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Pedro Ramayá y su flauta: un amor de Carnaval

Una semblanza sobre la leyenda de este artista que le dio un nuevo sonido al género de la cumbia en el Caribe.

Por: Jimmy Cuadros - Radio Nacional Atlántico

Mis padres y el cura que me bautizó en Patico, mi tierra, fueron desautorizados por una canción. Ellos querían que me llamara Pedro Agustín Beltrán Castro, y el sacerdote aceptó echándome agua bendita en la cabeza.

Nadie me conoce por mi nombre, todos me dicen Pedro Ramayá. Mucho gusto, soy el mejor millero de la región.

La historia de mi apellido musical y la de mi romance con la flauta de millo van de la mano como dos novios inseparables, no existe el uno sin el otro.

Recuerdo que en 1978 grabé con ‘La Cumbia Moderna’, mi agrupación, un tema que había hecho famoso Simón el Africano: ‘Ramayá’. Cuarenta y un años después no sé qué significa esa palabra de seis letras, me suena como a un bicho raro, pero no sé.

En aquella época trabajaba para una empresa de aguardiente y los viernes hacíamos unos toques. El animador del evento, un joven de apellido Barrios, vio que era muy largo presentarme diciendo: “¡Bienvenidos a ‘La ronda del buen sabor y la alegría’ con Pedro Beltrán Castro y su Cumbia Moderna!”. Y aprovechando el éxito de la canción, decidió ponerme de apellido el título de la pieza musical: ¡Pedro Ramayá y su Cumbia Moderna!

Desde entonces ese remoquete me acompaña hasta en mis diligencias personales, en las consultas médicas y en los bancos.

De la flauta de millo no me he separado desde los 5 años. A esa edad empecé a darle los primeros soplos a ese pequeño instrumento hecho con tallos secos de carrizo, una planta que crece silvestre en las riberas de los arroyos, y una pita amarrada.

Nací el 15 de febrero de 1930 en Patico, antes corregimiento de Mompox, ahora de Talaigua Nuevo (Bolívar).

Mi padre era un gaitero reconocido, curandero de culebra, rezandero, de toda vaina. Se llamaba Miguel Beltrán, él fue quien compuso la canción que dice: El día que Miguel se muera/ el día que Miguel se muera/ el día que Miguel se muera le llaman el vagabundo…

También compuso ‘Niña Mode’, pero me la regaló a mí.

De los 47 hijos que tuvo fui el único que salió músico. Un hermano mío tocaba la flauta por pasatiempo, y yo esperaba que se fuera para la finca para tocarla a escondidas.

Tenía como cinco años y cuando se dieron cuenta ya tenía 10 y era todo un millero.

De niño soñaba con ser como don Gregorio Polo, un excelente flautista que iba todos los años a amenizar las fiestas de mi tierra. Todos los 15 de octubre, a las 8 de la noche empezaba a tocar la flauta y yo me paraba con inocencia y curiosidad detrás del espaldar de su taburete. Antes los grupos de millos actuaban sentados.

Hasta que una noche don Goyo me preguntó: “¿Tú qué tanto haces detrás de mí?”. Me tembló la voz para responderle: “Es que yo quiero tocar la flauta así como usted”. Esa fue una vaina que se me metió en la cabeza y no me quedé quieto hasta que lo conseguí.

Siempre he sido una persona terca. Después que aprendí a tocar como el viejo Goyo, se me metió entre ceja y ceja tener mi propia agrupación, pero lograrlo me tomó varios años.

Antes me tocó pertenecer a las filas del Ejército Nacional. Me enlisté a los 18 y me pensioné una década después como sargento viceprimero, con 600 pesos que antes alcanzaban más de lo que alcanzan hoy dos millones de pesos.

Ni en la milicia dejé mi flauta de millo. Allá participé en la murga del batallón y aprendí a ejecutar el acordeón y a tocar la guitarra. Toda mi carrera militar la hice afuera, pasé cuatro años en Bello (Antioquia). Mi flauta me acompañaba en los momentos de tedio cuando no cargaba el fusil.

Cuando salí del Ejército y regresé a mi pueblo decidí seguir militando, pero en la música, con el ‘pito atravesao’ como arma letal para matar con ritmo y sabrosura las penas y el aburrimiento.

Llegué a Patico con la firme intención de pertenecer a un grupo de millo y me fui para Soledad, me instalé en la Calle de La Esperanza, en la casa de uno de los músicos de la Cumbia Soledeña de Efraín Mejía. Allí comenzó todo.

Ya son 58 años de carrera artística y el 15 de febrero cumplí 89 años de vida, sin embargo me siento como aquel joven ilusionado que llegó a Soledad. El secreto de mi juventud, estoy seguro, es el sentido del humor, el mismo que plasmo en las canciones que he grabado, muchas de ellas de doble sentido, como ‘El caballo Chovengo’, ‘La clavada’ y ‘Mico ojón pelúo’.

Tengo un mico narizón/ para que lo sepas tú/ también el mico es ojón/ y es bastante pelúo/ Es morisquetero / mico ojón pelúo…

La idea de esa canción me la dio una noche Otto Serge y Rafael Ricardo, con quienes alternaba en esa ocasión en Planeta Rica (Córdoba). Ellos en mamadera de gallo me dijeron: “Pedro, ¿por qué no haces la canción de mi cojón pelúo”.

Yo agarré la idea y de regreso a Soledad me puse a componerla. Esas canciones se escuchan en los pueblos todo el año y en Barranquilla en carnavales, cuando me pongo de moda nuevamente. Mi vida también ha estado ligada a las carnestolendas con canciones como ‘Pa’ gozar el Carnaval’, que la conocen como ‘Joselito el borrachón’, ‘Mi Flauta’, ‘La Rebuscota’, ‘El ratón’.

Un ratón que estaba comiéndose un queso /que estaba guardado encima e’ la nevera/ y llegó tío gato y lo puso en aprietos/ y el pobre ratón se metió en la cueva /déjame quieto gato/ a que te cojo ratón…

Hace unos años Checo Acosta puso a sonar nuevamente un tema que compuse y había grabado yo hace muchos años, se trata de ‘El Borracho’.

Anoche los cumbiamberos no me dejaron dormir (bis)/ me sacaron de la cama y en la calle amanecí/ yo me puse a tomar y tomando amanecí/ y ahora toa la gente cree que yo estoy alcoholizao/ porque todo el que me ve siempre me encuentra peao…

Fui Rey Momo en el 2002 y en el 2010 me homenajearon con un Congo de Oro por mi trayectoria. En mis años mozos los Carnavales eran cuatro días seguros de parranda, ahora ya no tomo, no porque no quiera, sino porque no me deja el médico. También me prohibió la carne, la única que me deja comer es la de mujer.

Mucho tiempo ha pasado desde aquel 1961, año en que inicié con ‘La Cumbia Soledeña’. Conocí a Efraín Mejía y me llevó a su grupo, que ya tenía dos milleros buenísimos: Alejandro Barceló y Diofantes Jiménez, quien grabó la ‘Puya Loca’.

Pero yo, modestia aparte, era mejor que ellos, por lo que rápidamente me gané la titularidad. Con ellos duré 8 años.

En 1969, al regresar después de una gira por Estados Unidos, me retiré de la agrupación por una pelea con Efraín por 100 pesos que me debía. En realidad esa fue la excusa, porque desde hace rato quería irme a conformar mi agrupación y buscaba cualquier coyuntura.

Él era muy tradicionalista y yo quería meterle vainas nuevas a la cumbia. Además en su grupo era uno más y después de mi paso por el Ejército me acostumbré a tener mando.

Cuando me fui, recluté a unos jóvenes músicos y conformé la Cumbia Moderna. La gente me preguntaba: ¿Por qué era Cumbia Moderna? Les decía: ya verán, en unos años verán.

Le introduje bajo, tumbadora, batería, saxofón, acordeón. Pero eso sí, nunca dejé a un lado la flauta de millo, la esencia, mi novia de toda la vida. Hasta que la muerte nos separe.

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