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Lo esencial es invisible a los ojos, 80 años de El Principito

El Principito figura como la obra más traducida después de la Biblia y sigue encantando a los niños, y tal vez a sus padres, en este planeta.
Crédito: Forbes España
Ana María Lara

… los hombres no tienen imaginación.

Repiten lo que se les dice…

En mi casa tenía una flor.

Era siempre la primera en hablar.

El principito, capítulo 19

Cuento infantil sí, pero también cuento onírico y filosófico escrito a raíz de una avería de su avión en el desierto por el piloto francés Antoine de Saint-Exupéry (1900 – 1944). El Principito figura como la obra más traducida después de la Biblia y sigue encantando a los niños, y tal vez a sus padres, en este planeta.

Publicado en 1943 en Nueva York, donde se exiló el autor, y luego en París en 1946, El Principito hace parte de las obras literarias de Saint-Exupéry que era también poeta, reportero y aviador: Vuelo de noche, Tierra de los hombres, Correo del Sur son sus novelas más conocidas; en ellas la aviación siempre tiene un papel central.


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Saint-Exupéry, en sus labores de aviación, se accidentó en el desierto en compañía de su mecánico, y ambos, sin casi alimentos ni bebidas pasaron días difíciles, presos de fuertes alucinaciones auditivas y visuales hasta que llegó providencialmente un beduino que los rehidrató. Este es el origen de El Principito, un librito corto que no alcanza las cien páginas, ilustrado por el mismo autor y que fue objeto de decenas de reediciones, traducciones -no solo a lenguas extranjeras sino incluso a dialectos-, adaptaciones cinematográficas, dibujos animados y comedias musicales.

La historia parte del encuentro entre un aviador perdido en el desierto y un hermoso niño. Un dibujo que el aviador traza: una boa digiriendo un elefante - que a primera vista parece un sombrero- dará pie para empezar a pensar en el sentido que tiene vivir y en las posibilidades que la imaginación ofrece para enriquecer la existencia.

Este niño salió de su planeta, el asteroide B 612, que había sido descubierto por un astrónomo que por ser turco no fue tomado en serio, pero sí aplaudido cuando años después se volvió a presentar vestido como un europeo.

En su planeta quedó su rosa, rosa única, un buen motivo para hablar del amor y pensar que este siempre es complicado. El principito, enamorado de la rosa, no sabe todavía entender la coquetería ni los caprichos. En su periplo por otros planetas, este niño de cabellos dorados como los campos de trigo, encuentra personajes, humanos o animales, que viven solos y representan cada uno un rol, una situación, un problema ético, o un valor humano. Desde su mirada de niño curioso, desprejuiciado, los confronta, los compadece, o se hace amigo de ellos. Observa que los adultos se enredan, se someten, sólo viven por cosas materiales. Encuentra un rey sin súbditos, pero convencido de su poder, un hombre vanidoso que no tiene quién lo admire, un bebedor que bebe para olvidar que no debe tomar, un hombre de negocios que posee en vano muchas estrellas, un farolero que prende incesantemente sus luces. Finalmente llega al planeta Tierra donde encuentra una serpiente, que le asegurará su paso al más allá hasta que se topa asombrado con un jardín de rosas. ¿La suya acaso no era la única?


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Será el encuentro con un zorro, tal vez el capítulo más sentimental del libro, el que le va a dar respuestas. No se trata de un zorro cualquiera; es un sabio que quiere tener un amigo y este será El Principito. Entre muchas reflexiones, el zorro le comenta que el trigo no le es útil, pero que los cabellos de oro del Principito los recordará mirando el trigo. Le advierte que sólo se ve bien con el corazón y le aconseja volver a mirar las rosas para entender que la suya sí es única.

De regreso para reunirse con el aviador, ambos encuentran un pozo de agua y luego será la partida definitiva del Principito; con la intervención de la serpiente, será despojado de su envoltura corporal y volverá a su planeta para encontrarse con su amada rosa.

El principito nos invita a reencontrar los niños que fuimos y a volver a jugar con la imaginación. De alguna manera nos pide parar el frenesí de nuestra vida y sumirnos en la belleza de un atardecer y cultivar nuestras relaciones con los demás.

 

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