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En medio de la guerra en Ucrania, guardianes cuidan casas de los desplazados

"Muchos de mis amigos que partieron me pedían que pasara a ver si sus viviendas estaban intactas", Ievgen Yelpitiforov.
Guerra en Ucrania, guardianes cuidan casas de los desplazados
Crédito: MIGUEL MEDINA / AFP
AFP

Ievgen Yelpitiforov acumula 19 juegos de llaves en sus bolsillos, ya que desde el inicio de la invasión rusa contra Ucrania comenzó a cuidar las casas y apartamentos de sus amigos que huyeron del conflicto.

Al volante de un viejo coche azul, Ievguen, recorre habitualmente las calles de Irpin y Bucha, en las afueras de Kiev, para velar por sus "propiedades".

Las fuerzas rusas se retiraron de la región a finales de marzo, tras una ocupación que fue particularmente devastadora. Poco después, sus servicios comenzaron a ser solicitados.

"Muchos de mis amigos que partieron me pedían que pasara a ver si sus viviendas estaban intactas, si las ventanas y las puertas seguían en su lugar" cuenta este hombre de 37 años, con una perilla rubia y una sonrisa elegante.

Entonces, comenzó a recibir juegos de llaves, a veces por correo, otras veces mediante los vecinos. En algunas ocasiones le agradecían con café o con chocolates.

Ievgen visita las propiedades que están a su cargo de manera habitual y lo hace de forma voluntaria.

En sus desplazamientos riega las flores, vacía las neveras, a veces les envía sus pertenencias a los propietarios, y en otras ocasiones simplemente enciende y apaga luces "para mostrar que hay alguien" y espantar a los ladrones.

Quienes se atreven a volver, encuentran un regalo de bienvenida preparado por Ievgen. A veces un ramo de flores o algunas cerezas para que se sientan "contentos", señala el joven que se gana la vida como jardinero.

- Mascarilla contra olores nauseabundos -

"Si yo estuviera en su lugar, ellos me ayudarían", afirma.

En su relato cuenta que lo peor es el olor a podrido de la comida que pasó semanas en las heladeras que no funcionaban por los cortes de electricidad.

Ievgen cuenta incluso con una mascarilla soviética contra los gases, que usa para las operaciones especialmente nauseabundas.

Incluso tras una limpieza, hay veces que debe volver para ventilar, ya que "hay olores que persisten durante una semana o dos".

En Bucha, el suburbio vecino de Irpin que se convirtió en un símbolo de los crímenes cometidos durante la ocupación rusa, aparca su vehículo delante de un conjunto de edificios despampanantemente nuevos, pero marcados por la guerra. Ninguno tiene cristales en las ventanas. Todos estallaron.

En el estacionamiento, quedan los restos de un coche reducido a escombros.

Ievgen no pierde el tiempo. Tiene que regar unas plantas en un pequeño apartamento perteneciente a unos amigos. En el lugar, no hay casi reminiscencias del conflicto, salvo por un mensaje en un muro dejado por los militares rusos: "Discúlpenos por haber roto la puerta".

Pero Ievgen no es el único, Oleksandre Furman, de 31 años, también se dedicó a esta tarea en abril.

Antes de la guerra se ganaba la vida como doble de televisión y tras la invasión dedicó un día a la semana para ocuparse de seis apartamentos en Kiev habían sido abandonados por sus amigos.

¿Cuán fue su misión más inusual en este periodo? Esconder en lugares discretos los juguetes sexuales que su exnovia y su nueva pareja dejaron abandonados en su domicilio poco antes del inicio de la invasión, en la madrugada del 24 de febrero.

- Un "deber" -

"Ella me dijo 'no puedo pedirle a mi madre que lo haga'", recuerda con una carcajada, señalando que primero los lavó y después los escondió.

Después la conversación toma derroteros más serios.

"Tuve suerte. No me dispararon. Los misiles no cayeron cerca de mí", cuenta este joven para quien ayudar a los otros es su "deber".

En Irpin, Ievgen entra en un edificio que está intacto. Al lado hay una escuela que perdió el techo en los bombardeos. En un dúplex, filma con su teléfono las plantas de los dueños.

Una vez fuera, se detiene delante de una casa de la cual no queda nada más que los muros calcinados. Mientras los obreros trabajan para rehacer el techo, el joven se queda mirando un cedro muy dañado por las llamas.

"Me hace pensar en el pueblo ucraniano", cuenta con un aire pensativo. "Por un lado está quemado, por otro, tiene la fuerza para seguir creciendo y volver a reverdecer", dice.

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