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Entre gemas escondidas reaparece el pop luminoso de Elia y Elizabeth

La música que hicieron de Elia y Elizabeth es un hallazgo delicioso y reconfortante.
Entre gemas escondidas recordamos el pop luminoso de Elia y Elizabeth
Foto: Archivo
Luis Daniel Vega

A mediados de la década de los setenta, el sello Codiscos patrocinó buena parte del rock local. Bajo las etiquetas Zeida y Famoso, aparecieron varias grabaciones que apuntaron en varias direcciones: desde la balada dramática de Mariluz y Fausto, al soul criollo de Cristopher y Yolanda, pasando por el folk lisérgico de Génesis y Lukas, el funk caribeño de Jimmy Salcedo y su Onda Tres o la canción testimonio de Ana y Jaime, Luis Gabriel y Pablus Gallinazo. De esa cosecha fértil, el pop luminoso de las hermanas Elia y Elizabeth se alzó esplendoroso en su momento, pero quedó sepultado muy pronto en el olvido.

En 2014, gracias a la recopilación La onda de Elia y Elizabeth, el sello español Vampisoul le sacó brillo de nuevo a una gemas que estaban bien escondidas. Con la complicidad del baterista mexicano Carlos Icaza se destapó uno de los tesoros mejor guardados del pop latinoamericano. Icaza, un sabueso de olfato fino y detective sonoro consumado, escribió en las notas de la connotada antología que esas canciones son una suerte de “haikus pop”: «… llenas de frescura, en perfecto maridaje entre melodías certeras con letras derivadas de una genuina inquietud juvenil por los misterios de la vida, el amor y la naturaleza en sus formas más simples».

Elia

Nietas del célebre cantante de ópera zaragozano Miguel Fleta, Elia y Elizabeth Fleta Mallol nacieron en Bogotá el 22 de marzo de 1953 y el 29 de mayo de 1954, respectivamente. Su genealogía musical se remonta al prestigio de su abuelo -al que el gobierno municipal de Zaragoza homenajeó bautizando con su apellido una gran avenida- y el recuerdo de sus tías, las hermanas Elia y Paloma Fleta, quienes a finales de la década de los cincuenta gozaron de buena fama en el ámbito de la llamada “música ligera”. No es de extrañar, entonces, que una parte del destino de las hermanas Fleta estuviese marcado -de manera efímera, como veremos más adelante- por el buen oficio musical de sus familiares. 

La trashumancia de sus padres, el madrileño Miguel Fleta y la barcelonesa Asunción Mallol, determinó fortuitamente que nacieran en Bogotá. Luego partieron a Barranquilla, ciudad en la que vivieron una infancia feliz. Ya en la adolescencia se trasladaron a Lima, Perú, donde estudiaron el bachillerato en un colegio adscrito a las Teresianas, una asociación de laicas cristianas que marcó el camino de Elia, quien, posteriormente, renunció a las mieles del éxito para dedicarse a los quehaceres espirituales. 

En 1971, en un viaje relámpago que la familia Fleta hizo a Madrid, una de las hermanastras de Miguel las puso en contacto con el sello Zafiro que les grabó “Fue una lágrima” y “Cae la lluvia”, las dos canciones incluidas en un sencillo producido por Juan Carlos Calderon, el reputado pianista y arreglista español que, entre otras cosas, llevó a la fama a Mocedades y, como dato curioso, introdujo a Elia, la tía, en el mundo del jazz ibérico donde brilló al lado de Calderón con el combo Jazztet de Madrid y el trío del no menos legendario pianista Tete Montoliou. 

En 1972, instaladas de nuevo en Barranquilla, fueron invitadas a cantar a la gala benéfica Fe y Alegría donde se encontraba por mera casualidad la compositora y cantante Graciela Arango de Tobón. Fascinada por la candidez que irradiaban, les avisó que en Medellín Álvaro Arango, el director artístico de Codiscos, estaba solicitando un dueto para robustecer el catálogo de Zeida, una filial que le hacía contrapeso a Costeño, otra rama del sello dedicada exclusivamente a la difusión de vallenato y cumbia sabanera. Fue así como una improvisada audición telefónica puso en alerta al señor Arango, quien no dudó en viajar a Barranquilla para proponerles un contrato discográfico que tuvo un desenlace insospechado: Elia y Elizabeth (1972) y Alegría (1973), dos discos prístinos, colmados de profundidad lírica y optimismo. Un ejemplo de ello es “Ponte bajo el sol”, canción que contó con La Onda Tres como banda de apoyo.

Con piezas como “Soy una nube”, “Hay que vivir la vida”, “Mis 32 dientes”, “Alegría”, “La gran ciudad” y “Los días en que era demasiado joven”, Elia y Elizabeth dibujaron un mundo luminoso y candoroso a medio camino entre funk en clave caribeña, balada y pop alborozado. De hecho, las influencias más notables, sugeridas por ellas mismas en entrevistas posteriores, apuntan al garage baladí del dueto zaragozano Pili y Mili, el fabuloso dueto colombiano Ángela y Consuelo –mejor conocidas como Las Hermanas Singer– y, particularmente, a la portentosa Rocío Durcal, de quien eran fervorosas seguidoras.
Elia

De la mano de Jimmy Salcedo –quien arregló musicalmente los dos discos con un estilo alejado del barroquismo sofisticado de Calderón– las hermanas Fleta, sin saber en qué se estaban metiendo, gozaron de una fama pasajera que las llevó a ser estrellas del programa  Mano a Mano Musical –conducido por Fernando González Pacheco– y otros amenizados por Salcedo como El Show de Jimmy y Operación Ja ja. Además de trascender el ámbito local y tener relativo éxito en Panamá y Venezuela, Elia y Elizabeth triunfaron en el Festival del Coco en Barranquilla y fueron nominadas al Premio Onda como la revelación del año 72.

La celebridad llegó con cierto sabor agridulce. Carlos Icaza cuenta puntualmente la situación que desencadenó el fin del dueto y el principio de la leyenda: «Tras una frustrante participación en las eliminatorias colombianas del Festival de la OTI, Elia se da cuenta de la manera turbia e injusta en la que se realiza el certamen, decide hablar con su familia para explicarles su deseo de dejar las actuaciones televisivas y dedicarse por completo a su formación universitaria en pedagogía musical. Sus padres, como siempre, la apoyan y hablan con don Álvaro Arango para dar finalizado su contrato». Ante la situación, Elizabeth no tuvo ningún reparo en hacerle el quite al mundo de la farándula. Años después se dedicó a la enseñanza preescolar, mientras que Elia, siguiendo su vocación espiritual, le dio vueltas al mundo en calidad de misionera. Actualmente vive en Roma y no ha dejado de componer canciones plenas de luz y jovialidad. 

Elia

 

De los innumerables secretos que aún nos tiene reservado el archivo discográfico colombiano de la década de los años setenta, la música que hicieron de Elia y Elizabeth es un hallazgo delicioso y reconfortante. No todo fue balada quejumbrosa, cumbias psicodélicas, cancionistas desesperanzados, fallidos intentos de rock progresivo o frenéticas e inolvidables descargas salseras. Allí están ellas, eternas en el tiempo, con la adolescencia intacta.

 

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