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Chocolates Catatumbo: el sabor de la legalidad

Sin la ayuda estatal y solo con la firme convicción de hacer lo mejor para su familia, un emprendedor del municipio de El Tarra en Norte de Santander, de manera voluntaria, sustituyó sus cultivos ilícitos.
Anthony Pacheco Ropero

La imagen de la región del Catatumbo tiene sus matices. Para algunos, es una tierra de conflicto y cultivos de uso ilícito; para otros, un territorio de productividad y desarrollo. Y para personas como José Joaquín Peñaranda, es la tierra que le permite construir un futuro para su familia.

La historia de este habitante de Catatumbo se divide entre el municipio de Hacarí, donde nació, y la Vereda La Campana en el municipio de El Tarra, donde pasó la mayor parte de su vida. Recuerda que cuando era niño era muy feliz, trabajaba la tierra junto con su padre y cultivaban café, cacao, yuca y otros productos de cosecha. Es el hijo número 21 de 28, y aún con una familia tan numerosa, lleva en su mente la valiosa lección que dejó su padre: “Gracias a Dios, era finquero de cacao y café, se esforzó y trabajó la tierra para proporcionarnos lo que necesitábamos. Hace dos años partió de este mundo, pero nos dejó un legado hermoso, toda la enseñanza para aprender a trabajar en el campo”, enfatizó.

Chocolates

En el año 1984, los cultivos de uso ilícito llegaron al Catatumbo. Esta dinámica ganó fuerza en la región, al punto que José, con tan solo 13 años en ese entonces, decidió abandonar sus estudios y dedicarse a cultivar la hoja de coca, ya que era "el cultivo que generaba ingresos". Sin embargo, afirma que para un niño vivir en medio de cultivos ilícitos no garantiza un futuro mejor: "Un joven de 12 años deja el lápiz y el cuaderno. Abandona sus estudios, renuncia a ser el profesional que podría llegar a ser; un abogado, un profesional. En su lugar, termina siendo un raspachín, y eso es lo que estamos viendo ahora: analfabetismo. Ya no quieren estudiar, quieren ilusionarse con una mata de coca, pero a la hora de la verdad, no se ven los resultados", señaló.

No desconoce que al principio ganaba más dinero, ya que un jornal (jornada de trabajo) en esa época podía costar 10 mil pesos, mientras que con la producción de hoja de coca podría ganar de 20 a 25 mil pesos. Sin embargo, esto también provocó un aumento en los precios de algunos productos básicos. José afirma que "antes de la coca, un kilo de arroz podría costar mil o mil quinientos pesos, pero luego llegó a costar cinco mil". En otras palabras, como dice el dicho popular, a mayor ingreso, mayores gastos.


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Del coca al cacao

cacao

Durante 20 años se dedicó a la producción de hoja de coca, a pesar de saber que su padre no estaba involucrado en cultivos ilícitos. Sin embargo, un problema en una transacción comercial lo llevó a tomar la decisión definitiva de alejarse del cultivo. "Tuve un incidente con la venta, así lo diré, de una mercancía que yo cultivé pero de la cual no era dueño. Me enojé mucho y dije: 'Esto no es para mí'. ¿Cómo es posible que uno trabaje tres meses en un cultivo, saque su producto y no sea el dueño? Así que decidí dejar de contribuir a la delincuencia en Colombia y apostar por la paz", expresó.

Aunque muchos se burlaron, José tenía su decisión tomada. Además, habiendo sido víctimas de desplazamiento forzado y expuestos constantemente a riesgos, cambió seis hectáreas de cultivos ilícitos por seis de cacao. Ante las miradas escépticas de quienes decían que solo sabía cultivar coca, José dio el paso que marcó el inicio de su nueva historia. La pala para sembrar coca fue reemplazada por un molino para procesar cacao, y así nació la Asociación Chocolates Catatumbo, conformada por once ex cultivadores de hoja de coca, quienes, de la mano de José, apuestan por la legalidad que sabe a chocolate. "Es cacao cien por ciento natural, un cacao de mesa. También tenemos café orgánico, porque es importante comenzar a consumir lo que la tierra produce", afirmó con orgullo.

"El desamparado no nace y, si nace, no crece", es la frase que José utiliza para recordar a su padre. También reconoce que el cambio afecta la economía de alguna manera, pero le permite ganar otras cosas que no tenía en medio de la ilegalidad. "Uno debe apostar por la libertad y la felicidad. Al menos cuando vendo un kilo de cacao y la gente me agradece y me admira por lo que hago, siento que he obtenido un reconocimiento que es más valioso que simplemente ganar dinero", puntualizó.

Esta dinámica permite que otros productores de cacao de la región, que no forman parte de la asociación, vendan sus productos a Chocolates Catatumbo para que los procese, fortaleciendo así el comercio en la región. Han participado en once ferias, encuentros y hasta en el Segundo Foro Internacional de Cacaoteros, celebrado en la ciudad de Ocaña, Norte de Santander. Como representante legal de la asociación, José pone alma, vida y sabor en su emprendimiento. Además, destaca que está cumpliendo el sueño de su padre, quien en algún momento expresó su deseo de tener una empresa de chocolate y café. Por esta razón, José afirma que nunca volverá a los cultivos ilícitos, ya que su padre le enseñó a ganarse el dinero de manera legal.

Los proyectos para Chocolates Catatumbo continúan. Quieren generar su propia materia prima y seguir endulzando la región con su cacao, así como fortalecer la producción de café. Esperan que se abran muchas oportunidades y que la empresa siga creciendo, porque tienen claro que, aunque no saben qué les depara el futuro, deben cumplir una promesa: "Prefiero vender limones en la calle junto con mis hijos y mi esposa que volver a los cultivos ilícitos".

En medio de las montañas del Catatumbo, José sigue adelante, convencido de que durante cien años sus antepasados sobrevivieron sin cultivar hoja de coca y que él, junto con muchos otros campesinos, pueden volver a los cultivos tradicionales. Para él, el campo no es una alternativa, sino una garantía. Es una garantía para cumplir el gran sueño que tiene José: "No quiero que las generaciones futuras sean cultivadoras de coca. Quiero que sean cultivadoras de café, cacao. No permitamos que la tradición se pierda, porque si dejamos que eso ocurra, perdemos el campo", concluyó.

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