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Discos Fuentes, de nuevo en la prensadora

Vampisoul llega en tan buen momento, no solo para deleitar las fantasías de los melómanos, sino para advertirnos, nuevamente, que la memoria musical de un país hay que preservarla y difundirla.

Por: Luis Daniel Vega - Director @Senal_Cumbia

Antonio Fuentes Estrada tuvo una infancia afortunada en Cartagena, ciudad en la que nació el 18 de mayo de 1907. Miembro de una familia prestante, pudo aprender el violín a los doce años y pronto viajó a Filadelfia, Estados Unidos, donde la guitarra hawaiana y la naciente industria del disco distrajeron toda la atención del que estaba destinado a relevar a José María Fuentes, su padre, en el próspero negocio de los productos farmacéuticos.

Cuando regresó a Colombia se la jugó por la bohemia, la fotografía, los deportes y un pasatiempo que, poco tiempo después, marcó el inicio de su fabulosa aventura discográfica. Como radioaficionado fue un precursor al lado de Víctor Amórtegui y Elías Pellet Buitrago, este último, fundador de La Voz de Barranquilla, la primera emisora comercial del país. En el tercer piso de la fábrica familiar acondicionó un pequeño transmisor rudimentario de 70 vatios de potencia, y en 1932 echó a andar Emisora Fuentes.

A diferencia de otras estaciones locales como Radio Lequerica y Radio Colonial, Emisora Fuentes privilegió la emisión de porros, gaitas, fandangos, cumbias y mapalés. El que por esa época era un gesto temerario decantó en un asunto trascendental: Antonio Fuentes decidió grabar esos sonidos provenientes del Caribe colombiano. Fue así como el 28 de octubre de 1934 nació Discos Fuentes, el primer sello discográfico en Colombia, y uno de los más longevos en Latinoamérica.

El rústico proceso de grabación, el error, la prueba y la precariedad de los equipos derivaron en el sonido particular de la primera etapa del sello: “De tanto trajinar con grabadoras primitivas de alambre y de acetato en la radio, se me ocurrió grabar la música costeña con toda su crudeza, tal como allí se interpretaba por entonces (…)”, recuerda el visionario productor en el libro 'Colombia musical'. Una historia… una empresa (Discos Fuentes, 1996). Aunque los registros de esos años son difusos, incluso para la compañía misma, los testimonios orales de coleccionistas e investigadores coinciden en afirmar que los primeros artistas en grabar para el sello fueron Buitrago, José María Peñaranda, la Orquesta A Número Uno, Clímaco Sarmiento, la Orquesta Emisora Fuentes, dirigida por Lucho Bermúdez, así como músicos cubanos y otros argentinos.

Fabricados en goma laca endurecida (o pasta), estos frágiles discos que giraban a 78 RPM fueron prensados en Estados Unidos y Argentina. Solo hasta 1945, cuando logró descifrar el funcionamiento de la máquina prensadora que había importado en 1943, Antonio Fuentes logró confeccionar el primer disco del sello prensado en Colombia: 'Pollo pelongo' / 'Merengue panameño', interpretados por la orquesta de Emisora Fuentes.

A partir de esa fecha, y hasta bien entrada la década de los ochenta, los fonogramas de Fuentes se imprimieron en formatos diversos: las pastas de 78 RPM, vinilos de 45 RPM, elepés, cartuchos y casetes. El período comprendido entre estas cuatro décadas constituye una época de esplendor en la cual desfilaron nombres que pertenecen a un pasado legendario: Bovea y sus Vallenatos, Esther Forero, Los Trovadores de Barú, Los Piratas de Bocachica, José Barros, Abel Antonio Villa y Luis Enrique Martínez -pioneros ambos en la grabación de música de acordeón-, Pedro Laza, Alejo Durán, Calixto Ochoa, La Sonora Cordobesa, La Sonora Dinamita, Adolfo Echeverría, Alfredo Gutiérrez, Andrés Landero, Los Corraleros de Majagual, Aníbal Ángel, Lisandro Meza, Los Golden Boys, Los Hispanos, El Sexteto Miramar, Peregoyo y su Combo Vacaná, Aníbal Velásquez, Fruko y sus Tesos, Los Teen Agers, La Sonora Cienaguera, Michi Sarmiento, Rufo Garrido, Colacho Mendoza, Gabriel Romero, Afrosound, Wganda Kenya, los Latin Brothers, Rodolfo Aycardi, Joe Arroyo, Juancho Polo Valencia y cientos de artistas más que hacen parte de un catálogo monumental e inabarcable.

Imaginemos por un momento que el laberíntico inventario de Discos Fuentes es el fantástico álbum de Historia Natural de la compañía Nacional de Chocolates: tiene piezas muy difíciles de encontrar. Así como en su momento 'Patito', 'Pingüino real', 'Chinchilla', 'Dodo', 'Ardilla voladora', 'Mioceno', 'Cráteres andinos', 'Pitecántropo' o 'Inundaciones' (por nombrar algunas de esas láminas tan anheladas por infantes ilusionados), Discos Fuentes posee, también, unas referencias enigmáticas que a lo largo de los años se han convertido en objetos venerados, aún para los coleccionistas más curtidos. Solo verlos en manos ajenas ya supone una proeza.

La restringida circulación de dicho material -consecuencia de escasos tirajes, que fueron retirados apresuradamente del catálogo o de la inexplicable atención que se le ha prestado al archivo completo de la disquera- ha derivado en la especulación exorbitante. Aunque a veces, la buena suerte hace milagros, solo una buena suma de dinero podrá poner en nuestras manos uno de estos escurridizos discos.

Parece ser que en algún lugar del planeta alguien escuchó las plegarias desesperadas de los melómanos frustrados.

A los quince años, en Bilbao, Íñigo Pastor publicó el fanzine La herencia de los Munster, que al poco tiempo se convirtió en Munster Records (MR), un sello que dese 1987 se especializó en la reedición cuidadosa de joyas ocultas –en su mayoría europeas- de rock experimental, folk, garage, punk, surf y hardcore. En esa búsqueda, que se parece a la de un arqueólogo desenterrando misteriosos tesoros, Pastor vislumbró la vasta riqueza musical del continente americano.

Fue así como en el año 2002 apareció Vampisoul, un sello hermano de Munster dedicado a explorar, por ejemplo, las raíces de la salsa neoyorquina; afrobeat; rarezas latinas de rock progresivo, funk, jazz y soul; boogaloo, cumbia, funk y chicha peruanos; plena y bomba puertorriqueñas, candombe y sicodelia colombiana, entre otras curiosas y sabrosas etiquetas sonoras.

El primer acercamiento de Íñigo Pastor con los sonidos colombianos, y de paso, al catálogo de Discos Fuentes, fue hace ocho años con la publicación de ¡Nadaísmo a go go! (2009), una recopilación de Munster dedicada a Los Yetis. Luego, ya en Vampisoul, en 2010 y 2014, respectivamente, aparecieron los dos volúmenes de The afrosound of Colombia, un compendio colosal que daba cuenta –con detalle en la investigación y filigrana en el diseño- de lo mejor de Fuentes en las décadas de los sesenta y los setenta. Afortunadamente el asunto no quedó solo en ese par de recopilaciones.

Con la curaduría de Pastor –asesorado por Pablo Yglesias y Eliécer Perdomo de la tienda Hit Musical en Medellín- Vampisoul acaba de anunciar que al menos una decena de aquellos escasos discos del catalogo de Fuentes será de nuevo puesta en circulación a través de una serie de cuidadas reediciones facsimilares. Las primeras en salir a la luz son un par de clásicos de la salsa colombiana: Cañabrava (1968) del Combo Los Yogas y A la memoria del muerto (1972), disco seminal de Fruko y sus Tesos.

Cubriendo un período crucial del sello (1960- 1977), la colección exhumará gemas fonográficas que ya nos habíamos resignado a ver en fotos. Allí estarán, para el goce de investigadores, coleccionistas y bailadores furibundos: Salsita mami (1970) de Lisandro Meza, Cumbias Internacionales (1974) de Tita Duval y el Nuevo Ritmo de Roberto Rey, Salsa con monte (1971) de Michi Sarmiento y su Combo Bravo, Very very well (1965) de Lito Barrientos, Rito esclavo (1960) de Pedro Laza y su Pelayeros, Atiza y tinaja (1970) de Los Supremos, Mi Buenaventura (1967) de Peregoyo y su Combo Vacaná, Tesura (1970) de Fruko y sus Tesos, y Sabroso bacalao (1977) de Adolfo Echeverría.

Si bien, hace un par de años fue anunciado con optimismo que el archivo completo de la historia musical de Discos Fuentes iba a ser donado al IME (Instituto Metropolitano de Educación) para su conservación y circulación, hasta el momento la iniciativa no ha tenido un avance notable. Por eso la empresa de Vampisoul llega en tan buen momento, no solo para deleitar las fantasías de los melómanos, sino para advertirnos, nuevamente, que la memoria musical de un país hay que preservarla y difundirla.

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