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¡Y ahora! ¿Quién podrá defendernos?

“Síganme los buenos” le dijo un Chavo a su familia cuando el vagón se detuvo en la estación Estadio Azteca del servicio de transporte eléctrico Tren Ligero.

Por: Gustavo Vargas.

Era una mañana fría de final de noviembre en Ciudad de México, un domingo con el número treinta en el calendario cuando el niño de gorrito verde con orejeras, estilo coya, era el primero en abandonar el tren al abrirse sus puertas. Detrás de él salieron otros 4 pequeños entre los 8 y 10 años, una madre y un padre anunciando la regla de no abandonar al grupo y la abuela que cargaba un ramo de rosas blancas. “¿Seño, y para qué las flores?” “Para despedir a Chespirito”.

Desde el pasado viernes 28 de noviembre, cuando se conoció la noticia sobre la muerte de Roberto Gómez Bolaños, el comediante que fue Chespirito y que dio vida a personajes icónicos de la televisión latinoamericana como El Chapulín Colorado y El Chavo del 8, los habitantes de Ciudad de México inflaron sus pechos con el corazón amarillo y dejaron emerger de sus cabezas las antenitas de vinil.

El país del maíz y los alebrijes había quebrado su paciencia ante la violencia al saber, dos meses atrás, sobre la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa, estado de Guerrero, luego de un ataque de la policía municipal de Iguala a dos buses donde viajaban por lo menos 70 jóvenes. Y aunque la muerte de quien también encarnó al olvidadizo Doctor Chapatín no bajó la guardia de los chilangos ni la intensidad de sus protestas, más de 40 mil mexicanos salieron de sus casas ese domingo de noviembre para despedir a su héroe de infancia en el mítico Estadio Azteca, el epicentro de la final del Mundial de Fútbol de 1968 que le ganó Argentina a Alemania y donde se obró un milagro con un Maradona bendecido con la ‘Mano de Dios’ ante Inglaterra en cuartos de final.

“Debieron de hacer el homenaje en el partido de ayer” dijo un hombre que jaloneaba a su pareja mientras buscaba lugar en el tren ligero que iniciaba su marcha. Chespirito era hincha reconocido del Club América, como Don Ramón lo fue del ya desventurado Necaxa, y en el partido de vuelta, un día antes de la despedida al comediante, el América había logrado su pase a las semifinales en un clásico en el Azteca ante los Pumas de la UNAM. Aunque arribando a la estación donde el chavito saltó y tras él su familia, algunos hinchas hacían gala de la camiseta de las águilas para homenajear el fervor de Gómez Bolaños por sus colores.

Eran las nueve de la mañana y desde el corredor de salida de la estación se podía observar las tres filas que llenaban la explanada del recinto futbolero esperando el permiso de entrada. “El chipote para la despedida” “Su playera del Chapulín bien bara” se escuchaba a los comerciantes casuales en las esquinas, recorriendo las hileras de chavos, kikos y chilindrinas, levantando el vuelo en helio de globos con el rostro de El Chavo o El Chapulín o instalando carpas donde colgaban camisetas rojas con el corazón amarillo que tenían un mensaje desconsolador: “Oh, y ahora quién podrá defendernos”..

En la entrada, donde un grupo de policías prohibía pasar hacia los torniquetes, un Kiko lloraba frente a la cámara de un grupo de periodistas peruanos. El niño presumido de la vecindad del 8 se tomaba fotografías con algunos fanáticos y se dejaba ir en su habitual llanto recostado contra una pared. Al final de una de las filas se veía una bandera peruana ondeando entre las manos del Chavo más pecoso del homenaje.

Era Carmen Agüero, una joven de Lima que reside en Ciudad de México desde hace siete años. Venía acompañada de un mariachi embestido con los tres colores de la bandera mexicana, y aseguraba que su personaje favorito de infancia le haría falta en los fines de semana donde siempre se quiere reír.

Cerca de los puestos de comida donde tres hombres recibían 50 pesos mexicanos de un vendedor de peluches de La Chilindrina y El Chavo, la familias Bárcenas y Carmona se reunía con un mensaje en un cartel: “A Dios le hacía falta un ángel, por eso te eligió a ti Chespirito. Te amamos, gracias”.

“Lo empecé a ver desde los seis años, cuando empezó el programa en 1970. Lo veía en un televisor viejo de bulbos que tuve la oportunidad de tener en tiempos difíciles” dijo Gonzalo Bárcenas mientras comía algunos tacos placeros junto a sus hijos. Gonzalo llegó al Estadio Azteca desde el municipio de Tlalnepantla, en el Estado de México, a dos horas de la capital del país, tenía puesto un gorrito verde con orejeras que sostenía con las antenitas de vinil, el sexto sentido de El Chapulín Colorado cuando estaba en peligro. Para él, como para muchos de los fanáticos, su personaje favorito de Chespirito era El Chavo, pues es una representación de la pobreza, de la vida difícil de un niño y la manera como sobrevive ante las adversidades cotidianas.

En la entrada, había una pequeña fiesta de cuatro señoras embestidas con la camiseta de El Chapulín Colorado. Llegaban con un acento venezolano, cruzadas por tres colores primarios bajo las estrellas. Pero entre ellas resaltaba Denisse Rocha, una costeña de Mompox que ondeaba sin prejuicio la bandera de Colombia y dejaba en claro que El Chapulín era su héroe nacional.

Cuando se dio permiso para entrar, las personas que llevaban consigo algunas flores blancas las empezaron a dejar en un círculo frente al Estadio Azteca donde se estaba creando una ofrenda para Chespirito; luego partían entre palabras susurradas hacia los túneles de acceso a las gradas del Azteca. “Chavo te queremos, te queremos” Adentro la fiesta no hizo esperar, y en un coro que rodeaba la cancha que ha sido sede de dos mundiales de fútbol, los fanáticos entonaron la canción de La Vecindad del Chavo.

Vino también la bandera brasileña y una doña Florinda que en portugués increpaba a un Don Ramón mexicano y a pedido de los asistentes le daba su cachetada habitual. “Viva Chespirito” gritó un señor de edad mientras los niños se agolpaban hacia la malla que separaba las gradas del campo, donde una estructura como de araña de metal en el centro cubría dos fotografías a gran escala de Roberto Gómez Bolaños.

Llegó el cortejo fúnebre que desde una pantalla gigante se pudo ver mientras recorría las principales calles de Ciudad de México al salir de la sede del Grupo Televisa, televisora donde se produjo Chespirito, y partía hacia la arena futbolera en la cual Gómez Bolaños filmó una de sus películas más emblemáticas “El Chanfle”, de 1979.

“Chavo, te queremos” gritaban los hinchas del América. Desde los corredores de las gradas los adultos tomaban fotografías y los pequeños alzaban sus brazos cuando el camión rojo que llevaba el féretro de Chespirito, y que era custodiado por estatuas de El Chapulín y El Chavo, hizo su entrada y dio un recorrido olímpico para luego dejarlo en el centro de la estructura metálica. Las banderas de Colombia, Brasil, Perú y México se vieron en lo alto y de fondo un coro de niños, cerca de la viuda, de Florinda Meza, Doña Florinada, y Kiko, Carlos Villarán, entonaron una canción de despedida.

Cayendo la tarde los cánticos y los recuerdos no terminaban. Algunos cansados del sol buscaron la sombra de los túneles de entrada. Otros vieron un video de remembranza sobre los personajes de Chespirito que se proyectaba en una de las pantallas del estadio. Llegaron entonces los mariachis, dejando fluir la canción ‘Las Golondrinas’, y cuando la euforia se calmaba, 250 niños vestidos de El Chapulín y El Chavo entraron al campo, se acercaron a las imágenes de Gómez Bolaños y de cajas blancas dejaron volar cientos de golondrinas que decoraron el cielo sobre de Ciudad de México.

Por: Gustavo Vargas Ramírez

Más artículos en su blog: La raíz de menos uno

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