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Tres venezolanos que buscan una nueva vida en La Guajira

Historias de vida y sueños que traspasan fronteras desde el vecino país.

Por: Diego Suárez

Miguel Sánchez llegó en medio de caballos, elefantes y algunas aves a Maicao en La Guajira. Desde la población de Rosario en el estado Lara en Venezuela, empacó estos animales tallados en madera para huirle a la cada vez más preocupante crisis en su país y ubicarse en una esquina de la zona bancaria para demostrar lo que las manos en su tierra pueden hacer.

“Al comienzo es muy difícil salir de nuestro país y dejar a nuestras familias pero en esta región nos han tendido la mano y hoy estoy muy agradecido porque han recibido mis animales, las flores, los elementos de cocina y toda la mercancía que traemos desde esa zona de artesanos. Allá con lo que nos ganamos en un día nos alcanza solo para comprar un kilo de arroz”, señala.

Este hombre que siempre está sonriente y atiende con amabilidad, dice que un día decidió abandonar su patria para probar suerte en tierras colombianas. “Anhelo volver a mi país, pero cuando todo mejore allá y todos tengamos oportunidades de salir adelante. En ocasiones es difícil porque hay personas que se quejan de nuestra presencia acá. Sin embargo, la gran mayoría son amables y nos han acogido bien”.

Con un rostro que contagia optimismo, Miguel observa a su hija Luisana mientras le vende una cuchara de cocina a una maicaera. Anhela que la menor de sus dos retoños pueda en un futuro terminar su carrera de medicina, la cual abandonó para venir a ayudarle en las ventas, actividad que atienden religiosamente desde las 8 :30 de la mañana, hasta antes de las 6 de la tarde.

El ingeniero del plástico

A tres cuadras de donde Miguel extiende sus productos de madera para llevar comida y medicamentos a su familia en Venezuela, se encuentra Erick Montilla, con varias bolsas de ganchos de plástico para ropa que aspira vender en los cientos de almacenes ubicados en la zona comercial de Maicao. Acaba de regresar tras negociar parte de su mercancía con un árabe que tiene una cacharrería cerca al parque principal.

Erick Montilla. Foto: Diego Suárez.

“Acá en la plaza de Maicao dormí durante 20 días, aguantando lluvia, corriéndole a los policías, acostado en las bancas y cuando estaban ocupadas, en el suelo con cartones”, cuenta este ingeniero de mantenimiento mecánico que llegó desde la otrora próspera Maracaibo.

Erick califica a la Venezuela de hoy como otra Cuba y dice que por la problemática de su país muchos de sus compatriotas han tenido que pasar las fronteras de Colombia y otras naciones. “Nos tocó huir, y en mi caso llevo acá en Maicao seis meses. Empecé vendiendo agua y luego carne. Ahora recorro este municipio, al lado de mi esposa y mis hijos ofreciendo los productos de plástico que traigo de allá y gracias a Dios ya me empieza a ir mejor”, cuenta.

La diseñadora del dulce

La vida maduró muy rápido a Elizabeth Hernández, una joven de 23 años que debió dejar sus estudios de diseño gráfico en Venezuela. Un día tocó fondo en sus posibilidades económicas y se levantó sin tener para su transporte y su comida. Decidió subir algunos de sus trabajos de la universidad al Facebook y vendió ese material, lo que le permitió estudiar por un mes más.

“Ya después de ese mes yo no tenía ni pasajes ni material. Me quedé sin el chivo y sin el mecate. Me tocó venirme con mi papá a una casa, pero me robaron algunos equipos de belleza que tenía, apenas 15 días después de haber llegado a Colombia”, señala.

Con voz entrecortada, asegura que por su trabajo, vendiendo dulces desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche, y por su acento venezolano le hacen propuestas indecentes. “Muchos hombres me dicen que me acueste con ellos, hace días uno me dijo que en la noche me compraba una galleta y que cuanto le cobraba por un rato. Yo no estoy en venta, solo trabajo con estos confites por necesidad”, afirma.

Recibir tantos insultos en el día la han llevado a llorar, deprimirse y esconderse en su habitación, pero la falta de plata solo le deja una posibilidad: limpiarse las lágrimas y salir a vender sus mentas, galletas, chocolatinas y chicles. “En Venezuela sufrimos muchas necesidades. Eso de que uno tiene solo yuca sin sal en la noche es verdad. Eso de que terminamos comiendo pellejo, lo que antes era comida para animales, también es verdad. A veces tienes una sola comida en el día y es un plato de sopa”.

Pese a las dificultades que han enfrentado en los últimos meses en tierra guajira, agradecen la oportunidad de trabajar honradamente y compartir con muchas personas que comprenden que no están en este país para quitarles oportunidades a sus gentes. Miguel, Erick y Elizabeth coinciden en que volverán a su Venezuela del alma cuando las cosas mejoren. Y confían en que eso será más temprano que tarde.

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