Pero pasaron los tiempos, y la presencia del cantante como aquel que le imprimía carisma a las nuevas agrupaciones vallenatas se hizo ineludible, y tristemente permitió que esa figura del cantor que es también acordeonero se fuera desvaneciendo.
Hace un tiempo, sin embargo, una nueva figura le ha dado un aire de renovación a ese arte, blandiéndose en el escenario con un repertorio de clásicos, una voz potente y, sobre todo, un dominio del acordeón rayano en el virtuosismo.
Éibar Rafael Gutiérrez Barranco es un joven acordeonero y cantante que hoy es conocido como “el Juglar Urbano . Nacido en Valledupar, hijo del guitarrista, acordeonero y compositor Rafael Gutiérrez Mojica, pensaba decantarse por la arquitectura, carrera que estudió en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Cartagena, pero la música se hizo más fuerte a la hora de encontrar una vocación.
Hijo mayor de una familia típica vallenata que lo impregnó de amor por su tierra, se convirtió Virrey del Festival Vallenato en la categoría Aficionados en el 2000. Gracias a eso se ha ido labrando una carrera que además lo ha llevado a musicalizar la telenovela Tierra de cantores y a encarnar al mismísimo Israel Romero en la serie dedicada a la vida del malogrado cantor Rafael Orozco.
El nombre de la primera producción sonora de Gutiérrez (de principios de la década pasada), así como el de su grupo, es Eterno Abril.
Con dicha denominación, el juglar busca que la gente recuerde que el vallenato no puede ser flor de un mes, justo cuando se conmemora el Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar. Y en ese sentido sí que ha hecho aportes, no sólo con una serie de CD donde se ha dado a trabajar los cuatro aires del género de manera concienzuda y autorizada (dejando de lado la tentación de ingresar en el “balanato o en la nueva ola), sino también con trabajos en DVD que combinan la música con la imagen, y en los que ha compartido ejecución con invitados de la talla de los reyes vallenatos Alfredo Gutiérrez, Ciro Meza, Álvaro Meza y Beto Jamaica.
Sin lugar a dudas, cuando se haga un repaso de la reciente historia del vallenato, el nombre de Éibar Gutiérrez trascenderá como el del hombre que no permitió que un arte, el de ser uno solo cantor y acordeonero, desapareciera.