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Mariela Pujimuy Janamejoy: primera mujer Inga que obtuvo un postgrado y una maestría

Esta mujer se aventuró a salir de su territorio para fluir como el agua que corre por las tierras que la vieron nacer.
La primera mujer Inga que logra un postgrado y una maestría
Foto: Cortesía UIS.
Angélica Blanco

“Soy mujer, soy líder, soy mamá, hermana, docente y demás roles que he tenido que asumir por tradición cultural”. Nada describe mejor a Mariela Pujimuy Janamejoy como lo que acaba de decir. 

Cuando cuenta su historia no deja de mirar al cielo y a la naturaleza. Dice que nació, se crió y aprendió todo lo que pudo de su comunidad: el Cabildo Inga de Aponte,  Nariño. Un territorio lleno de entereza que explica por qué es tan centrada y ama todo lo que es y todo lo que fueron sus ancestros.

Los Incas, que caminaron desde Cusco, Perú, pasaron por Ecuador y se establecieron en el Valle de Sibundoy, Putumayo. Desde entonces el resto ha sido historia y resiliencia. 
Saluda en su lengua nativa: el quechua. Viste el traje tradicional de los Ingas todo el tiempo, una falda negra tejida, una camisa blanca, porta un bastón de mando y resaltan los colores de los tejidos que aprendió a ejecutar desde que era pequeña y que “me protejen”, explica. 

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Cuenta que nació hace 28 años, un 21 de noviembre, justo cuando la luna estaba cerca al tiempo de luna nueva, lo que significa, “para los ingas que yo iba a crecer desde y para el territorio”, y así ha sido. 

“Hoy soy docente cátedra. Enseño lenguas nativas y soy estudiante de la maestría en Gestión y Políticas Públicas de la Universidad Industrial de Santander (UIS)”, añade. Pero su camino hasta uno de los claustros educativos más importantes del nororiente colombiano no ha sido fácil. 

Llegó a estudiar en una ciudad que no conocía, Bucaramanga, tenía además pocos recursos para ser parte de la facultad de Licenciatura en Español y Literatura, pero para poder hacerlo en el 2010, junto a Freddy Janamejoy Mavisoy, su compañero de vida, como le llama, interpusieron una acción de tutela contra la UIS, porque allí, en ese entonces, habían decidido derogar los cupos especiales para estudiantes indígenas y la ganaron. 

Esto lo cambió todo. Hoy, 10 años después y en el trasegar de su camino, sus hermanas Mariluz y Liliana también viven en la capital de Santander. Recorrieron más de 1.100 kilómetros para seguir sus pasos y para compartir pasiones. 

Tejen, mientras me cuentan su historia. Hablan todo el tiempo de lo importante que ha sido todo este proceso para un pueblo que, al igual que los demás cabildos indígenas del país, que han tenido que soportar estigmas, pobreza, abandono estatal y olvido; vean en la educación un pilar fundamental y una cultura desde el ser indígena.

“Mariela es un ejemplo a seguir. Ella ha sido una de las grandes dinamizadoras y espero que nos siga orientando también”, murmura Mariluz, su hermana, que anhela que en los próximos 500 años, fecha para la que proyectan todo los Ingas, se abran más campos para las culturas en las grandes universidades de Colombia y del mundo. 

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Hoy, no camina sola, sus dos “semillas de vida”, como les llama a sus hijos, la acompañan en cualquier proyecto que emprende, pero además “siempre estoy acompañada de las autoridades tradicionales. Tenemos la fortuna de ser los primeros en fundar el Cabildo Universitario de la UIS y este ha sido el punto central donde nos hemos venido moviendo”, reafirma Mariela.

La apoya Liliana, su hermana menor, quien define el propósito de este grupo “como un conjunto de saberes en el que hacemos sensibilización con todos los estudiantes indígenas, para que no dejemos perder todas las características que nos identifican, como la lengua, el vestido y el mensaje que hemos dado por años. Afortunadamente la gente se ha interesado cada vez más en conocernos y eso también se lo agradecemos a Mariela, que tiene la capacidad y los saberes para llegar a más gente”. 

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Hace unos días esta mujer ganó una beca para estudiar en una institución en Alemania y mientras habla sobre lo que extraña y sobre lo que sueña, no deja de mencionar la importancia que tiene volver a su territorio y enseñar todo lo que ha aprendido fuera de él. 

Viaja una o dos veces por año a Nariño. “He tenido la oportunidad de regalar conocimiento y ese ha sido el referente de vida central para decidir ser parte de este momento y de cambiar la visión de la mujer, especialmente de la Inga, y es que en el pasado éramos quienes acompañábamos al hombre, pero ahora dirigimos y caminamos de la mano de otros pueblos”, concluye. 

Se despide de mí, enseñándome palabras en quechua, pero me sigue contando que planea visitar los distintos pueblos indígenas no solo de Colombia, sino del mundo, para dar a conocer lo bonito que deja el aprendizaje y el dinamismo de hacer las cosas distintas. Pero para ello necesita recursos, apoyo e interés de un país que ha olvidado que los saberes ancestrales son tan importantes, como la vida misma. 

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