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La música entra por los ojos Vol. 1

Smash song hits’, de Richard Rodgers y Lorenz Hart. El que es considerado el primer disco con portada a color en la historia de la música grabada.
Luis Daniel Vega

A finales de los años treinta del siglo pasado, la naciente industria discográfica –que entre 1877 y 1910 había evolucionado del fonógrafo al gramófono- empacaban los frágiles discos de 78 rpm en escuetas fundas de papel estraza –unas lisas, otras con el nombre del sello o el distribuidor impreso- que tenían como rasgo particular un corte circular en el centro que permitía ver el marbete con la información más detallada del producto. Fue usual que estos discos de 10 o 12 pulgadas fueran agrupados en gruesas carpetas de cuero que simulaban a un álbum de fotografías, lo que permitía almacenarlos de forma más cómoda. La portada, por lo general, era sobria y monocromática.

Foto 1

Así estaban las cosas cuando en 1938 Columbia Records contrató al joven Alex Steinweiss, un diseñador gráfico nacido el 24 de marzo de 1917 en Brooklyn, Nueva York. Dos años después de su llegada como director de arte a la célebre compañía discográfica, Steinweiss le presentó a las directivas una idea revolucionaria: sustituir las desangeladas portadas de los álbumes y las incómodas fundas, por una plancha de cartón cuadrada a color. Su propósito, aceptado a regañadientes, fue puesto a prueba con ‘Smash song hits’, de Richard Rodgers y Lorenz Hart. El que es considerado el primer disco con portada a color en la historia de la música grabada, marcó un precedente innovador que se mantiene hasta nuestros días en los que resulta imposible concebir una grabación sin el soporte gráfico respectivo. Tal vez sin sospecharlo, el aventado neoyorquino cambió el rumbo de la manufactura fonográfica y se inventó una inmortal paradoja: la música entra por los ojos.

Foto 2

Las portadas a color aparecieron en Colombia a mediados de los años cincuenta. Sellos como Silver, Zeida, Sonolux y Vergara -que apenas tenían un lustro de haber sido fundados- sustituyeron los sobres de color marrón y empezaron a imprimir bellas ilustraciones que, además de cautivar la atención de los compradores, revelaban con cierta ambigüedad los imaginarios modernistas de nuestras músicas tropicales y andinas, particularmente.

Silver

Zeida

Sonolux

Tan amplio y desconocido como gran parte del acervo sonoro colombiano, resulta su similar iconográfico. Infortunadamente hemos sido tan descuidados que, a la fecha, no hay ningún libro que celebre esta historia colorida y fascinante. Para saldar transitoriamente la deuda, invitamos a algunas gentes entusiastas a que nos contaran cuáles son sus portadas favoritas de algunas músicas colombianas prensadas en vinilo. La primera de esta serie está encabezada por el artista plástico Humberto Junca, miembro fundador de la agrupación Las Malas Amistades, quien con detalle y filigrana nos compartió las curiosas razones por las que esta decena de portadas fabulosas que verán a continuación hacen parte de su diversa e inaudita banda sonora.

‘Dele Por’ Ai’ (1975)

Gildardo Montoya y su conjunto

Foto 3

No sé qué es lo más curioso en esta portada, si el error ortográfico en el título (con apóstrofe y todo), el uso desviado de la guitarra en esa acción un poquito perversa y muy coreografiada, o los detalles deliciosos que la adornan, como el gesto de la mujer en bikini, la camisa sicodélica de Montoya, el afiche del desnudo en la pared, la colección de estampas de autos antiguos, esos cuatro vinilos que la joven está levantando del piso, y sobre todo, ese globito que encierra en el extremo inferior izquierdo de la tapa, una advertencia que dice: “Solo para adultos”.

Según parece, este disco es un precursor de aquella calcomanía que, bajo el pacato gobierno de Reagan, el PMRC (Parents Music Resource Center) obligó a poner, a partir de 1985 sobre las fundas de los productos musicales que ellos consideraran “indecentes”, con letras que tratasen directa o indirectamente temas como el uso de drogas, la masturbación, el sexo, o que incitaran a la violencia.

Dicha calcomanía, que luego se imprimió directamente sobre las portadas, indicaba que un joven solo podía comprar ese disco “marcado” en compañía de un adulto. ¿Será que en Colombia, diez años antes del Parental Advisory: Explicit Lyrics, este disco del “gitano groserón” se vendió únicamente a mayores de edad? Lo que queda claro es que para ilustrar con picardía el contenido de sus canciones, Montoya emplea su guitarra con mucha versatilidad. Por supuesto, hoy en día sería difícil sacar al mercado, tan corporativo, tan limpio, tan políticamente correcto, una carátula semejante; y eso le da un valor agregado: posiblemente, esta portada nos muestra lo que somos en el fondo, con paredes enchapadas de madera, cual chalet suizo, y rancheras incluidas.

‘Israel Romero y su conjunto. Canta Rafael Orozco’ (1976)

El Binomio de Oro

Binomio

El primer larga duración de El Binomio de Oro nos presenta a Rafael Orozco y a Israel Romero, sentados en medio de un pastizal a la vera del camino, en una espontánea y significativa fotografía tomada por León Ruiz. Posiblemente Orozco está estrenando camisa, pero por lo demás, los dos músicos están vestidos de manera casual. Ambos giran levemente la cabeza hacia la derecha, miran a la cámara y sonríen, tienen el cabello ligeramente largo. Se nos presentan medio rurales, descomprometidos y felices. Romero tiene su acordeón en el regazo y parece estarlo tocando. Siempre me ha fascinado esta foto por su sencillez, por su falta de adornos; me parece casi documental, ejemplar, sobre todo al compararla con sus portadas futuras donde llevan trajes dorados a lo Elvis, por ejemplo. Se nota que, en este punto, para bien o para mal, estaban lejos de ser estrellas; solo eran un par de jóvenes talentosos y humildes, encantadores.

‘En Gira’ (1977)

Noel Petro

Noel

La mayoría de portadas de los discos de “El Burro Mocho” son tremendas, llenas de humor e ironía. Este showman sabía que todo, hasta la música, entra por los ojos. Si debo escoger una, me quedo con esta porque entre un lado y el otro, la funda cuenta una pequeña historia en dos actos, con final trágico (y cómico). Por un lado, la portada muestra a nuestro héroe corriendo tras de un tren, cargando sus instrumentos como si fuese un hombre orquesta o el integrante de una banda de rockabilly, con contrabajo gigante y todo; icónico, el requinto eléctrico se asoma entre maletas y corotos.

Por el otro lado, en la contraportada descubrimos al músico, con todo su equipaje, tirado entre las vías férreas, con un pie levemente levantado indicando que la caída acaba de ocurrir, sonriendo, pues acepta el accidente con humor mientras el tren se aleja. Que Noel Petro se muestre fracasando y riéndose de sí mismo, hace que lo sintamos más cercano, más humano. Además, pocas carátulas hacen tan buen uso del tren para representar lo popular, la música y la idea de viaje. Al fin y al cabo, este es un país que absurdamente eliminó el uso económico y recursivo de sus carrileras.

Cuando miro esta tapa recuerdo un viaje maravilloso, que hice con mi mamá a comienzos de los ochenta, por tren, de Bogotá a Santa Marta, en el que se llamaba “El Expreso del Sol”; quizás por eso mismo, se me antoja cargada de urgencia y de nostalgia.

‘Yaki-Kandru’ (1977)

Yaki-Kandru

Foto

La portada del primer trabajo del proyecto liderado por Jorge López reproduce algunos de los enigmáticos dibujos en plumilla del artista y senador (sic) caleño Pedro Alcántara. Esos seres, antropomorfos y extraterrestres, orgánicos y monstruosos, realistas y abstractos, primitivos y futuristas, reflejan perfectamente las polaridades puestas en juego en este disco experimental realizado por músicos académicos, siguiendo las leyes de la creatividad indígena en etnias de México, Venezuela y Colombia.

La tapa de este larga duración resulta misteriosa y ominosa, más aún porque no tiene ningún tipo de información adicional: ni títulos, ni nombres propios, solo esos inquietantes rostros dibujados, de seres sin piel que parecen exponernos su interior, enmarcados en cuatro viñetas de diferentes tamaños, como si dicha tapa fuese un extraño cómic mudo. ¿Será que Alcántara tenía una copia del Brain Salad Surgery (1973) de EMERSON, LAKE & PALMER? Guardadas proporciones, siempre he pensado que el caleño es como un H. R. Giger criollo.

‘Viva Quien Toca’ (1981)

Los Carrangueros Ráquira

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El popular cuarteto prensó sus dos primeros larga duración en 1981. Las portadas de ambos discos hacen alusión a las fotografías antiguas, de forma diferente. La tapa del primer disco los muestra posando en un parque, a punto de ser capturados por un viejo fotógrafo callejero. En este disco, aparecen los retratos de los miembros del grupo sobre un fondo azul celeste y gaseoso, tratados a la vieja usanza de las fotos pintadas, retocadas a mano (según parece, dicho trabajo fue realizado por Humberto Gallego, tal cual se informa en la contraportada). Los cuatro rostros están ubicados en cruz.

El tratamiento, entre fotográfico y pictórico, les hace ver, de cierta forma, inmateriales, como venidos de otro tiempo o de otro espacio; como los íconos de las Gráficas Molinari. Quizás por los sombreros que llevan, pienso, sobre todo, en las estampas de José Gregorio Hernández. Además, los cuatro lucen ruanas. Dos de ellos tienen barba. Dos de ellos tienen gafas. Dos de ellos lucen el cuello de la camisa por fuera de la ruana… y hay uno con corbata. Esta portada es telúrica y divina a la vez.

‘Y Sus Éxitos de Oro’ (1987)

Alfredo Gutiérrez

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Esta compilación prensada por el sello De Lujo –la serie económica de Discos Fuentes-, tiene una portada con una fotografía (sin crédito) que le da un giro inesperado a la pinta, a la imagen de la mujer objeto tan cara para la música tropical. En un prado frente a un paisaje montañoso, sabanero, una joven de pie, descalza, de actitud desafiante y ombligo al aire, mira a la cámara ubicada levemente más debajo de su rostro, lo que la hace ver más altiva, imponente.

Tiene las piernas ligeramente abiertas y las manos en la cintura, y eso hace que se asemeje a un pistolero de las películas de vaqueros, en medio de un duelo. No sonríe. Luce un bluyín customizado cuyas botas terminan en jirones y que está lleno de dibujos y grafitis hechos con bolígrafo azul y rojo: se alcanzan a apreciar un par de senos (no podían faltar), junto a palabras como “Hitler”, “Morfina” y “LOVE”, junto a la hoz y el martillo comunista. También hay una gran interrogación dibujada en rojo. En la bota derecha del jean alcanza a leerse una palabra incompleta: “OCA” escrita de cabeza. A veces creo que la letra oculta al comienzo es una “C”… aunque puede ser una “L”, eso solo lo sabrá quien rayó la prenda, y la modelo. Revolucionaria e inquietante portada, demasiado “roquera”, incluso para un disco de Alfredo Gutiérrez.

‘La Muerte… Un Compromiso de Todos’ (1989)

La pestilencia 

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El mejor disco de rock de la década del ochenta hecho en Colombia, tiene una de las portadas más horribles, y por tanto, más icónicas. Este collage realizado por Ernesto Plazas (estudiante de arte y compañero de la Universidad Nacional), nos muestra una cocina delirante, con frutas, un tarro de ojos enlatados, una niña capaz de estirar sus piernas para alcanzar una botella arriba de la nevera, y a una anciana de camisa atigrada que nos mira fijamente y está apunto de licuar unos pollitos, es, por supuesto, un ejemplo perfecto de estética punk. Que la tapa de una de las pastas más políticas prensada en el país, sea una escena doméstica torcida protagonizada por dos mujeres (una joven y una vieja) y que alude directamente a un consumismo enfermizo, es más que significativo; por algo la banda cierra su lista de agradecimientos en la contraportada nombrando a los pollitos.

‘Chapinero Gaitanista’ (1990)

La Orquesta Sinfónica de Chapinero

Foto

El collage encantador, burdo y mayormente en blanco y negro, hecho por Andrés Villa, a partir de fotos (y algunas fotocopias) de personajes ilustres y famosos de la historia de Colombia (coronado por “El Pibe” Valderrama, a todo color), sirve de marco a los miembros del Hotel Regina y La Orquesta Sinfónica de Chapinero, presentes de cuerpo entero, quienes se acompañan por una serie de ensamblajes hechos con objetos como latas de cerveza, un paraguas, un sombrero bombín, frutas y discos de vinilo de 7 pulgadas, que escriben las letras de la palabra “Gaitanista”, junto a un escudo donde se lee el nombre de la banda, armado con la rejilla frontal de un Renault 4 y una llanta de repuesto. Este guiño gris y tercermundista a la portada, también en collage, del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967) de los BEATLES es maravilloso y eficaz en su precariedad: el retrato de la caótica esquizofrenia colombiana, a comienzos de la década de los 90 del siglo pasado.

‘El Caballero De La Champeta Criolla’ (1996)

Elio Boom

portada

Elio Boom (Francisco Corrales) es un genio y este disco, mezcla de techno, house y música africana, pura champeta cargada de electro, lo demuestra. En el centro de la portada de este larga duración, aparece la fotografía de Boom, sonriente, levantando un puño y vestido con una curiosa chaqueta vaquera con flecos y colores chillones, con bordados orientales y con unas hombreras gigantes. Su sonrisa generosa muestra un vacío, que remite más al “desmueletado” de Juancho Polo Valencia, que a la separación de dientes de Madonna. Dicha foto está enmarcada por doce recuadros (seis a cada lado) que imitan los fotogramas de un film. Dentro de dichos recuadros se aprecian claramente cinco (los dibujos se repiten) de los doce Caballeros del Zodiaco, la famosa serie de televisión japonesa.

Por su formato y su color de fondo, similar al azul, al amarillo, al rosado y al verde de la cartulina bristol, tales imágenes me recuerdan las láminas de los álbumes “piratas” que uno compraba en la tienda de la esquina. El nombre artístico del músico aparece arriba de su foto, con un tipo de letra sicodélica, sinuosa, roja y verde. En la parte de abajo de la portada, se lee el título del disco en letras capitales “fugando” a lo Star Wars. Si Los Caballeros del Zodiaco son un pastiche que funde la cultura del dibujo animado japonés con los mitos de la tradición greco-romana, Boom adiciona descaradamente al brebaje la alegría, el sabor, el ritmo, el vacile de la música afrocolombiana de fines del siglo XX. Eso queda clarísimo en esta carátula multicultural y desenfadada diseñada por Gustavo Adolfo Jiménez, según información de la contraportada. ¡Dame tu fuerza Pegaso!

‘Jardín Interior’ (2006)

Las Malas Amistades

Foto

Me gusta un poquito más el collage de la portada de la primera edición de este trabajo, con el encabezado tachado con “esfero” rojo y el bailarín sufí al lado de una mujer latina, con pollera y hombros al aire, que parece sonreírle; pero dicho disco solo se prensó en CD y esta es una lista de portadas de vinilos. Afortunadamente, un año después, el sello británico Honest Jons reedita Jardín Interior en un estuche de tres siete pulgadas, y pone en la tapa el collage, realizado por Manuel Kalmanovitz, que estaba en la contraportada de la mentada primera edición.

En él aparece la foto a color, recortada de una National Geographic, de un bosquimano armado con arco y flecha, en medio de un paisaje alpino (a juzgar por los bosques y un castillo que se aprecia en el extremo inferior derecho), tomado de un viejo libro de viajes con fotografías en blanco y negro. El contraste entre escalas es fantástico: el cazador africano ahora es un gigante y parece estar a punto de flechar a un suizo, o a cualquier otro “nativo” del lugar. Como está cortado más abajo de la cintura, parece tener las piernas completamente hundidas en un delgado río que baja, o entre la arboleda vecina, volviendo líquido lo sólido… son esas cosas surrealistas del collage. Sin embargo, lo más bello es ver vibrando el color de la estepa del Kalahari alrededor del cuerpo del cazador y dentro de su arco, con su pasto dorado y un pedacito de ese cielo azul intenso del sur del África, iluminando así, lo gris del paisaje europeo. Este collage representa una invasión de “lo salvaje” al Viejo Continente, y eso es exactamente lo que la silvestre banda bogotana estaba haciendo con este disco. ¡Qué viva la diáspora!

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