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Chaparral Quiere Rock, un festival con ritmo pijao

Desde los municipios de San Antonio, Ataco, Planadas, Rioblanco y la ciudad de Ibagué; llegan los amantes de estos géneros a vivir su música.

Por John Fredy Nagles

Entre bambucos y sanjuaneros, se levanta un festival que busca consolidar ritmos rockeros como una alternativa cultural para los jóvenes de un municipio que otrora fue epicentro de la guerra en el sur colombiano.

Los agudos riff de guitarra y las densas voces guturales, han conducido progresivamente a estos jóvenes de cabellos largos, camisetas negras y energía pijao a tener su propio relato de región. Y aunque aún está presente la estigmatización, hoy es más fácil mostrarse como músico y seguidor del género; pero no siempre fue así. Desde la mirada de los actores armados presentes en la región en otros años, esta música fue calificada como ‘influencia imperialista’ y como tal, no era bienvenida. Podría decirse que fue una víctima más de la violencia.

Chaparral es una tierra de contrastes musicales y culturales. Cualquiera que lo escuche podría ubicarse, sin mayores vacilaciones, en el sonido del bambuco y el sanjuanero; propios del Tolima Grande. Un municipio, cuya tradición evoca los aires de célebres maestros musicales como Arnulfo Moreno y Patrocinio Ortiz, hoy alterna su historia con la estética rítmica del rock gracias a un espacio musical llamado Festival Chaparral Quiere Rock.

“Éramos un grupo de jóvenes, pero no éramos una asociación como tal, queríamos incentivar el rock y el metal en Chaparral. Empezamos con teatro, poesía y rock; eran dos días: El primero era teatro y poesía, y en el segundo día era ya lo musical. Éramos 10 o 12, se fue reduciendo y quedamos cuatro que vivimos todavía con ese tema del festival”, contó Edward Aguiar Villanueva, uno de los fundadores de esta iniciativa.

Cultura rockera en tiempos violentos

Entre 1998 y el 2000, se vivieron momentos difíciles en esta región. Para aquellos años, en los que el canal natural profundo del Cañón de las Hermosas era el epicentro de la guerra en el sur colombiano, a quienes mostraban ciertos gustos considerados ‘no habituales’ en ese panorama, se los hacía objeto de amenazas por algunos miembros de las entonces Farc-Ep.

“Chaparral fue un escenario de mucha presencia de la guerrilla, entonces siempre fue difícil hacer algo diferente; y relacionaban el metal o el rock como una influencia del imperialismo yanqui, entonces escuchar la música causaba temor en algunos. Se escuchaba ya más en grupos pequeños y no se podía extender a toda la comunidad”, relató Aguiar Villanueva, quien vivió los tiempos en los que se debía tener bajo perfil para vivir la música.

A Gerson Sanabria Gómez, nacido y criado en la vereda El Dorado, inspección El Paraguay, municipio de Palermo, en límites con el departamento del Tolima; le tocó ocultar sus gustos musicales de adolescente para sobrevivir en el campo. “Usted temía por todo cuando era seguidor del rock en el campo. A mí me abordaron varias veces en diferentes lugares y me dijeron ‘no quiero verlo con esas mechas largas o se las corto a machete’; y era cumplir o había problemas”, explicó.

La necesidad de gestionar recursos del orden estatal para continuar con el certamen, impulsa a este grupo de jóvenes a crear la Asociación Musical Chaparral Quiere Rock – Asmucharock en 2015. Foto: Festival Chaparral Quiere Rock 2018

Un ritmo contracorriente

Y por ese antecedente histórico, resulta para muchos trascendental que se abra en Chaparral un festival para la expresión rockera. Así que a mediados de la década del 2000, Edward Aguiar, Alejandra Buitrago, William Rincón y otros nueve jóvenes empezaron a trabajar en la apertura de este espacio musical. Es por eso que en diciembre de 2011 nace la primera versión del Festival Chaparral Quiere Rock, con una música que se abre paso entre el multicolor sonido ranchero y bambuquero.

“Ese día, me acuerdo tanto que, lloviendo por las calles de Chaparral salimos con una cajita de cartón decorada con una rajita en forma de urna. Y pasábamos por el comercio pidiendo colaboración para el festival, y el que quería iba metiendo ahí dinero. No recogimos mucho, recogimos más en donaciones; por lo menos, ellos nos decían ‘dinero no les damos pero les damos un refrigerio’. Recuerdo que una vez en una ferretería nos dijeron ‘pasen acá y les damos dos canastas de gaseosa’ cosas así”, recordó Alejandra Buitrago, también fundadora del Festival.

El arribo del rock en Chaparral

En medio de estas dificultades, lograron cumplir con su cometido de inaugurar la primera versión del Chaparral Quiere Rock, el cual se llevó a cabo en la sede de la Casa de la Cultura del municipio. Llegaron bandas que, hasta ese entonces, trabajaban en la consolidación de una escena rock, aún precaria, del sur tolimense. William Rincón Prada, presidente de Asmucharock y guitarrista de Destroy, la única banda de metal en Chaparral de género thrash; recuerda a las agrupaciones Mr Bufus, Kroenen, Jardin Zen y Abadoom, como las primeras en subirse a aquella tarima.

“Después de convocar a los amigos, y de tener esos dos días de teatro y poesía, nosotros tuvimos bandas como Mr Bufus que sigue activa y ha sido una de las bandas más reconocidas del ska y el reggae en Ibagué. Tuvimos en ese primer festival a Kroenen, que en Ibagué se mueve mucho; a Jardin Zen que, en su momento, fue una de las bandas más importantes de la escena e integrada por chaparralunos”, dijo William.

Pero el protagonismo total lo tuvieron los mismos jóvenes chaparralunos, quienes dejaron de lado los miedos e ignoraron los dedos estigmatizadores para empuñar sus guitarras. “Desde el primer Festival tuvimos como cuatro o cinco bandas locales. Otra fue Soberbia, Las Tres y Una Madre, Aaroth y Penumbra, […]” recordó William. “Realmente, para esa versión fue muy poco lo que se trajo de afuera”, agregó Alejandra.

La Policía Nacional tenía su propia banda de rock en Chaparral. Según Alejandra y William, integrantes de Destroy, el Festival le dio tanto impulso a los jóvenes que llevaron a los miembros de la Fuerza Pública a involucrarse en el cabeceo y el pogo. “Tuvimos el caso de unos chicos que eran policías bachilleres con un proyecto que se llamaba Green Sould, muy fusión. Los de La Policía en ese tiempo, tenían unos instrumentos y decidieron presentarse en esa versión”.

Aún hoy, pero mucho más en aquellos años, ver muchachos con “esas pintas raras” generaba asombro, curiosidad y, en algunas ocasiones, hasta miedo. Con el paso del tiempo, muchos en el municipio han cambiado su percepción. Según detalla William, el Festival logró renovar la idea que tienen muchos sobre la cultura. “Incluso los maestros de la Casa de la Cultura, el que maneja teatro por ejemplo, nos apoyaron. Tuvimos muy buena asistencia los dos días. A nosotros nos metió un empujón ni el verraco”.

Un ritmo para todo el pueblo

Sin límite de edad. Entra la abuelita con su nieto, la señora con su esposo, la de los tintos y también el perro de la vecina. Los impulsores del Festival han llevado este certamen a diversos lugares del municipio, esto ha permitido a la ciudadanía conocer el rock desde adentro, con el fin de mitigar la estigmatización social que ha existido alrededor de este género.

“Cualquiera puede entrar porque allá no se va a hacer nada malo” indica Alejandra cada vez que algún desprevenido le pregunta por los típicos mitos alrededor del metal y el rock. Desde los niños más pequeños, por lo general hijos de algunos músicos, como también personas de la tercera edad; todos con curiosidad de conocer lo que ocurre en un certamen musical de rock.

“Hemos manejado, en estas ocho versiones, la Casa de la Cultura, el Coliseo Pijao de Oro y la Sede Social y Deportiva. Hemos llegado a esos lugares teniendo en cuenta algo muy importante: que a nosotros nos interesa que el festival se haga en sitios estratégicos donde pueda pasar cualquier tipo de personas; es decir, no rock para rockeros sino rock para el pueblo”, comentó Rincón Prada.

Y no es para menos. Todos los años estos muchachos, que se muestran rudos por sus voces guturales y sus polémicas líricas de ultratumba, son los encargados de pedir sencillos juguetes para ingresar al festival y, en época decembrina, entregarlos a los niños más humildes del municipio. Esta es otra oportunidad que tiene Chaparral para que conozcan la faceta tierna de un rudo metalero.

El Rock como política pública

Con los años, la necesidad de gestionar recursos del orden estatal para continuar con el certamen, los impulsa a crear la Asociación Musical Chaparral Quiere Rock – Asmucharock en 2015. Pero ya la apuesta por seguir creciendo, proyecta metas más ambiciosas para la cultura chaparraluna. Hoy, la idea que guarda Asmucharock es institucionalizar el festival como una política pública cultural, con el propósito de garantizar un recurso económico fijo cada año.

La organización viene adelantando las gestiones para lograr que el Concejo de Chaparral, por medio de un acuerdo municipal, reconozca este espacio como un evento cultural de importancia local y, de paso, regional para la juventud. “Ya hemos tocado el tema con algunos concejales, porque eso también lleva su lobby, su verificación jurídica, y que estudien si la idea es viable o no. Si nosotros colocamos cinco millones de pesos, ellos nos pueden decir ‘no, solo tenemos tres millones’; y lo que buscamos, a fin de cuentas, es una partida presupuestal para hacer el festival los años siguientes” explicó Edward.

Tras estas anécdotas, historias y cabeceos; este grupo de jóvenes seguirán perseverando en sus sueños rockeros. Sus pasos estarán siempre ceñidos a oscuras líricas contestatarias, sucios riff de guitarra y devastadores bombos en doble pedalera. Una sombra negra que se esparció durante aquella tarde de 2011 y que hoy cumple ocho años de resistencias: Chaparral Quiere Rock será, como muchos festivales de rock, una lucha incansable contra la estigmatización, la violencia y en pro de la inclusión.

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