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Afromúsica, el bullenrap de Libertad

Un grupo de jóvenes y niños de los Montes de María, a punta de tamboras, llamador, alegre, maracas y su cantaora, crearon el bullenrap, un ritmo que nace de su herencia africana.

Nos conocimos hace algún tiempo, estábamos de paso por su departamento y aprovechamos la oportunidad para saludarlos. Ellos habían salido del corregimiento de Libertad en el municipio de San Onofre, apenas pasadas las tres de la tarde, cuando al menos un tanto iba mermando el sol. Paso ligero por Pajonal, empalmar con la troncal del Caribe y bajar hasta San Onofre. Cuatro horas después, con las respectivas paradas, la redistribución de pasajeros y sus maletas, llegaron a Sincelejo.

Eran las siete de la noche y nosotros también estábamos llegando a la ciudad capital de Sucre, ubicamos el hotel, descargamos y rápidamente corrimos a la cita con ellos: Afromúsica. A lo lejos vimos a un grupo numeroso de jóvenes que se habían sentado en las gradas de la Plaza Majagual. Tocaban y cantaban mientras uno que otro desprevenido sucreño, les servía de público fugaz. A cada paso que dábamos, sentíamos más profundamente su energía. El retumbar de los tambores se nos metía en las venas y las maracas hacían erizar la piel. La voz de la ‘cantaora’ nos llevaba hasta las costas colombianas y el sofoco de los Montes.

Foto: Cortesía Foto Camilo Mendivelso.

Finalmente nos saludamos, su nombre es Luis Miguel Caraballo, un joven con la madurez con la que suelen partir los abuelos. Sencillamente es un gran y talentoso músico, preocupado por sus costumbres, preocupado por su ancestralidad. A su lado estaba Chabelo, como él suele presentarla “su cantaora”. Un par de tamboras, llamador, alegre y maracas, ellos eran los responsables de la pasajera algarabía que se tomaba Sincelejo. Ellos son Afromúsica, la voz del bullenrap.

Con todas las ganas de dar a conocer su hijo musical, se acomodaron. Luis Miguel se quedó de pie, tomó la vocería, presentó a la familia, a su cantaora, a los jóvenes músicos que le acompañaban y se sentó de nuevo. Hablamos largamente en presencia de un público que también se interesó por su historia, y por sus canciones relatoras de esa historia. Charlábamos un rato y tocando algo, de cuando en vez los tambores rompían el silencio y a regañadientes volvían a su rigidez. Parecía que no querían callarse, que quisieran manifestarse a 100 kilómetros de casa y regresar a continuar la tarea. Así se fueron gastando los minutos que nos permitieron comprender que lo que ellos hacen no es música, es mucho más que eso. Ejercen como restauradores, como agentes de cohesión de las tradiciones, como reconstructores del tejido social y como músicos. Canción a canción, golpe a golpe nos compartieron su relato, su vida en Libertad, en los Montes de María.

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