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El lado ‘B’ del caimán cienaguero

Hace unos días estuve en Ciénaga, Magdalena, una ciudad con larga tradición musical, literaria y cultural en la que encontré un mar bravío que se enfrenta sin remilgos a la fortaleza de la Sierra Nevada de Santa Marta. Para esta ciudad uno de sus patrimonios culturales es la leyenda del caimán cienaguero, que, insisten los cienagueros, no se debe confundir con la del hombre caimán, de Plato. Para mantener la claridad recordemos brevemente cada leyenda.

Hace unos días estuve en Ciénaga, Magdalena, una ciudad con larga tradición musical, literaria y cultural en la que encontré un mar bravío que se enfrenta sin remilgos a la fortaleza de la Sierra Nevada de Santa Marta. Para esta ciudad uno de sus patrimonios culturales es la leyenda del caimán cienaguero, que, insisten los cienagueros, no se debe confundir con la del hombre caimán, de Plato. Para mantener la claridad recordemos brevemente cada leyenda.

La del hombre caimán cuenta que en las orillas del Magdalena había un sujeto al que le gustaba espiar a las mujeres que se bañaban y que, para esconderse, fue donde un brujo de la alta Guajira a quien pidió que le prepara una pócima para convertirse en caimán. El brujo le preparó dos pócimas, una para hacerse caimán y otra para volver a ser humano. Con tales menjurjes el sujeto pudo disfrutar por un tiempo de su voyerismo. Pero un día ocurrió un accidente y, siendo caimán, sólo pudo tomar unas pocas gotas de la pócima que lo convertiría en humano, así que quedó con la transformación a medias. Desde ese día se volvió el terror de las mujeres y por eso ninguna volvió a bañarse en el río.

Por su parte, la leyenda del caimán cienaguero cuenta que un 20 de enero, día de San Sebastián, estaban reunidos un grupo de pescadores en una parranda en el barrio ‘Cachimbero’, en casa de Miguel Bojato, quien vivía con su mujer Ana Carmela Urieles y sus dos hijas Juanita y la cumplimentada Tomasita. En determinado momento el padre pidió a las hermanas que fueran al mercado a comprar ron y comida para seguir la fiesta. Las niñas obedecieron mientras la celebración continuó en la casa Bojato hasta que notaron que Juanita y Tomasita se estaban demorando más de la cuenta. De pronto apareció Juanita diciendo que a su hermana Tomasita se la había llevado el caimán cuando fue a lavarse los pies en un brazo de la ciénaga. Contó Juanita que su hermana se distrajo, resbaló y un caimán se la comió. De inmediato los asistentes a la fiesta fueron al mercado en busca de Tomasita y no la encontraron. El que sí apareció fue el caimán, a quien dieron muerte con palos y arpones, para luego montarlo en una troja construida con unas varas de mangle.

La historia del caimán cienaguero la interpreté hasta ese momento de manera literal, como el terrible drama de una familia que pierde a su hija menor por el ataque de un animal salvaje, y lejana de toda violencia contra la mujer (que sí veía evidente en la leyenda del hombre caimán). Así fue hasta que una escritora de la región me contó que había otra versión sobre lo que le pasó a Tomasita. La historia ‘B’ decía que a Tomasita se la había llevado un “viejo” (así lo nombró la escritora) cuando ella fue al río y que el “viejo” amenazó a Juanita con que le haría lo mismo si contaba algo. Por eso Juanita inventó lo del caimán y nunca más volvió al río.

Esta versión ‘B’ me habría parecido una interpretación exagerada si no hubiera sido porque días antes, en La Dorada, Caldas, hablé con una gestora de turismo sobre mitos y leyendas de la región. Ella me dijo que muchas de las leyendas que se contaban por allá eran maneras de narrar/ocultar algo más oscuro que fantasmas y almas en pena. Dijo que las comunidades las solían utilizar para explicar/ocultar situaciones de acoso y violencia hacia las mujeres. Por ejemplo, hablando de duendes, se solía decir que ellos se metían por las noches a las caballerizas y a los cuartos de las mujeres a trenzar las crines y cabelleras porque los enloquecía el pelo largo. Si obviamos el elemento fantástico del duende, ¿no sería más sencillo imaginar a un hombre entrando a la habitación de una mujer sin su permiso, atacándola sexualmente, huyendo y, luego ella, para ocultar la injusta vergüenza que padecen las víctimas de violencia sexual, tuviera que inventar que la visitó el duende y le hizo trenzas?

Con la gestora de turismo de La Dorada hablamos también de La llorona vista como el drama de una mujer que perdió a sus hijos y a quien se le acusa de aterradora, cuando lo que representa es uno de los peores dolores de una madre. Hablamos además de La pata sola como una mujer a quien se le castigó por adulterio cuando es sabido que para los hombres es permitido (y hasta admirado) y no se conoce la leyenda del Pata solo. Por supuesto conversamos sobre El Mohan, el ser que se roba a las mujeres que más les gustan cuando lavan la ropa en la quebrada o río, claramente una manera de explicar/nombrar la desaparición de mujeres.

Las leyendas siguen y con ellas la interpretación a la luz del ocultamiento de la violencia contra las mujeres. Ahora sospecho todo el tiempo que detrás de esas historias está la más aterradora, la de mujeres y niñas que desaparecieron en los ríos porque se les aparecieron hombres.

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