Arte rupestre: el guardián de la cultura Panche de Agua de Dios

Silvestre Pardo custodia 14 rocas talladas con cerca de 250 petroglifos sobre la cosmología de este pueblo precolombino.

Por: Adriana Chica García

Tallado en enormes piedras sujetas a las montañas, los indígenas Panche definieron su calendario solar en 364 días al año, 14 meses y 8 horas diarias. Es ese el que Silvestre Pardo Castro decidió usar en su vida, tomando el tiempo con las sombras que da el sol en el balcón del segundo piso de su finca, que mira desde lo alto hacia los terrenos seguidos de Tocaima, Agua de Dios y Nilo, en el sur de Cundinamarca.

“Los griegos cambiaron el calendario, desafortunadamente. Decían que los indígenas eran brutos, y crearon el que tenemos actualmente; un desorden, mientras que el de los indígenas era exacto”, alega Silvestre desde ese balcón que refresca los 28 grados de temperatura de la vereda Egipto con leves soplos de viento, y que emana un aroma fresco de lima, menta y dulce.

El aroma son las hojas de limonaria, albahaca, pronto alivio y moringa que hierven en una chocolatera con panela y limón. Es la aromática natural con la que Silvestre recibe a todos los curiosos que suben hasta su finca para conocer los petroglifos que los panches dejaron regados en sus terrenos y otros aledaños, y que él ha custodiado con el ánimo de tener la historia agarrada en sus manos.

“El que no conoce es como el que no ve”, había dicho antes, al pie de la entrada de la finca, bordeando con la yema de sus dedos los diseños que él mismo talló en piedras, copiando los símbolos de las 14 rocas que están dispuestas en terrenos más altos y apartados, de caminos escarpados. Y lo dice porque no siempre vio.

Los cerca de 250 dibujos grabados en esas rocas eran su panorama casi diario desde la infancia, cuando corría entre el monte con sus hermanos. Eran tan familiares que los pasaba desapercibidos. Incluso luego de que su hermano menor -“que hoy tiene 60 años”- le contara que había visto bajar del cielo a uno de los rostros de ojos grandes y nariz pequeña que estaba tallado en una de las rocas, y que hoy presume que es un extraterrestre.

Fue solo al visitar Perú y México con el crucero americano en el que trabajaba cuando conoció símbolos parecidos y supo su significado para la historia de la humanidad. “Estuve 12 años viajando por el mundo, es así como uno conoce las culturas. Y al conocer machu picchu y las pirámides aztecas vi que yo en mi vereda tenía petroglifos y que se tenían que cuidar”, cuenta.

Aunque inició un estudio autodidacta de la cultura precolombina de los Panches, no volvió a su tierra hasta después de 2001, cuando la economía para los cruceros se complicó por los controles de visado reglamentados luego del atentado terrorista que derribó las torres gemelas. “Le empecé a enseñar a la gente que esas rocas no se podían pintar ni dañar, y contacté a arqueólogos para que las visitaran”.

Pocos subirían en caminatas de varios días para conocer la totalidad de las imágenes de las 14 piedras. Así que Silvestre decidió tallarlas él mismo a punta de cincel y martillo en rocas cercanas a su casa, con la idea de recrear un “parque temático” y con la técnica que aprendió de sus abuelos, quienes después de laborar en artes manuales fueron “encarcelados” en el lazareto que dio fundación a Agua de Dios, donde recluían a los enfermos de lepra.

Toda su finca se convirtió en una especie de museo rural, que rinde un especial homenaje a este pueblo aborigen, guerrero y caníbal, que fue exterminado por los españoles durante la conquista porque no se dejaron someter. Eso detallan los libros que Silvestre guarda en su closet, y que como el arte rupestre, narra la cosmología y cultura Panche de tres generaciones prehispánicas, según estimaciones científicas.

Formas espirales, el calendario lunar, huellas de manos y pies, lagartos y ranas cantadoras, monedas y hasta un túnel de tres metros de largo y 54 centímetros de ancho que atraviesa una roca para servir de pozo de agua fueron recreados con los trazos de Silvestre. En el quiosco, incluso, tiene una colección de utensilios de mimbre que usaba la comunidad para transportar alimentos, y de piedra para moler maíz, cortar carne, machacar semillas o lavar ropa.

“Vi muchas cosas hermosas en muchos países del mundo, pero las más hermosas están en Colombia”. Silvestre está convencido. Difícil de contradecir desde su finca, rodeada de la historia del país y de los más variados árboles frutales, de naranjas, zapotes, nísperos, mangos, mandarinas, totumos y más. Y de manantiales de los que recoge agua introduciendo un tubo pvc en la tierra de la montaña.

¿Qué será de todo ello después de Silvestre?

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