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Un sujeto llamado Tomás González

Tomás González es un hombre callado, de respuestas cortas y contundentes, pese a que su mundo son las letras. Tuvimos la oportunidad de toparnos en Manizales, con este portador de un talento maravilloso que se palpa en cada uno de sus escritos y que confiesa que le habría gustado ser músico, antes que escritor.

Nació en Medellín en 1950 y empezó escribiendo poesía. Hasta el momento solo ha publicado un libro en ese género (Manglares) que parece estar reescribiendo continuamente, ya que en sus tres ediciones ha quitado y puesto poemas diferentes. Sin saber cómo, comenzó a escribir novelas hasta que publicó “Primero estaba el mar”, novela que publicó en 1983 y que fue el punto de partida de su carrera.

Estudió filosofía y vivió durante 19 años en Nueva York, hasta que la enfermedad de su esposa lo llevó a regresar al país, donde se estableció primero en Chía y luego en Cachipay, ambas poblaciones a las afueras de Bogotá.

Las cinco de Tomás González

Entre lo costumbrista y lo cosmopolita, las novelas de Tomás González giran en torno al amor y a la muerte y personajes que le temen o se enfrentan a ella con todo el coraje de sus propias personalidades.

Este hecho es derivado tal vez de la propia experiencia de Tomás, cuya familia pareció desarrollar un temor heredado generación tras generación a ser enterrados vivos. “Cuando era niño, era uno de los grandes terrores. En esta época es menos posible que eso pase, pero de niño le tenía pánico, como mi papá y mis tíos. Habían historias impresionantes que abrían la tumba y encontraban al muerto mordiéndose un brazo en la desesperación, cosas muy aterradoras y ellos se aterraban los unos a los otros con esas historias”, comenta.

Cree en la vulnerabilidad que produce el amor y esa entrega es palpable en sus relatos, desde el amor desmedido y sufrido hasta la complicidad eterna entre una pareja, “lo tremendo del amor es que ya no tiene marcha atrás”, dice.

Así como afirma que le hubiera gustado ser músico, también afirma que habría podido ser pintor. Sus escritos siempre hacen referencia a la luz y a los colores de los ríos, de los edificios y de los paisajes.

“Las menciones a la luz y a la pintura, son una manera de hacer lo que no pude hacer en la vida real. Por ejemplo en “La luz difícil” el protagonista es un pintor, porque hubiera querido serlo pero no tuve la habilidad manual para dedicarme a ello”, aunque por fortuna la literatura le ha servido para serlo, afirma, con un tono pausado y sincero.

Aunque lleva más de 40 años en el oficio literario, el reconocimiento llegó hace relativamente poco y pareció asustarlo un poco. No es adepto de las entrevistas y se mantiene en general alejado de la prensa, ya que explica que la fama le resulta un poco azarosa porque puede llegar a llevarse lo que tiene para ofrecer un escritor.

“Yo hubiera preferido ser algo menos intelectual o mental, más sensorial” dice mientras mira hacia otro lado en la entrevista. Estamos ante un escritor versátil, capaz de hacer llorar de la risa o de la nostalgia con sus obras y portador de una sensibilidad que le da carácter a las letras colombianas. Un grande metido en el cuerpo de un niño tímido, amante de los animales y del campo. Ese es Tomás González.

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