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Jóvenes de Mocoa le apuestan a nuevo comienzo

En medio de un panorama nostálgico, tres jóvenes sobrevivientes a la avalancha de Mocoa, están seguros de un nuevo mañana para su ciudad.

La belleza de los paisajes entre Neiva y Mocoa contrasta con la tragedia ocurrida el sábado pasado. Son dos polos opuestos. A la entrada de la ciudad el tráfico se atasca, mientras que varias personas, sobre todo en motos, tratan de ingresar afanosamente a esta zona.

Ya en la capital del Putumayo, inmensas piedras y troncos recubren algunas áreas, las más impactantes son por donde pasó la avalancha, llevándose consigo barrios como San Miguel, San Fernando, Progreso, parte de los Laureles, Independencia y San Agustín.

Comienza la tarde y asciendo hasta donde me encontraré con Juan Camilo Ordóñez, David Marín, Juan Camilo Torres y Adrián Marín, jóvenes que voluntariamente se han puesto en la tarea de ayudar a rescatar personas o animales de las casas que sepultó la avalancha.

David Marín, Juan Camilo Torres y Adrián Marín. Foto: Juanita Restrepo

Sin embargo, al subir, aún los pies se enredan en el lodazal y para tomar atajos se debe brincar en las inmensas rocas, mientras se ve a las personas rebuscar objetos, en lo que fue su casa. En esta primera etapa al subir hacia San Miguel, se ven en su mayoría locales comerciales.

Al subir un poco más para ver los efectos, escucho a una mujer que trata de limpiar su negocio y me acercó a saludarla. Una vecina que pasa le dice que ojalá “Dios le de fortaleza para volver a empezar” y ella me mira incrédula y responde: “- ¿A esta edad volver a empezar?”. Sin embargo, doña Martha, me cuenta que tiene que agradecer que la noche de la avalancha no estaba ni ella, ni su familia, porque tiene un hijo con síndrome de Down y su madre de 90 años, a quienes hubiera sido "imposible salvar”.

A nuestro alrededor las retroexcavadoras continúan limpiando el barro y los bomberos siguen buscando víctimas en lo que es una tragedia inmensa, difícil de dimensionar.

Panorama desolador en Mocoa tras la avalancha que azotó a esta ciudad. Foto: Juanita Restrepo

Más arriba me encuentro con don Heliodoro Jojoa, un periodista de la región, que me narra lo sucedido como ‘indescriptible’. “Era el viernes en la noche cuando comenzó un torrencial aguacero que duro casi dos horas. A las 11 de la noche comenzamos a oír ruidos del río. Bajaban piedras. Al instante, en unos 10 minutos, se empezó a llenar el río y luego se botó a la calle, que parecía un cauce. Es indescriptible, bajaba barro, neveras, sillas, lavadoras, de todo. Vivir ese momento es inolvidable. La vecina de aquí por salir con el niño perdió la vida. El señor del granero y un propietario de una casa están perdidos, aún no los encuentran. Dicen que hay más de 500 desaparecidos. No quiero volver a vivir ese momento”, cuenta.

Al rato llega Juan Camilo, un joven de 16 años que desde que comenzó la avalancha no ha parado de trabajar para rescatar personas. Es el líder de un grupo de cuatro amigos que están en esta labor por iniciativa propia. En su mochila solo guarda agua y leche para mitigar el hambre y la sed y no tener que parar. Su papá le dice que se vaya a Pasto, pero él no quiere dejar su ciudad como la ve hoy.

Foto: Juanita Restrepo

A los minutos de vernos, se saca de los bolsillos varios documentos de personas que se ha encontrado regados en medio del lodo, incluso el de un compañero suyo de colegio que está desaparecido.

Foto: Juanita Restrepo

También guarda, junto con sus amigos, unas cartas y fotografías que un soldado le debió enviar a su novia.

 Foto: Juanita Restrepo

“En ese momento estaba lloviendo duro y pensamos que era una lluvia normal, pero después comenzaron a caer rayos y se iba la luz. En ese momento, cogí mi moto y me vine a la casa desde donde mi novia. Vi que bajaban palos y piedras y se escuchaba muy duro como si estuvieran tirando bombas. Cuando ya pasó todo eso salimos al lugar, pero no nos imaginábamos la magnitud de lo que había pasado. Empezamos a ayudar a la gente. Como estábamos bien, ¿Por qué no ayudar a los demás?”, señala.

Adrián Marín, uno de estos cuatro adolescentes, perdió totalmente su casa, pero su familia se salvó. Vamos a ver su casa y me cuenta sobre cómo era antes. “Mi cuarto está totalmente enterrado. Es posible que incluso hayan cuerpos por aquí. Ya era de noche y estábamos acostados y empezó a llover duro y salimos a ver. El río se comenzó a salir y nos pusimos más arriba. Escapamos por un muro hacia la casa de atrás. Probablemente ahora nos vayamos a Puerto Asís o Medellín”.

Foto: Juanita Restrepo

Los cuatro jóvenes afirman que continuarán subiendo mientras puedan. “Hemos sacado tres personas que fallecieron, entre esas una niña de 13 años, y una persona viva: le dolía todo el cuerpo. Voy a seguir ayudando todo lo que pueda. Mi papá me dice que me vaya donde mi tía a Pasto, pero yo le digo que no. Un momento ver mi pueblo bien y al minuto así, lleno de barro, perritos muertos, triste la situación”, dice Juan Camilo Ordónez.

Estos cuatro jóvenes aún sienten que esto es un sueño y que si no hubiera pasado nada estarían preocupándose por hacer tareas o intentar sacar adelante las materias antes de acabar este periodo escolar.

Juan Camilo Torres, otro de estos jóvenes, tampoco perdió la casa, pero sí el local de televisores de su familia. Afirma que se van a dedicar a ayudar, aunque saben que cada día es más difícil encontrar personas vivas. “Es importante para sus familiares poder enterrar a sus seres queridos y no que estén desaparecidos”.

Foto: Juanita Restrepo

Antes de terminar el recorrido por este tramo de Mocoa, David Marín, me dice que aquí ya no pueden vivir más. Es un joven crítico y no aprueba totalmente la labor de las autoridades porque dice que tienen demasiado protocolo. “Nunca se preocuparon por hacer un muro de contención y mire. A más de uno lo cogió durmiendo. Me da rabia que hay gente que no es de acá y se hace pasar como damnificada".

Vemos la casa del alcalde de Mocoa que también quedó destruida. Estos jóvenes dimensionan bien la tragedia. Saben que a muchos el río se los llevó lejos. “Hasta el Limón o el río Amazonas, quien sabe”, afirman. A pesar de todo, siguen trabajando. Atrás se escuchan las sirenas porque posiblemente se encontró un sobreviviente. Esa es su razón para seguir. “La tragedia nos ha unido, por primera vez veo a Mocoa unido”, cuenta David.

Los veo subir de nuevo hacia el desaparecido barrio San Miguel. Van solo con las ganas, sin palas o utensilios. Saben que no pueden dejar de trabajar por la ciudad y su gente.

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