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Efraín Mejía, el de ‘La Cumbia Soledeña’

El que “vestido de cumbiambero se estremece con el golpe de la tambora”, murió en la Clínica Central de Montería el 2 de noviembre de 2017.

A tres kilómetros de Barranquilla, teniendo como frontera natural el arroyo Don Juan, se encuentra la tórrida Soledad, el segundo municipio más poblado del departamento del Atlántico. Capital nacional del embutido emblemático de la región Caribe, la butifarra, Soledad es, también, cuna de inefables poetas como Gabriel Escocia Gravini (el creador de ‘La miseria humana’), decimeros repentistas como Gabriel Segura y tierra natal de músicos paradigmáticos como Pacho Galán, Alci Acosta, Checo Acosta, Rafael Campos Miranda y Efraín Mejía Donado. Este último fue el legendario director de ‘La Cumbia Soledeña’.

Comparsa de obligada presencia en las viejas ruedas de cumbia del otrora pequeño municipio y baluarte de las carnestolendas barranquilleras. Los orígenes de ‘La Cumbia Soledeña’, según cuenta Mejía, se remontan al año 1877 cuando su tío-bisabuelo Desiderio Barceló le dio vida a la que es, históricamente, la agrupación insignia del conjunto de flauta de millo, una de las practicas más raizales de la cumbia en Colombia.

Nacido en 1934, Efraín Mejía aprendió a tocar todos los instrumentos de la cumbiamba. Fue Alejandro Barceló, hijo de Desiderio, quien le enseñó a tocar la tambora, la flauta de millo, el llamador y el guache. Su abuela, la dueña de la casa donde vivían, le instruyó en el arte de los sones de cumbia, asunto que rememoró años más tarde al inmortalizar, por ejemplo, ‘La viudita’, una canción de su abuela, que Mejía puso al servicio del Carnaval.

A mediados de los años cincuenta, según relata Efraín Mejía, recibió la batuta de ‘La Cumbia Soledeña’ de parte de su tío Alejandro. En principio se trató de un asunto meramente comercial: “Ellos necesitaban a alguien así como yo, que tuviera chispa para la música. Me nombraron algo así como un gerente, para que les buscara toques y cobrara, porque los tenderos los ponían a tocar de siete de la noche a cinco de la mañana y no les pagaban”.}

Y así, como quien no quiere la cosa, el joven dicharachero terminó dirigiendo los destinos musicales de una agrupación que le puso sello de autor a la cumbia cañamillera y se dio el lujo de realizar conciertos extraordinarios alrededor del mundo, el más recordado de ellos, cuando alternaron junto a La Fania, La Sonora Matancera y Alejo Durán, el 14 de julio de 1977 en el Madison Square Garden de Nueva York.

Junto a ‘La Cumbia Soledeña’, Efraín Mejía grabó una veintena de discos para el sello Polydor. ‘Pa´goza el carnaval’, el primero de la cosecha, cuenta con la presencia de Pedro Ramayá Beltrán, cañamillero de Talaigua Nuevo, que en 1961 se unió a la banda cuando reemplazó al veterano Antonio Lucía Pacheco.

Ramayá y Mejía registraron la que es considerada la primera grabación de un conjunto de flauta de millo. Este asunto resulta curioso si tenemos en cuenta que se suele asumir, con cierto delirio, que la tradición del millo es inmemorial. ‘La Cumbia Soledeña’ perpetuó en los surcos de esos discos la banda sonora del Carnaval de Barranquilla y Efraín Mejía se dio licencia para escribir canciones heréticas y libidinosas del tipo ‘Diabólico mapalé’ y ‘La danza de las diablesas’, dos de las piezas más vibrantes del repertorio soledeño de las que, por allá en los años setenta, Mejía abjuró al dejar su oficio de rumbero por el de pescador de almas.

Aún convertido a los oficios religiosos, Efraín Mejía no pudo escapar nunca al frenesí carnavalero de la guacherna y la rueda de cumbia. El 2 de enero de 1997, en un decreto único expedido por la República Carnestoléndica de la Arenosa, Efraín Mejía Donado fue designado como Rey Momo “por su extensa carrera musical, folclórica, guapachosa en el Carnaval de Barranquilla”.

El infame Alzheimer diezmó el vigor de quien grabó ‘Santo y parrandero’, ‘Mapalé’, ‘El garabato’, ‘Pilanderas momposinas’, ‘Berembembe’, ‘Oración a San Gregorio’, ‘Tusa sobre tusa’, ‘La puya loca’, ‘La burra mocha’, ‘El congo grande’ y ‘Santo y parrandero’. Con la ignominia de la enfermedad a cuestas y aún siendo un monumento del folclor Caribe, Efraín Mejía fue otra de las víctimas de la negligencia estatal y el abandono sistemático de los que recaudan los dineros de los artistas.

Con la sola compañía de su hijo Afraín Antonio Jr., Efraín Mejía Donado, el que “vestido de cumbiambero se estremece con el golpe de la tambora y vibra con la flauta de millo”, murió en la Clínica Central de Montería el 2 de noviembre de 2017.

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