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Reflexiones sobre el silencio: el poder de lo simple

Millones de personas han vivido la angustia de la sobrevivencia material, del encierro y de la soledad.

Por: Ana María Lara

Una temible incertidumbre llegó con el anuncio de la pandemia. Millones de personas han vivido la angustia de la sobrevivencia material, del encierro y de la soledad. Mientras la cura contra el virus llega lentamente, las soluciones a múltiples problemas sociales que se evidenciaron parecen avanzar de manera menos rápida aún. La sumatoria de todo ello ha llevado a que la salud mental individual y colectiva se vea en peligro.

Han sido muchas las alternativas que se han puesto en marcha para mejorar algunos de estos aspectos. En lo que concierne a la salud mental, la preocupación por el aumento de casos de ansiedad y depresión ha puesto en acción a terapeutas de diversas tendencias. Así mismo, ha cobrado gran visibilidad el papel de líderes y ayudas espirituales de diversas escuelas, orientales y occidentales, que coinciden en considerar la pandemia como una oportunidad para la revisión del mundo interior y de la manera cómo ello puede contribuir a construir un camino hacia el bienestar colectivo.

Varios ambientes quedaron mudos una vez llegó la cuarentena. Nuestros hábitos cambiaron y muchas personas empezaron a experimentar algo inesperado: el silencio. Nadie estaba preparado para ello. Probablemente ese silencio incrementó la incertidumbre y la angustia. Nuestro entorno, compuesto de ruidos, empezó a mostrarnos otras realidades; no fue difícil ver en las redes sociales cómo en distintos rincones del mundo y del país retornaron animales que habían construido sus hábitats lejos del bullicio.

A pesar de las notables complicaciones económicas y de la manera cómo la desigualdad se hizo aún más evidente, la pandemia mostró también la posibilidad de realizar búsquedas interiores para apaciguarnos y, finalmente, para empezar a encontrarnos a nosotros mismos, que casi siempre estamos buscando nuestro equilibrio en el mundo exterior.

La pandemia nos obligó a enfrentarnos con nuestro propio ser. El tiempo se hizo lento, difícil de medir. No sabíamos, ni sabemos cuándo terminará esta prolongada emergencia. Ir contra el tiempo, algo que hacíamos cotidianamente, empezó a tener menos sentido. Se hizo presente el desafío de vivir a otro ritmo. El silencio empezó a ser la pauta.

“El silencio nos permite estar desprevenidos y aceptar lo que viene sin juzgarlo”; “el silencio es, finalmente, la oportunidad de abrirle un lugar al eterno para estar con Él”; “el silencio es la oportunidad que tenemos para vaciarnos y volver a llenarnos de cosas nuevas que nos hacen mejores personas”; “el silencio es la condición para unirnos y ser parte de un todo”. Todas estas y muchas otras son afirmaciones que vienen de distintas formas de asumir la vida espiritual.

Para Pablo D´Ors, autor de la ‘Biografía del Silencio’ (2012), este nos permite meditar y a su vez la meditación “nos con-centra, nos devuelve a casa, nos enseña a convivir con nuestro ser, agrieta la estructura de nuestra personalidad, hasta que de tanto meditar, la grieta se ensancha y la vieja personalidad se rompe y, como una flor, comienza a nacer una nueva. Meditar es asistir a este fascinante y tremendo proceso de muerte y renacimiento”.

Esta dura pandemia ha hecho un llamado. Se espera (a veces con mucho optimismo) que el consumismo, el frenetismo por ganar, los dogmatismos políticos y religiosos hayan hecho un alto reflexivo. La amenaza de esta pandemia y de otras que se anuncian nos han hecho pensar y anhelar un cambio en el actuar humano. No obstante, hay una tensión entre el proceder colectivo y el individual.

Por supuesto, con el tiempo el silencio y una comprensión del poder que este puede llegar a tener, nos hará sentir mejor individualmente; el reto está en lograr que ese bienestar permee los vínculos sociales. De lo que se trata es de lograr que todo aquello que se fortalece en nosotros con el silencio se refleje en nuestro ser social. Lograr el silencio puede llevarnos a gozar lo simple. El silencio trae la potencia de la sencillez y eso sea quizás un buen punto de partida para desenvolvernos en un contexto social en el que urgen lazos de solidaridad y reconocimiento del otro como igual.

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