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El salto del duende en Santander, un vacío de más de 100 metros al que Susana Castilla quiere hacerle equilibrio

La equilibrista santandereana ya conquistó la cascada donde llueve pa’rriba; ahora va por el mítico Salto del Duende y necesita quién le ayude a extender su línea.
¿Quién es Susana Castilla, la equilibrista que cruzó el Cañón del Chicamocha?
Foto:
Carlos Buitrago

Un solo video fue suficiente para que Colombia conociera a Susana Castilla, una santandereana que hace equilibrio a cualquier altura. Ese video lo publicó en su Instagram @su_extrema el pasado 27 de julio, tres días después de completar, a medias, una aventura que venía persiguiendo desde hace varios años.

A medias, no porque la majestuosidad de su obra hubiese quedado incompleta, sino porque era apenas la primera parte de un sueño que tiene entre ojos: volar como ave entre las montañas áridas, rocosas y duras del Cañón del Chicamocha.     

El video en cuestión es uno en el que Susana Castilla se ve, diminuta, caminando por el aire entre dos montañas. Cual bailarina de ballet haciendo su número, ella va de hurtadillas y rodillas flexionadas tratando de romper todas las leyes de la física: la fuerza del viento que genera ventiscas en medio de un acantilado santandereano. La gravedad inminente de 300 metros que la separan del suelo.

El salto del duende en Santander, un vacío al que Susana Castilla quiere hacerle equilibrio

El deporte, si así se le puede llamar a ese instante culmen de naturaleza humana, es el Highline. Básicamente, es trazar una cuerda plana de una pulgada de grosor, fabricada en poliéster y nylon, entre dos puntos a cierta altura y cruzarla haciendo equilibrio.

Susana lo aprendió por sorpresa y rabia mientras estudiaba Diseño Industrial en la UIS hace más de ocho años. No tenía del todo claro que esa carrera le sirviera para vivir, pero en medio de la diversidad de planes de una universitaria amante de la fotografía, se topó con unos jóvenes que estaban haciendo Slackline, la versión del deporte en el que la línea se pone a una altura menor a 20 metros.

Después de tomarles fotos, se acercó con el único propósito de aprender. El dueño de la línea aceptó complacido, creyendo que su interés también lo incluía a él. Cuando ella le hizo caer en cuenta del error, él recogió la línea, se fue, y no la volvió a dejar practicar. 

Las ganas súbitas que se despertaron por un deporte desconocido y la rabia del momento vivido la llevaron a buscar por cielo y tierra cómo hacerlo por su cuenta. El destino le sonrió. Un amigo suyo tenía una cinta. Juntos, fueron a la finca de Don Mario, el papá del amigo, y allá la extendieron en medio de dos árboles. 

Aprendió rápido, como si hubiera nacido para ello. Junto a su pareja del momento, compraron una cinta y siguió practicando. Terminaron, pero él compró otra cinta más y la fiebre la continuó con su nueva pareja. De ahí en adelante, se forjó una especie de pirámide en la que cada uno, por aparte y por placer, invitaba a otros a disfrutar del deporte.

“En octavo semestre quería dejarlo todo e irme a un semáforo a vivir del slackline”, recuerda, burlándose de ella misma por ese pensamiento ingenuo que le provocó su amor por caminar en la línea. Pero no lo hizo y se graduó como diseñadora. 

“Tenía que demostrarle a mi mamá y a mí misma que podía terminar las cosas, y el hecho de convertirme en profesional, me ayudó a saber hacer bien los proyectos, por ejemplo”, agregó.

En 2019 fue capaz de dar sus primeros pasos sobre la línea a 90 metros de altura. Lo logró en Suesca, Cundinamarca, dejando en el retrovisor cuatro años de intentos infinitos, caídas por doquier y una galaxia de morados en sus piernas.

Desde entonces, su escenario ha sido cualquier risco en América del Sur que cumpla las condiciones mínimas de seguridad para extender una línea. Durante 2022, recorrió la vía Panamericana. Fue en camioneta hasta la Patagonia y subiendo hacia Colombia visitó -también extendió y caminó sobre líneas en- Argentina, Chile, Perú y Ecuador. En términos generales, toda la cordillera de Los Andes, que a la entrada de Colombia se divide en tres y una de ellas viene a dar hasta Santander.

“Regresé enamoradisima del Cañón del Chicamocha. Amé todo lo que viví, pero escenarios como el Cañón, no hay ni siquiera en Colombia”, dice con una sonrisa que resalta con ojos penetrantes.
Ese reconocimiento a la montaña más importante en Santander le avivó el sueño que traía desde hace tres años: cruzar en línea El salto del duende. 

Es un lugar mítico que fue habitado por los indígenas Guane sobre el que se tejen todo tipo de historias fantásticas. Formado por una pared de rocas y mucha maleza, en medio brota una cascada de agua con más de 100 metros de altura. Aunque la imagen pareciera extraída de un pedazo del edén, en Santander esa majestuosidad ya se convirtió en paisaje. Hay un sinfín de cascadas similares escondidas en 87 municipios.

Inconvenientes con los dueños de los predios cercanos le han impedido trazar la línea en esta montaña, pero en medio de la búsqueda un amigo suyo le propuso hacer lo mismo en Pila Honda. Una montaña similar, a pocos kilómetros de distancia, con la particularidad de que allí el agua llueve hacia arriba.

Hasta allá llegó Susana Castilla el pasado 20 de julio, día patrio, con su comitiva de amigos, todos amantes del highline y expertos en poner anclajes de escalada para trazar la línea. Durante los siguientes tres días disfrutaron estar sobre el aire, admirando la naturaleza a una altura que resulta posible sólo para las aves.

Ataviada con un vestido por debajo de sus rodillas sobre su arnés de seguridad, Susana Castilla cruzó la línea tres veces, completando casi 200 metros de recorrido. “Era para hacerle un reconocimiento a las mujeres, porque en vestido también somos capaces”, explicó sobre su decisión de no llevar ropa más cómoda para la ocasión.

“Además, sirvió para ocultar el arnés y al mismo tiempo mostrar la fuerza del viento”. Únicamente le faltaron 80 metros para haber llegado hasta el otro punto. 

En medio de la aventura en la que se comprometen todos los sentidos y se tensan todos los músculos, y justo en la mitad, cuando la cuerda logra el punto más bajo en la parábola negativa, Susana se dejó caer. En cuestión de segundos, relajó todo el cuerpo y se puso en posición de arabesque con la cabeza hacia el vacío. Colgando, conjugaban en armonía perfecta la cuerda rebotando y el viento elevando el vestido.

“Ahí es cuando uno siente que todo el esfuerzo valió la pena”, recuerda mientras evoca el momento con la voz entrecortada.

La segunda parte de esta historia aún está por contarse. 

Su santandereana terquedad ya le abrió las puertas de El salto del duende. Los anclajes se alinearon y en el segundo festivo de agosto estará cumpliendo su sueño, aunque aún necesita un par de manos amigas que le ayuden a tirar la cuerda de un lado hasta el otro.

“Necesito que me patrocinen. Esto es muy lindo, pero cuesta luca”, expresa. 

Radio Nacional de Colombia acompañará a Susana Castilla a cruzar esta línea sobre una de las cascadas insignia y más hermosas de Santander.

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