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Las voces del empleo informal en Bucaramanga

La lucha diaria de los trabajadores colombianos.

Por: Angélica Blanco Ríos.

El ingenio, la necesidad y el desempleo en Bucaramanga, han llevado a miles de ciudadanos a apelar al rebusque. “Tenemos que vivir de algo”, dice Jorge Álvarez, quien a sus 80 años de edad vende libros y zapatos de segunda, oficio que no ha ‘muerto’ y aunque a veces no tiene ni para el almuerzo, cada vez que habla de los 20 años que ha trabajado sentado en un andén ubicado en el corazón de la capital santandereana (el centro), recuerda que con su trabajo sacó adelante a sus tres hijos.

Hoy no tiene seguro médico, ni pensión. Él hace parte de la otra cara que mostró el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) en su último informe, en donde Bucaramanga fue una de las ciudades de Colombia con las tasas de desempleo más bajas (7,6%), seguido de Santa Marta (8,2%), Barranquilla y su Área Metropolitana (8,4%).

“Vendo algo, pero no como vendía antes. Vendo un libro o dos. Yo he leído muchas obras, La guerra y la paz de Leon Tolstoi, un escritor ruso, Una familia sin nombre de Julio Verne, La Vorágine que es la mejor novela de América”: Don Jorge.

Sin embargo, la falta de oportunidades también ‘toca’ a las mujeres. Tal es el caso de Miriam Rodríguez, una de las 2.000 personas que por no haber estudiado nada y a haber quedado embarazada a temprana edad, se dedica a “darle suerte” a los ciudadanos de esta capital desde hace 38 años.

“Soy vendedora de lotería porque me tocó hacerle frente a la vida. De esto vivimos nosotros, con esto pagamos arriendo, el diario y los servicios”, relata Miriam Rodríguez, mientras explica que junto a su esposo, un lotero que se recorre toda Bucaramanga desde las 7:00 a.m. hasta las 5:00 p.m., no ha pensado en dejar el oficio, pero sí le genera tristeza que su trabajo “para las empresas que nos venden los billetes, no tiene valor”. No tenemos seguridad social, ni nos dan una pastilla cuando nos enfermamos. Solo se preocupan de darnos y de recibir lo que no logramos vender a diario”, cuenta esta mujer.

“Pero no todo es malo”, asegura, pues su oficio también le ha dado alegrías. Hace cuatro años vendió un premio mayor de la Lotería de Santander, “recuerdo que estaban pagando 450 millones de pesos y esa es la mayor felicidad que puede tener quien se dedica a esto”, detalla con una gran sonrisa, como quien literalmente “se gana la lotería”.

“Tengo 25 años de estar vendiendo lotería aquí en Bucaramanga […] Hace cuatro años que se ganaron un mayor de la Santander, cuando uno vende un premio mayor, uno se alegra mucho”: Miriam Rodríguez.

Sin embargo, en el centro de esta capital también se ubican fotógrafos como Agapito Ramírez Ramírez, quien con caballo de madera en una mano y la cámara en la otra, lucha por sobrevivir en Bucaramanga. Y es que esta historia se repite en todos los rincones del país o del mundo, pues la tecnología refuta él “fue el acabose de nuestro oficio”. Lo perjudicó a tal punto que pasó de tomar 20 fotos diarias a 4 ó 5.

“Cuando yo empecé hacía 15, 20 fotos, hoy en día no nos sale ni para tomar dos o tres fotos”: Agapito Ramírez Ramírez.

Y desde un rincón del Parque Santander, ubicado frente a la Catedral la Sagrada Familia, aparece Otoniel Díaz con su fiel compañera que de lunes a viernes le da su sustento: su cajón de lustrar que, lleno de betún, de colores, cepillos y trapos, lo ha acompañado en sus mayores alegrías y tristezas desde 1980.

Dice que no es un lustrabotas, sino un embellecedor de zapatos y busca cualquier excusa para conversar con su cliente. Le saca las palabras a cada persona, como le saca brillo a cada zapato que pisa su caja.

FOTO: MILENA BERNAL.

No tuvo estudio, pero sí tres hijos y “por eso me vi obligado a coger mi cajita de lustrar”, concluye Otoniel Díaz Díaz, uno de los miles de santandereanos que son la prueba fehaciente de que hay oficios que se niegan a desaparecer en la ‘Ciudad bonita’.

“No somos emboladores, somos embellecedores de calzado”: Otoniel Díaz.


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