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Música en Venadillo: los talentos detrás de sus agrupaciones

Las historias y anécdotas tras los personajes que hacen parte de la tradición musical de este municipio tolimense.

Por: Laura Galindo M.

—A mí nadie me enseñó a escribir música, pero un día se me metió una canción en la cabeza que no pude sacar hasta ponerla en el papel”, me dice Germán Delgado, el director de la Banda Sinfónica de Venadillo, un municipio tolimense a una hora de Ibagué—. Adivine cuál: tatara tarata tara tatara…

—Merecumbé—respondo yo.

—¡Ay, cosita linda, mamá!—aprueba él cantando.

Lo que sabe de música lo ha aprendido tocando. Aunque pasó alguna vez por el Conservatorio del Tolima, su mayor escuela fue haber sido trompetista y percusionista en las orquestas bailables de Ibagué. Aprendió a ser ágil con los ojos y exigente con el oído. A leer melodías y a afinar armonías sin tener que pensarlas mucho: segundas voces, adornos, solos de trompeta.

Foto: Laura Galindo.

La mañana que se despertó con ‘Ay, cosita linda’, el merecumbé de Pacho Galán sonándole en la cabeza, le escribió partituras a cada uno de los instrumentos. Construyó armonías para que la banda sonara con fuerza y asignó partes solistas con las que todos pudieran lucirse por turnos. “Iba con mis papeles para arriba y para bajo, y cada que se me ocurriría algo nuevo, lo iba anotando”, recuerda Germán.

Esa fue su primera confirmación. La segunda llegó mientras era el director de la Banda Sinfónica de Guayabal, Tolima. Se enteró de un concurso de composiciones inéditas que organizaba el departamento y decidió participar. Escribió una melodía en ritmo de pasillo y le puso por nombre ‘Isabel Gutiérrez’, en honor a la alcaldesa del municipio.

Fue imaginado voces, armonías y a la banda departamental interpretando su música. Cuando creyó que estaba listo, lo firmó: Germán Delgado, Armero, Guayabal. De 31 participantes, se quedó con el segundo lugar.

Foto: Laura Galindo.

—La música es infinita, igual que la felicidad que me da todos los días—dice. A ella le debo todo lo que tengo: mi esposa, mis hijos, mis grandes amigos y los mejores momentos de mi vida.

Desde el 2016, está al frente de la Banda Sinfónica de Venadillo y ha vuelto empresa propia la educación musical de todos sus integrantes, los 18 que la conforman actualmente y los muchos otros que han pasado por ella.

Cuando le preguntan cómo, revela su secreto entre risas: “ninguno toca algo que yo no haya escrito. Conozco sus condiciones y les asigno partes que puedan lograr. Luego, voy apretando de pocos hasta que estén en un buen nivel. Así ninguno se frustra y todos se enamoran”.

—Al profe Germán le debo mucho—me dice Gabriel Pinzón, director de la Banda Marcial y la Banda Tradicional del municipio—. Él fue quien me enseñó a leer partituras.

—¿Y eso es importante?—pregunto—.

—Por su puesto. La música es un acto consciente. Hay que entender cómo funciona y no solo repetir de memoria. Eso es algo que yo quiero dejarles siempre a mis alumnos. Eso y que para ser buenos músicos, además de pasión y talento, se necesita compromiso.

Foto: Laura Galindo.

Gabriel es saxofonista, pero sus primeros momentos fueron con una flauta dulce. Estaba aún haciendo primaria y se las arreglaba para quedarse después de clases tomando lecciones extra con el profesor de música. Se había enganchado con las canciones tropicales y se esmeraba por lograr los fraseos de Guillermo Buitrago.

Cuando empezó el bachillerato, las cosas cambiaron. Los horarios eran más largos y el colegio era otro. Se acabaron las clases de flauta, pero comenzaron las de guitarra. “Teníamos 10 instrumentos para 50 alumnos”, recuerda.

Las lecciones eran por las noches, a la misma hora de la telenovela de moda. Gabriel se debatía entre la guitarra y el televisor y terminaba negociando consigo mismo: un rato de la novela y la mitad de la clase. Sin embargo, pocas veces podía cumplirse, se quedaba hasta que salían los créditos en la pantalla y sus fallas se hicieron recurrentes. Al profesor, le inventaba siempre excusas distintas: exposiciones de ciencias, carteleras de español, ejercicios de matemáticas.

—Él sabía que eran mentiras—cuenta Gabriel—. Por eso me dijo: “¿Sabe qué?, no vuelva, quédese haciendo tareas, que tiene muchas”.

Foto: Laura Galindo.

Pasaron los meses y excepto por un par de acordes toscos en alguna guitarra prestada, Gabriel se alejó de la música. Abandonó las clases, los ensayos y las prácticas. Pero hay destinos inevitables y amores imposibles de soltar. Un día, mientras hacía los favores de rigor para su mamá, escuchó la banda marcial del pueblo.

—Me gustó tanto que me fui detrás y busqué al que era el profesor para decirle que yo quería estar ahí. ¡Mala suerte: era el mismo al que le había dejado tiradas las clases guitarra!

De todas formas insistió y logró que lo recibieran en el siguiente ensayo. Pero las cosas no fueron fáciles. Por más de un mes estuvo sentado en la tarima sin poder acercarse a los instrumentos. La confianza estaba rota y necesitaba ganársela de nuevo. Ahora sí era verdad que tenía tareas, pero prefería trasnochar haciéndolas que faltar un solo día por si el maestro cambiaba de opinión. “Coja los platillos”, escuchó cuando ya estaba a punto de darse por vencido.

—Yo no podía creerlo, estaba feliz. ¡Éramos la única banda del país con dos platilleros! Luego pasé al saxo tenor y no volví a faltar a un ensayo nunca más en la vida.

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