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Para Mercedes, por supuesto

Por: Eduardo Otálora Marulanda.

Por: Eduardo Otálora Marulanda.

Ayer estaba leyendo una novela cuando entró un mensaje a mi celular. Decía: “Se murió Mercedes, Mercedes Barcha”. No pude seguir leyendo y me tomé unos segundos de silencio. Luego fui a mi biblioteca y saqué 'El amor en los tiempos del cólera', ese libro gordo y amarillo que fue de mis papás y que se volvió mío, desde que lo leí la primera vez. Lo abrí con el respeto con que siempre abro los libros de García Márquez. Respeto y miedo, porque temo que si empiezo a leerlos no voy a poder parar y todo lo demás en el mundo tendrá que esperar. Afortunadamente no avancé, porque sabía lo que buscaba. Fui directo a esa quinta página en la que dice: “Para Mercedes, por supuesto”.

Me quedé viendo la dedicatoria un rato y pensando en que, por supuesto, ese libro tenía que ser para ella. Y en mis elucubraciones de escritor pensé que era lo mínimo, si eran ciertas todas esas anécdotas que se cuentan sobre cómo fue que ella hizo posible que existiera el que, para mí, es el escritor más importante de la literatura colombiana, latinoamericana, hispanoamericana y uno de los más grandes de la literatura universal: Gabriel García Márquez.

Para entender esto, me permitiré recordar algunas historias de doña Mercedes con 'Cien años de soledad'.

Cuentan los biógrafos de García Márquez (porque estamos a la espera de los biógrafos de doña Mercedes), que la familia Márquez Barcha iba en el carro a pasar unas vacaciones en una playa mexicana, cuando a don Gabriel se le “prendió el bombillo” y entendió la novela que quería escribir, la que luego de llamarse 'La casa' terminó titulándose 'Cien años de soledad'. Cuentan que él paró en seco y le dijo a Mercedes, y por extensión a sus hijos, que les tocaba devolverse porque él se tenía que sentar a escribir.

Ahora pienso que, si yo hubiera sido uno de esos hijos, o la misma Mercedes, habría entrado en cólera profunda y odiado a don Gabriel por arruinarme las vacaciones porque él necesitaba escribir un libro. Como si no se pudiera escribir en la playa o no fuera una opción que él se devolviera solo a la casa y se las arreglara como pudiera. Sin embargo, no se sabe mucho de las reacciones que generó esa decisión de don Gabriel. El hecho fue que regresaron a casa, vendieron el carro, empeñaron todo lo que se pudo y él se puso a escribir.

Pero ahí no terminan las aventuras, quizás desventuras, de doña Mercedes con 'Cien años de soledad'. El mismo García Márquez contó en una entrevista que, cuando finalizó el manuscrito de 700 páginas y quiso enviarlo a Argentina (donde finalmente lo publicaron), fue con doña Mercedes al correo. La persona que los atendió pesó el mamotreto y les dijo que el envío costaba 83 pesos, a lo que doña Mercedes respondió que no tenía sino 45. Entonces el ingenioso García Márquez dividió el tocho en dos partes y, al mejor estilo de quien va a la carnicería, le pidió al empleado que fuera pesando las hojas hasta que dieran 45 pesos. Eso hizo el empleado y, cuando terminó, don Gabriel y doña Mercedes enviaron esa primera parte.

García Márquez cuenta que de ahí regresaron a la casa a sacar lo último que les quedaba por empeñar: el calentador que usaba don Gabriel en su estudio para poder escribir (porque con frío le resultaba imposible), un secador de pelo de doña Mercedes y la batidora que estaba en la cocina. Luego Mercedes se fue a una prendería y, cuenta García Márquez, le dieron unos 50 pesos por todo.

Ahora me pregunto por qué no fueron los dos, si era el libro de él y lo que se invertía era el patrimonio familiar. No sé la respuesta, pero esta acción me da razones para decir que a ese clásico de la literatura también le cabría, aunque con los años se repitiera, la dedicatoria de “Para Mercedes, por supuesto”.

Pero sigamos con la historia del envío. En la entrevista cuenta García Márquez que doña Mercedes y él regresaron a la oficina de correos con el dinero y el resto de la novela. El empleado pesó lo que hacía falta por enviar y les dijo que costaba 48 pesos. Ella sacó los 50 que llevaba, pagó y recibió los 2 pesos de vueltas. Cuando salieron de la oficina, cuenta García Márquez, ella estaba “verde de encabronamiento” y le dijo: “Ahora lo único que falta es que esta hijueputa novela sea mala”.

Hoy pienso que, menos mal, la novela le salió buenísima y abrió las puertas para que la literatura de García Márquez se leyera en todo el mundo y, con el tiempo, les trajera un nobel. Y digo “les” porque, como contó García Márquez en otra entrevista, cuando recibió la llamada de Estocolmo, lo que hizo fue mirar a doña Mercedes y decirle: “Nos ganamos el Premio Nobel”. Sí, se lo ganaron ellos dos y también los hijos, porque todos sacrificaron las vacaciones para que el mundo tuviera 'Cien años de soledad'.

Por eso, todo mi agradecimiento y admiración para Mercedes, por supuesto.

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