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Ovejas, Sucre: un pueblo que va del llanto al canto

Por: Daniela Cárdenas SeoanesDesde la esquina de la Placita de La Cruz, a media cuadra de la casa de Joche, ya se escuchan los tambores que en su patio retumban. La neblina y el ambiente gélido que dejó un tenaz aguacero sucumben ante la cadencia del bombo que marca una cumbia.A la distancia se escucha un llamador cruza’o, que hace perder el norte al resto de los músicos. Joche, sin ruborizarse, reconoce que el error obedece al nivel aprendiz de sus alumnos y me cuenta que están ensayando para irse a tarima.

Por: Daniela Cárdenas Seoanes

Desde la esquina de la Placita de La Cruz, a media cuadra de la casa de Joche, ya se escuchan los tambores que en su patio retumban. La neblina y el ambiente gélido que dejó un tenaz aguacero sucumben ante la cadencia del bombo que marca una cumbia.
A la distancia se escucha un llamador cruza’o, que hace perder el norte al resto de los músicos. Joche, sin ruborizarse, reconoce que el error obedece al nivel aprendiz de sus alumnos y me cuenta que están ensayando para irse a tarima.

Bautizado al nacer como José Ángel Álvarez, ‘Joche”, ha dedicado casi 80 años a la música de gaitas, y eso que hoy ostenta 86 años como un trofeo a la jovialidad y energía que todavía muestra al bailar, aunque sea arrastrando las guaireñas a medio calzar.

Su entrañable amigo, Rodrigo Manjarrés Ricardo, testigo de casi todos los tropeles gaiteros que se arman en la plaza principal de Ovejas por la misma vecindad que hoy mantiene con el mítico escenario, le describe con honda melancolía.

“Es un fotógrafo de tradición, muy inteligente, muy buena persona, trabajador, gaitero, muy buen amigo. Lo conozco de toda la vida, Joche Álvarez es un emblema de Ovejas”, dice Rodrigo y suelta un corta carcajada sentimental.
Si Ovejas Sucre es la universidad de la Gaita, Joche Álvarez es su máximo catedrático. Él también sufrió los embates de la guerra, pero sabe viajar del llanto al canto, a lomo de gaita.

Rebusca entre sus recuerdos, entre los cientos de canciones que los ovejeros dolidos por la guerra le han compuesto a esa infame. Empieza a tararear “Entonces, el ovejero, es sano de sentimiento…”. Se detiene, se agarra la cabeza y me pide esperar mientras viene a su prodigiosa mente el resto del verso.

“Esa bulla no me deja recordar, vámonos de aquí”, dice Joche.

Camina hacia una casa vecina a la que entra abriendo la puerta sin tocar, como si fuera una habitación más de su casa. Las mujeres en la cocina ubicada en la misma pieza de la sala, saludan sin soltar los guineos verdes que pelan con destreza para hacer los patacones de la comida.

“Entonces, el ovejero
Es sano de sentimiento
Y si dicen que tengo un fusil
Es una gaita con cinco huecos”

Canta con la sabrosura inherente a la gente de esta zona del Caribe colombiano. “Ese es el coro”, aclara.

Aunque son miles de canciones que hablan de la sanación de las heridas de guerra que marcaron a Ovejas, Joche prefiere otro tipo de temáticas. Advierte que sus preferidas son las que hablan de la fauna. De hecho, Joche ideó ‘La guacharaca’, famosa en los certámenes gaiteros por su melodía y letra.

“Cantaba la guacharaca
Arriba del camajón (bis)
El Juan Polo está en su casa
El Juan Polo vive solo
Se cae la casa, ¡no se cae!”

Luego de presumir haberle dado las primeras líneas para que la terminara de componer a su hijo, también llamado Joche Álvarez, cuenta el mensaje que, entre líneas, narra la canción.

“La guacharaca es la que lleva la melodía y el Juan Polo le contesta. Es como la gaita hembra con la gaita macho. El Juan Polo es otro pájaro. Es un pájaro grande, que se come”, precisa Joche.

Aunque hoy los sonidos de las gaitas y tambores no tienen que luchar con los sonidos de guerra; no siempre fue así. Tanto Joche, como su amigo Rodrigo, como cientos de ovejeros, cuentan entre sus capítulos de vida, algunos escritos con tinta escarlata.

Según Rodrigo, en la zona montañosa de esta región de Sucre se ubicó un reducto de la farc. Aunque no se metían con los ovejeros, sí hubo un grupo de delincuentes que se dedicó a extorsionar y asesinar a quienes no cedieran ante sus pretensiones.

Joche, por su parte, aseguró que las personas más dañinas con las que debieron convivir, si es posible decirlo así, fue con unos tales milicianos.

“Si yo le caía mal a uno de esos informantes o me pedía algo y yo no tenía con qué darle, decía que yo era informante de la policía y si me veía por ahí, me mataban”, explica Joche

También recuerda el asesinato de su hijo: “Él era fotógrafo, como yo. Esa vez lo dejé tomando unas fotos en un matrimonio. Allá lo buscaron y lo mataron solo porque no gustaban de los fotógrafos. Según ellos, los de nuestro oficio nos dedicábamos a sapearlos con el gobierno. En ese mes mataron como a cinco”, recuerda.

La economía que la guerra mató

De hecho, según Rodrigo Manjarrés, no solo el desplazamiento y las muertes le quitaron vida a Ovejas, aunque redunde. También acabaron la bonanza económica que florecía a la par del tabaco.

“Hicieron ir a todos los ganaderos, comerciantes y dueños de fábricas tabacaleras y llevaron a pique la economía de Ovejas. Aquí no hay trabajo para la gente, exceptuando a los profesores y la gente que trabaja con el municipio”, cuenta Rodrigo.

Según este comerciante de toda la vida, y quien admite haber huido hacia Cartagena por más de una década, antes de la guerra en Ovejas se cultivaron más de 8mil hectáreas de tabaco, generando más de dos mil empleos. En la época roja de Ovejas y toda la zona de los Montes de María, la extorsión, amenazas y asesinatos de autoría de los grupos al margen de la ley que en los años 80 y 90 que se aferraban a las tierras ajenas; propiciaron un ocaso del que todavía no se recupera totalmente Sucre.

Rodrigo voltea a ver a Iván, un cuñado suyo que está sentado en una mecedora en la puerta de la calle por donde pasean las agrupaciones concursantes y los aficionados a la gaita que llegan por centenares cada año a Ovejas. Le pregunta cuántos empleos está generando la única empresa tabacalera que todavía opera en Ovejas. Iván le responde que casi 200.

“Imagínate –refuta Rodrigo- aquí hubo 5 empresas de tabaco o más. Alcanzaron a generar más de dos mil empleos”, puntualiza.

De nuevo la música invade el sector de la plaza. A pocos metros está la tarima.

A la neblina de la fría noche se le suma una estela de humo que dejan las ventas ambulantes de comida. En las carpas de cervecería donde se reúnen ovejeros y visitantes a departir en su propio festival, grupos de gaiteros amenizan el ambiente.

En la tarima el alcalde, Mauricio García Cohen, inicia un discurso en el que refiere la necesidad de defender la identidad cultural, ancestral, milenaria de las gaitas de Ovejas.

Al terminar García Cohen, el invitado más especial de la trigésima quinta versión del FestiGaitas hace su arribo apoyado en dos jóvenes que le sirven de bastones, a parte de un pedazo de palo pulido y enlacado que empuña el homenajeado: Julio Barrios Ortiz.

Julio Barrios, uno de los hermanos Barrios, considerados juglares gaiteros, asegura con esfuerzo, pero con lucidez suficiente, que en su vida de artistas, fueron ellos sus propios maestros. Y en medio de los aplausos que celebran su chispa, recuerda que también él es víctima del conflicto de esta zona del país.
“Yo tenía 8 hijos. Pero de esos, han muerto 3, me mataron 2 y uno que me lo quitó el viejito. Quedan 3 por ahí, en el mundo”, refiere.

A sus espaldas un grupo de jóvenes gaiteros dirigidos por Joche Álvarez jr., considerado por muchos el mejor gaitero de Ovejas, serenatea al maestro Julio Barrios que se mantiene casi inmóvil; aunque un leve vaivén del sombrero vueltiao que porta, delata la danza que quizá su alma ejecuta ahí, sentado.

Las niñas que con polleras rojas danzan a las espaldas de Barrios, no ocultan ni por un momento sus sonrientes dentaduras. Los juegos pirotécnicos anuncian que empezó la fiesta de gaitas más grande del mundo.

La gente se olvida del dolor, de la muerte, la sangre y la guerra. No es momento para hablar de eso, el llanto pasó, es hora y por cuatro días, de darle protagonismo a la gaita, los tambores, las maracas y el canto.

“Nos hemos concientizado de que lo que pasó, pasó. Vamos a seguir proyectando la paz entre nosotros mismos. En esa época, mientras estábamos celebrando los festivales, pasaba el avión, el helicóptero, se oían tiroteos, bombardeos, y nosotros aquí, tocando entusiasmados. La guerra nunca nos estorbó para hacer el festival”, asegura Joche Álvarez, ícono gaitero de Ovejas, Sucre.

Así, entre gaitas y tambores, Ovejas va del llanto al canto.

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