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Espumas, la canción que nació en un paseo de olla al río Magdalena

La melodía nacida en un paseo de olla, según Villamil Cordovez le cambió la vida hasta el punto de que lo hizo pensar en su retiro de la Medicina.
Vicente Silva Vargas. Director de Radio Nacional de Colombia

Jorge Villamil Cordovez contaba, en medio de risotadas, que este pasillo popularizado por cantantes famosos de Hispanoamérica surgió una tarde de tragos, decepciones y música en la que los protagonistas no fueron músicos sino médicos decepcionados y mujeres desenamoradas.

La historia empezó en domingo de 1962 cuando él y otro médico que trabajaba en el Hospital General de Neiva organizaron un paseo al Remolino de Bateas, bañadero de Villavieja, un pequeño pueblo cercano a Neiva. La disculpa no era otra que empezar a superar el desprecio de dos muchachas que no soportaron más sus vidas de donjuanes, ni las parrandas con tiples y guitarras, andanzas que combinaban con la atención de los pocos consultorios que tenía esta ciudad donde había más músicos que médicos.

Villamil Cordovez –amigo impenitente de los paseos al Magdalena– y su colega Alfonso Trujillo dispusieron el viaje al Remolino a bordo de una camioneta Ford tan destartalada que parecía sobreviviente de la guerra. A ellos se pegaron vecinas y otros amigos que acolitaron su deseo de ahogar penas en las lustrosas aguas del Yuma. Ellas alistaron las viandas: yucas, plátanos, papas, cebolla larga, ahuyama, cilantro, sal, aceite y un par de libras de arroz empacadas en chuspas de papel. A la remesa sumaron una olla de aluminio llena chupones y una paila renegrida para los fritos y el hogo (en el Huila no se habla de hogao). Los demás se encargaron de sus chingas y chingues –como llaman los opitas a las pantalonetas varoniles y los trajes de bajo de las damas– y dispusieron de unas cuantas toallas deshilachadas que, según decía Villamil, “parecían mojar en vez de secar”.

Ya en Bateas –antigua hacienda esclavista de la región– el paisaje de un pequeño valle repleto de arrozales, las desilusiones de los enamorados y el lento trasegar del Magdalena se encargaron de hacer sus aportes para el surgimiento de una de las canciones románticas más populares de Colombia. Luego de unas varias chapuceadas en el río, una buena dosis de anisados y con la inspiración desbordada, el médico-compositor empezó a hilar su obra. Primero, notó cómo de las aguas del Magdalena surgían espumosos círculos blancos que daban vueltas interminables en los remolinos que los despedazaban. Luego se dio cuenta de que las coronas espumosas eran dispersadas o tragadas por el remolino para desparecer en un santiamén aguas abajo.

A partir de ese momento la construcción musical siguió con el constante silbido que le servía al maestro parta determinar la línea melódica y el ritmo. Sin dudar nunca que debía ser un pasillo, Villamil Cordovez armó la canción con otros elementos que observó en el Magdalena. Así aparecieron las rosas “viajeras” que adornaban la casa campesina a donde llegaron, el lento pero constante trasegar del río, el reflejo de las aguas que el prefirió llamar “espejos tembladores”, los “retratos” de los amores que solo le dieron “dichas pasajeras”, las verdes montañas y el agua que “ornaban” el paisaje y el viaje río abajo de las “ilusiones destrozadas por el remolino”.

La letra se escribió allí mismo, en Bateas, en las bolsas de papel que contenían el arroz del paseo. Y dos de los versos centrales de la obra cobraron fuerza allí mismo al repetirlo como si fuera una chanza: “Amores que se fueron / amores peregrinos … Espumas que se van / bellas rosas viajeras…”

De regreso a Neiva, el médico que apenas había compuesto media docena de canciones grabadas por Los Tolimenses, pulió la letra y afinó la música con su tiple. Poco después le puso el nombre con el que se conoce y la entregó al famoso dueto que la grabó sin mayor impacto quizá, decía Villamil, “porque una canción tan bella no sonaba bien en unos artistas que tenían un estilo más humorístico que romántico”. Meses después, Garzón y Collazos la grabaron con tanto éxito que llegó a oídos del mexicano Javier Solís quien la transformó en un bolero ranchero y la popularizó en Hispanoamérica.

La melodía nacida en un paseo de olla, que según Villamil Cordovez le cambió la vida hasta el punto de que lo hizo pensar en su retiro de la Medicina, tiene más de 150 versiones de artistas colombianos y extranjeros. Ha sido grabada en inglés, portugués, ruso, finés, francés e italiano y junto con Llamarada, es la más solicitada en el repertorio del artista neivano.

Pero Espumas no es la única canción que Jorge Villamil le ha dedicado al Magdalena. Un rápido repaso a su cancionero demuestra que junto con la barranquillera Esther Forero y el banqueño José Barros, el opita fue un hombre que le cantó al río para deshacer amores, despedirse de la tierra natal y establecer nexos cantados entre el agua y los paisajes verdes.

En la lista de diecisiete obras al Magdalena, además de Espumas, hay valses, sanjuaneros, cañas, pasillos, porros, bambucos y guabinas. Estas canciones son: Aguas mansas, Honda Ciudad de los puentes, Tambores de Pacandé, Al Sur, Painima, Los gualandayes, Neiva, La Cimarrona, El Caracolí, Matambo, La Garzoneña, Laguna de Altamira, Sur del Huila, Los guaduales, La estampida y El betaniense.

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