de los aires puya, paseo, merengue y son, esos que este año no sonaron en abril.

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