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El poncho, la prenda tradicional más importante del campesino tolimense

El poncho es una vestimenta ancestral de los pueblos indígenas en América Latina. Se le atribuye a los mapuches y a los incas la popularización de la prenda que acompañó la gesta libertaria de independencia en Colombia.
Cenuver Giraldo

“Un campesino del Gran Tolima, sin ruana, se puede decir que está desnudo” sentencia Misael Devia en su libro ‘Los cien compañeros típicos del calentano tolimense’.  La frase describe una tradición que es evidente a la luz de cualquier hora del día en las calles de Chaparral, donde los hombres, sobre todo los de más edad, lucen sobre uno de sus hombros un poncho blanco.

Desde 1959 Don Álvaro Ospina Mosso abrió las puertas de su local en la carrera octava, la calle más comercial de Chaparral. Después de 63 años ininterrumpidos de la actividad a la que le ha dedicado su vida en el almacén sombreros 'El Barbisio', recuerda con alegría la época de los años cincuenta, cuando según él “todos querían usar un sombrero y llevar con orgullo el poncho” porque para él como para muchos de su época, estos son elementos de indiscutible elegancia. 

Para salir los domingos al día de mercado, para cumplir una cita de negocios, dar una vuelta por el pueblo o sentarse un rato con los amigos en el parque principal, a un buen campesino del sur del Tolima no le puede faltar su ruana blanca, su sombrero y su cubierta, la misma en la que antiguamente cargaban un machete pero que paulatinamente cambiaron por el estuche de una navaja, un monedero o un celular.

La ruana de hilo, sin embargo, es más que el simple complemento de una pinta elegante. También es la historia de los indígenas que habitaron las tierras frías en cercanías al nevado del Tolima. Gildardo Aguirre, folclorista tolimense narra que los indígenas palenques de fresno o los gualies en el rio Aguacatá entre Herveo y Casabianca, de acuerdo con Elio Fabio Gonzales en ‘Un viaje por el Tolima’, “usaban mantas para protegerse del frío”.

Cuenta Aguirre que en las riberas de Flandes se celebraba en aquel entonces las “fiestas de la cosecha” en la que en medio de adoraciones al dios Lulumoy reflejado en el Nevado del Tolima, se acostumbraba a hacer un mercado donde los muiscas de Cundinamarca intercambiaban sus mantas de algodón o de lana. De no ser por los telares, generalmente blanquecinos, sería difícil entender la manera en cómo los indígenas de la tribu Dulima lograron adaptarse a las faldas frías del páramo. 

El poncho es una vestimenta ancestral de los pueblos indígenas en América Latina. Se le atribuye a los mapuches y a los incas la popularización de la prenda que acompañó la gesta libertaria de independencia en Colombia, abrigando los cuerpos y las armas de aquellos soldados conocidos entonces como ‘ruanetas’. Los de ruana, enfrentados a los de capa española salieron victoriosos, pero no inmunes al mestizaje que describiría Luis Carlos Gonzales en una de sus composiciones más emblemáticas.

“Porque tengo noble ancestro de Don Quijote y Quimbaya, hice una ruana antioqueña de una capa castellana” cantan los tolimenses Garzón y Collazos a partir de la poesía de Gonzáles.

“Tengo ruana de lana porque son elementos fundamentales que utilizaron nuestros antepasados” cuenta el cultor Aguirre mientras recuerda a los campesinos, citadinos y pueblerinos para los que el poncho ha sido un elemento tan importante que llegó a formar parte de su vida cotidiana, quedándose detenido en el tiempo como un atuendo tradicional, diario para algunos y para otros como símbolo de estatus social.

Los vaqueros tolimenses lo utilizaban cruzado para evitar el tallón cuando se enlazaba un toro, los arrieros para taparle la cabeza a las mulas cuando calzaban sus herraduras o les ponían la carga; en el norte del Tolima también se usaba para hacerle frente al frío de la cordillera, en el sur para protegerse de los insectos, para acobijarse en las noches o para abrigar a los ebrios. El poncho enrollado en el brazo era el escudo ante los sablazos del machete en las peleas y el confidente de aventuras amorosas entre los cafetales o las orillas enrastrojadas del camino real.

Ese trozo cuadrangular hecho de hilo que en Antioquia llaman poncho, pero que en realidad es ruana, de unos aproximados 120 centímetros, de franjas o cuadros pequeños, con deshilachados en las puntas y una abertura para meter la cabeza, ha sido pañuelo para el sudor, blandura para la carga o el asiento, protector ante la inclemente lluvia, capote en las corridas sanjuaneras, “humilde pañal del hijo enfermo, así como su capa protectora y galante” concluye Devia describiendo la confidente más entrañable del campesino tolimense.

“Por eso cuando sus pliegues, abrazo y ellos me abrazan, siento que mi ruana altiva me está abrigando es el Alma”. Luis Carlos Gonzales.

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