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Bitácora de un viaje en la inmensidad hacia Cayo Albuquerque

En medio del mar Caribe, se encuentra el último pedacito de Colombia al occidente. Una pequeña isla coralina oceánica, a la cual únicamente se llega navegando.

Día 1 – Sábado

17:00 Conforme a lo acordado, los espero a las cinco de la tarde en el muelle de Providencia, muy cerca del puente de los enamorados, el que comunica la isla con Santa Catalina. El muelle por estos días está congestionado, en la isla se viven las fiestas de la Divina Providencia y muchos isleños andan ‘repartiendo espuma’. En la distancia veo al Sea Horse, el velero en el que me encontraré con Carmenza, Olga Lucía, Estephan y el capitán. Ellos serán mi compañía para los próximos días.

Al instante recibo una llamada, es el capitán, me indica que me recogerán en la parte baja del muelle, saliendo por el edificio de la administración municipal. Nos saludamos, rápidamente abordamos un pequeño bote y salimos de allí. El oficial teme por mi inexperiencia y prefiere hacer la maniobra con celeridad.

18:00 Nos encontramos a bordo del Sea Horse, el velero propiedad de Ricardo Vélez Jaramillo, y quien me había invitado a navegar por el Caribe. La iniciativa adelantada por el Fondo Nacional del Turismo Fontur y el Ministerio de Comercio Industria y Turismo, nos lleva a navegar en medio del Rally Colombia Soberana 2017. Un recorrido que busca reafirmar el potencial turístico de Colombia y especialmente de nuestro destino, el Cayo Albuquerque.

Me invitan a seguir al interior de la embarcación, nos saludamos con mayor pausa, me presento y en seguida nos sentamos. El velero tiene en la parte trasera, es decir, sobre la popa, una silla larga que le permite observar el destino que perseguimos y darle la espalda al pasado, a la espuma que sobre el mar vamos dejando.

Respondo el respectivo interrogatorio, tengo que hacerlo, de otro modo cómo espero que ellos respondan al mío. Hablamos brevemente sobre los medios de comunicación, sobre la radio, el trabajo de la prensa y por supuesto, sobre la Radio Nacional de Colombia.

19:00 Cae la noche y lentamente vamos perdiendo visibilidad. El capitán ordena soltar algunos amarres, unos daban al mástil. Da una mirada a la brújula, ajustan las cuerdas y banderas que se izaban hace un momento, retiran una grande que teníamos de Colombia, se levanta el ancla, y zarpamos. Empezamos nuestro largo recorrido a las 7 de la noche del sábado.

20:00 Ricardo es el capitán, dueño del velero y en un sentido no estricto nuestro anfitrión. Nació en la ciudad de Manizales, es amante del café y de los océanos, navegante aficionado desde hace más de 30 años y la máxima autoridad de la embarcación.

“El mar para mí es todo. Misterioso, atractivo, retador, a veces se presenta tranquilo, a veces embravecido, lo lleva a uno siempre a nuevas cosas, nuevos territorios y nuevas aguas”.

Nos acomodamos en la bañera, el espacio ubicado en la popa y donde reposan las ruedas de timón. Aquí se dispone de una larga silla, y una pequeña mesa con una especie de empuñadura para apoyarse cuando uno se desplaza por la zona. Nos acomodamos para conversar, conocernos y disfrutar del viaje que recién empieza.

“Mi sueño de navegar empezó de niño. Yo me quedaba mirando hacia el horizonte, pensando qué habría más allá, atraído por la inmensidad y el misterio de los océanos. Jugaba con barquitos y los veía mover en el agua y siempre me pareció muy interesante ver como se desplazaban”.

21:00 Son las 9 de la noche y cada vez se divisa menos Providencia. Las pocas luces de la isla que resiste a la llegada masiva de los emporios turísticos, cada vez se hace más leve, como si se fuera apagando y de a poco se fuera iluminando el cielo.

Junto con nosotros viaja Estephan. Un hombre mayor, tranquilo, alto, con acento de aguas internacionales, quien porta consigo un vasto conocimiento sobre los mares y océanos, y una potente cámara fotográfica que espera por albergar los más espectaculares recuerdos de este viaje fantástico.

Foto: Juan Ricardo Pulido.

22:00 Me habían advertido sobre el malestar que se podría generar por el vaivén de las olas. Me habían dicho que podría afectarme en las primeras horas, que no podría comer, e incluso que tendría problemas para dormir. Por fortuna nada de eso está sucediendo.

Carmenza, la esposa de Ricardo, ha estado en la parte inferior del velero. En el espacio donde se ubican las dos pequeñas habitaciones, una a estribor y otra a babor, allí mismo el apretado baño y en el espacio convenientemente más amplio, un comedor donde cabemos perfectamente los cinco y una cocina donde nada puede quedar suelto.

Sale limpiándose las manos, como quien ha concluido una tarea y me saluda.

“Ahora sí, con más calma, ¿Con quién es que trabajas?”

Foto: Juan Ricardo Pulido.

A Carmenza no le interesan mucho los asuntos marinos. No se ocupa mucho del capitán, pero sí de su esposo. Sale, conversa con él un par de cosas y en seguida regresa con la cena.

El grupo de colegas que viajan en otros veleros, que también participan en el Rally Colombia Soberana 2017, habían recomendado comprar salchichas, atún, galletas de soda, enlatados, algunas frutas, gaseosas, y agua.

Mi madre suele quejarse de que yo no hago caso, y en esta oportunidad hice lo mismo. Solamente compré dos botellas de agua y una bolsa de pan. No quería complicarme cargando elementos adicionales y como en otras ocasiones, sabía que con agua y pan podría resolver lo de alimentarme.

Foto: Juan Ricardo Pulido.

Sin embargo, es muy grato ver ascender a Carmenza. Trae consigo un plato blanco, cuadrado y un tenedor de cabo azul; estamos navegando, no podrían ser otros los colores. Ha preparado una posta negra, pasta en salsa pesto, y el típico e infaltable arroz colombiano. Estamos navegando y cenando en el Caribe colombiano.

23:00 Nos aproximamos a la medianoche y ya no es posible ver Providencia ni sus luces, solamente, de vez en cuando, tenues farolas rojas o verdes nos encuentran en la distancia.

"Los colores de las luces son muy importantes. Depende de la luz o luces que tú veas. Así se sabe si es una embarcación que viene de frente, te va a llegar por estribor o por la popa. Por ejemplo, si ves en la proa, a las doce una luz verde, es una embarcación que va perpendicular a nosotros, la vemos desplazarse de babor a estribor. Es decir, viendo la luz, sabes para dónde va”.

La teoría es que las embarcaciones tienen en estribor una luz verde, y en babor una luz roja, eso ayuda a determinar la dirección o movimiento que sigue la embarcación dueña de dicha luz. Pero claro, entenderlo mientras se navega es diferente, la salinidad en el ambiente, la brisa del mar, el sonido y la inmensidad del Caribe, los ejemplos a cada instante y la corrección inmediata del capitán, ayudan a comprender mejor el asunto.

Día 2 - Domingo

00:00 Ya es el día domingo y el capitán ha aceptado descansar unos minutos. Stephan ya había descansado un poco y ahora se acomoda para permanecer alerta en la navegación. Toma el mando y también la palabra.

Foto: Juan Ricardo Pulido.

“Es una noche tranquila, no tan despejada pero está bien. Los vientos nos han ayudado, se podría navegar más a prisa con mejores vientos, pero esta velocidad que hemos tenido está muy bien”.

Se aproxima a la pantalla, revisa algunos datos y procede a informarme: “Tenemos vientos de aproximadamente 13 nudos, y como dijo el capitán, vamos a llegar con el amanecer”.

Es un hombre sabio, los años lo han llevado a eso, nada lo perturba y se acomoda a cualquier situación. Es cuidadoso con cada detalle y disfruta así mismo de cada momento. La oscuridad es total, la única idea de luz que nos acompaña es la roja emanada por la brújula que poco se ha consultado.

01:00 Hay cosas que no se alcanzan a imaginar, conversar mientras se surca el océano no tiene comparación.

Carmenza aparece con una de las bondades de nuestra tierra colombiana. Nada mejor que un café para acompañar el tiempo, para llevar de la mano los minutos y sorbo a sorbo consumir unos instantes más. El aroma de un café cambia con el ambiente, el momento le da un sabor diferente y la ausencia de distracciones ayudan al pensamiento. A la una de la mañana del día domingo me pongo a meditar.

Foto: Juan Ricardo Pulido.

02:00 El capitán regresa recargado y con un anuncio, en pocos minutos estaremos divisando las luces de San Andrés. Lo que en otro contexto podría tener una carga negativa, aquí se convierte en una guía. La contaminación lumínica de la isla se intuye. A las once a babor ya se alcanzan a reconocer los primeros rayos de luz artificial. Luce como una nube gris posada en el suelo, desde la cual brota algo de incandescencia. “La tenemos a las diez a babor”, le digo al capitán, quien orgullosamente asiente.

De repente, empezamos a escuchar un extraño sonido, al menos para mí. Una especie de barullo. El agua empieza a moverse, como si de repente nacieran remolinos, como si palmotearan la superficie del mar. No puedo entender con claridad lo que está sucediendo, la noche oculta lo que sucede a pocos metros de nosotros.

Al capitán parece no perturbarle lo que sucede en este momento, ni lo que se escucha. Me aproximo entonces con precaución al borde del velero. Veo algo brillar en la distancia, como si se levantara de las aguas. Parece que los peces saltan, salen del océano y regresan. Empieza a incrementarse el sonido, el barullo se siente más, y lo que brillaba de manera esporádica, brilla más. Noto que el capitán me observa sin decir mucho y enseguida me sonríe: -Son peces voladores, estoy sorprendido.

No salgo de mi citadino asombro cuando unos de estos fantásticos ejemplares se sube al Sea Horse. –Toca sacarlo, dice el capitán.

Lleno de emoción por mi cercano contacto con la naturaleza, lo tomo con mi mano derecha, lo observo por un par de instantes y en seguida, lo regreso a su inmensa casa.

03:00 La extensión de San Andrés de norte a sur es de 12 kilómetros, nos tardamos cerca de una hora para pasar por su lado. Intento tomarle unas fotografías, pero solamente quedan registradas unas cuantas luces que no puedo identificar. El capitán me sugiere bajar a descansar un rato y ante su insistencia, y la de los demás, “le tomo la palabra”. Total, en unas cuantas horas llegará el amanecer y el momento de conocer Cayo Albuquerque.

04:00 Paso al lugar que alberga las dos habitaciones. Estephan me acompaña y me hace una clase rápida de sueño e ingreso al baño, en un velero en movimiento. Es un cuarto realmente pequeño, no hay posibilidad de pasar por el lado de la cama, o de dejar algunas cosas debajo de ella, porque el ancho del cuarto coincide con el de la misma.

Apenas quedan libres unos cuarenta centímetros para ingresar y cerrar la puerta. Después de haber hecho esto, puedes abrir la otra puerta, la del baño. Es un pequeño inodoro que da apenas la posibilidad para ubicarse. Al lado izquierdo tiene una palanca, a manera de bomba, que se debe utilizar para evacuar. Estephan me indica que se debe bombear después de haber hecho uso y que el inodoro no se debe utilizar, cuando hayamos atracado. En realidad, no presto mucha atención a los detalles porque estoy dispuesto a esperar el regreso a San Andrés para utilizar un baño más cómodo.

Foto: Juan Ricardo Pulido.

Lo que sí me parece fundamental son sus indicaciones para acomodarme en la cama. Si se hace en la posición contraria al avance de la embarcación, se pueden llegar a sentir un poco más las olas. Pero como dice Estephan: -Si no te mareaste al zarpar, ya no va a pasar al fondear. Y sonríe.

05:00 El archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina es el único departamento insular de Colombia. El Cayo Albuquerque al que pronto vemos, pertenece al departamento y se ubica en el extremo occidental del país. Allí hemos llegado. O al menos eso nos indica el mapa en la pantalla. Estamos a unos cuantos metros, quizá un kilómetro, y lo único que debemos buscar es el sitio adecuado para aproximarnos al cayo y para fondear el Sea Horse, que nos ha transportado con tanta benevolencia.

Poco a poco las luces van llegando por el oriente, como es natural. Pero la lluvia también se va asomando. El capitán me muestra la poca distancia que tenemos con respecto a la orilla del cayo, pero lo sé por cuestión de fe, no hemos visto nada. Busco en la dirección que me indican, pero no veo una palmera, otras embarcaciones, pescadores, no se ve nada.

Foto: Juan Ricardo Pulido.

La lluvia empieza a arreciar y en un instante se convierte en una pequeña tormenta. Las olas golpeando a estribor, y a babor; para mí es por todos lados. El viento mueve el mástil y las velas con la misma facilidad con que nuestra embarcación se sostiene. Literalmente, tenemos agua por todos lados.

06:00 Olga Lucia Jaramillo es la segunda a bordo, también de Manizales, pero radicada en Cartagena como siempre fue su sueño, muy cerquita del mar. Amante y conocedora de la navegación y mi instructora en muchos momentos de esta larga noche. Su mirada ha sido siempre importante. Es tan fuerte y clara como el mar, especialmente el caribeño. A cada instante me entrega información, en ocasiones, acompañado de una orden.

-Mira Juan, las poleas llegan a estas roldanas y debes tirar para ubicar el cabo. En principio todo te suena a raro, pero vas aprendiendo.

Es una mujer muy activa, sabe mucho de navegación, es orgullosa de ello y lo más importante, le gusta. Apenas recibiendo el nuevo día, su conocimiento y experiencia, son importantes justo en el momento que pretendemos acercarnos al cayo.

Foto: Juan Ricardo Pulido.

Por ahora no es mucho lo que podemos hacer. El capitán acaba de informar que bajo esas condiciones es muy arriesgado aproximarse a Albuquerque, no olvidemos que se trata de una isla coralina y la embarcación podría encallar, o en el peor de los casos naufragar.

-Yo tuve una experiencia de naufragio. - Dijo Olga Lucia mientras esperábamos que la lluvia cesara y la marea bajara. –Aprendí que con desesperarse uno, no se gana nada, que en el mar no necesita uno, sino estar tranquilo para tomar buenas decisiones.

Según me cuenta, el barco se estrelló contra una barrera coralina, se le reventó la quilla, se volteó y fue necesaria la intervención de la armada para el rescate.

-Fue una linda experiencia, especialmente porque nadie entró en pánico y eso ayudó mucho.

07:00 Hace dos horas llegamos a Cayo Albuquerque, pero no hemos podido ingresar. La lluvia y los fuertes vientos se mantienen y ya todos tuvimos que vestir un impermeable para protegernos. Son en total 13 veleros los que han llegado a Cayo Albuquerque y participan en el Rally Colombia Soberana 2017, en este momento todos estamos a espera de que el área se despeje, de que al menos podamos ver nuestro destino.

08:00 Los radioteléfonos no paran de sonar. La lluvia ha cesado y empieza a despejarse el cielo. El capitán decide esperar un poco más para utilizar todas las herramientas disponibles. Revisa la información en pantalla, el mapa, conversa con los demás de la tripulación, permanece atento a las instrucciones de los otros veleros, pero no toma ninguna decisión aún.

El paisaje ha cambiado. Se hace cada vez más claro y todo se conjuga en un recuadro que no tiene bordes. El azul del mar se hace más intenso, y el del cielo se torna suave. Las nubes se retiran lentamente y Albuquerque, nuestro destino, se hace visible. Una delgada línea de arena sostiene las palmeras que se aglomeran para no salir de North Cay.

Foto: Juan Ricardo Pulido.

Unos metros más al sur, los pescadores se resguardan bajos otras palmeras que se refugian en South Cay. Eso es Albuquerque, un par de pequeños trozos de tierra rodeados del más hermoso mar que jamás haya visto. Las cerca de catorce horas que he estado esperando para tocar paraíso colombiano, han valido la pena. Lo que se descubre ante mis ojos, es un verdadero ensueño.

09:00 El capitán decide finalmente hacer la aproximación. Un velero vivió momentos complejos, pero de algún modo trazó el camino y despejó algunas dudas para ingresar. Carmenza, Olga Lucía y Estephan se han ubicado en sitios estratégicos de nuestra embarcación para garantizar que no vayamos a quedar atrapados en uno de los bellos corales del cayo. Muy despacio nos vamos acercando. La cautela se apodera del timón del capitán y avanzamos metro a metro.

El radioteléfono ya dio las indicaciones necesarias, y la tripulación del Sea Horse hace el resto. Sus ojos están puestos sobre el hermoso azul marino. Cada vez está más cerca la playa y el momento de sentir la arena.

Otros veleros hacen lo propio y de a poco todos nos vamos acomodando. Un alcatraz se levanta como anunciando nuestra llegada. El capitán no pierde su concentración, hasta que toma un aliento y dice: -Llegamos, aquí podemos fondear.

Fueron tantas emociones que no creo haberlas albergado todas con propiedad, temo que algunos instantes de un fin de semana como navegante se me hayan escapado como agua de mar entre las manos.

Fueron momentos maravillosos: el sonido del mar, la inmensidad de sus aguas, entender algo de la navegación y entender incluso el verde y el rojo de las luces en alta mar. Disfrutar de las estrellas como en ningún otro lugar. Ver y registrar paisajes impresionantes, el azul en todo su esplendor, el poder de la naturaleza y conectar la inmensidad de él con la insignificancia nuestra.

Escuche a continuación el realto sonoro de este recorrido hacia Cayo Albuquerque:

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