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Isabel Allende y su nueva novela sobre los niños perdidos de las guerras

“Esta novela cuenta una historia trágica, pero la he narrado con alegría, porque es también una historia de coraje y bondad” comentó la escritora chilena.
 'El viento conoce mi nombre', la nueva novela de Isabel Allende sobre inmigración
Foto tomada de: Colprensa
Colprensa

A partir de este martes, los lectores de la escritora más leída y traducida en español, Isabel Allende, podrán arrancar la lectura de ‘El viento conoce mi nombre’, su nueva novela.

Una conmovedora historia de inmigración, violencia, solidaridad y amor, donde el pasado y presente se entrelazan para tratar temas sobre el sacrificio que hay tras la decisión de los padres de poner a salvo a sus hijos, sobre la sorprendente capacidad de algunos niños para sobrevivir a la violencia sin dejar de soñar y sobre la tenacidad de la esperanza, que puede brillar incluso en los momentos más oscuros.

“Esta novela cuenta una historia trágica, pero la he narrado con alegría, porque es también una historia de coraje y bondad. Fue inspirada por las maravillosas personas que trabajan por aliviar el dolor de los menos afortunados”, comentó la escritora Isabel Allende.

Isabel Allende
Foto de: Colprensa

Todo comienza en la Viena de 1938, cuando en la noche del 9 al 10 de noviembre una furia incontenible se desató en la ciudad. Como hordas de un ejército cruel, gentes de todas las clases salieron a las calles para acabar con la comunidad judía. El impulso de destrozar, quemar y aniquilar se fue contagiando. Solo algunos se apiadaron de los que hasta ahora habían sido sus vecinos.

Fue la tristemente conocida como ‘La noche de los cristales rotos’. Aquella noche, el padre de Samuel Adler desapareció y, aunque su madre intentó por todos los medios imaginables ponerse a salvo junto a su hijo, no lo consiguió. La única opción, desesperada, fue conseguir plaza para su pequeño de cinco años en un Kindertransport, uno de los trenes que consiguieron salvar a niños judíos de los nazis llevándolos a Gran Bretaña.

La novela comienza con la historia de dicho niño, Samuel Adler, obligado a dejar atrás los brazos que hasta ahora le arropaban y protegían, para sobrevivir solo en el mundo.

Como suele lograrlo Allende, en esta ocasión lleva al lector a imaginarse lo que es sacrificarlo todo para que sea al menos tu hijo quien llegue a ese lugar que promete ser seguro, aunque tú no puedas volver a verlo nunca.


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Isabel Allende
Foto de: Colprensa

Desde ese conflicto mundialmente conocido y señalado, que aún hoy el mundo ve con horror, la escritora logra profundizar en otros conflictos dentro de la misma guerra, muchos de ellos terriblemente olvidados.

Es la forma de conectar distintos mundos que han sufrido tragedias similares, por lo que Allende también viaja a 2019, cuando Anita Díaz sube con su madre a bordo de un tren para escapar de un inminente peligro en El Salvador y exiliarse en Estados Unidos, como antes hicieron otros que lograron escapar de una de las matanzas más crueles que aún hoy se recuerda.

La llegada de Anita y su madre a la frontera mexicana coincide con una nueva política gubernamental que las separa, y Anita queda sola en un mundo lejano que no comprende. Asustada, desorientada y obligada a la orfandad, se refugia en Azabahar, un mundo mágico en su imaginación.

Ella, hace parte de las nuevas generaciones que aún sufren por las heridas abiertas de un pasado violento y sin justicias, como cuando en 1981, el batallón Atlácatl de la Fuerza Armada de El Salvador masacró a la población indígena de diferentes aldeas y enclaves. El crudelísimo acto de violencia que acabó con la vida de hombres, mujeres y niños sigue latiendo, sin que nadie haya respondido por los crímenes cometidos.

Isabel Allende
Foto de: Colprensa

Es una de las tantas heridas que se mantienen sangrando en América Latina, como esta hay tantas que perviven y otras nuevas que nacen y van dejando por el camino un reguero de tumbas y vidas perdidas que todavía no han hallado refugio en este ancho mundo.

Isabel Allende posa su mirada en las mujeres y los niños. Sobre estos últimos, la escritora pinta un retrato de una fortaleza extraordinaria, y lo hace, primordialmente, a través de Anita, a través de la cual el lector asiste a su capacidad de supervivencia que se resiste a dejar escapar su infancia y construyen un discurso emocional que le invita a dejar de hacerse preguntas y pasar a la acción.

Niños de ningún lugar se ven obligados a crear un mundo propio, si antes no caen en manos de quien construya para ellos un infierno. Y esos mundos son reflejados por Allende con una extraordinaria ternura en una violencia que se alarga y perpetúa en nombre de la protección de un país.

A todas y cada una de ellas señala Allende en ‘El viento conoce mi nombre’, no olvida ninguna, y las recorre viajando por un mapa emocional que pinta con delicadeza, en cuyos relieves resiste la crítica feroz de quien conoce y lucha por los desheredados de la tierra desde su fundación.

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