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Producción de café: el legado ancestral que lideran mujeres en Chinchiná

Pese a la baja del precio del café, mujeres del municipio han creado procesos para generar un valor diferencial al grano.

Por: Adriana Chica García

Desde que el precio mundial del café descendió a niveles históricos entre 2018 y 2019, muchos productores se plantean cambiar sus esfuerzos a cultivos alternos. En Chinchiná, en cambio, las mujeres caficultoras realizan mayores inversiones al grano. En una finca de la zona rural del municipio caldense y en un exclusivo café de su zona urbana, Carolina Arias y Belly Valencia -respectivamente- intentan regresar a las prácticas ancestrales para dar valor diferencial al producto insignia de la región.

En mayo de este año los precios del grano del café cayeron al punto más bajo de la última década: US$0,88 por libra; en julio volvió a subir a US$1, pero seguía siendo insuficiente. “Producir una arroba de café cuesta entre 80 mil y 83 mil pesos, y lo estamos vendiendo en 78 mil o 75 mil pesos, producimos a pérdidas. Mucha gente va a ir saliendo del cultivo, pero nosotros queríamos tener un recurso extra para poder seguir siendo cafeteros”.

Esa fue la idea que se planteó Carolina cuando las plantaciones de sus nueve hectáreas de café dejaron de ser rentables. Lo comenta alrededor de ellas en la hacienda La Gaviota, una finca ubicada a 20 minutos en carretera de Chinchiná, y que compró su abuela en 1964. Lo que entonces fue un hogar familiar ahora le abre las puertas a todo aquel interesado en tener una experiencia vivencial para conocer la caficultura desde la recolección hasta el secado del grano.

La hacienda funciona como ecohotel hace dos años, son muchos los extranjeros que la visitan con la ilusión de conocer cómo se produce el café que suelen tomar en tazas. Y entonces, Carolina y su madre María Victoria Robledo se regalan la fortuna de mostrar sus procesos tal cual como lo hacían sus ancestros, ese es el factor diferencial que quieren que conozcan los turistas y que tenga su grano de café.

María Victoria Robleco en la hacienda La Gaviota.

“Chinchiná es la zona más productiva de café por hectárea del mundo, por su tecnificación; además, es uno de los paisajes culturales cafetero declarados por la Unesco. Pero todo eso es posible porque el producto es de calidad, y para que lo sea nosotras decidimos volver a las prácticas de nuestros ancestros, realizar el proceso como se hacía entonces”, explica Carolina.

Lo primero que dejaron fue la aplicación de productos químicos como el glifosato, a cambio, utilizan guadañas para quitar la maleza y usan productos orgánicos como preventivos. El cambio climático -dice Carolina- a afectado la capa vegetal y las producciones han disminuído, así que entre sus prácticas buscaban cómo restablecerla. Con la pulpa del café, que queda después de la extracción del grano y que suelen botar al final, ellas crean un compostaje controlado que duran entre uno y dos años antes de ser regado en los suelos.

Compostaje artesanal realizado con la pulpa del café.

“Es un proceso antiguo para aprovechar todo el cultivo, y lo hacemos bajo los estándares ambientales, bajo techo, para que no caigan restos a fuentes fluviales. Lo fumigamos, le echamos bacterias para que no le caigan insectos y luego contratamos muchas personas para que lo saquen al campo. A mí hacer esto me cuesta mucho dinero, pero la tierra lo agradece, porque llega un momento en que se cansa y deja de producir”, cuenta Carolina.

El resto del proceso lo pueden ver sus visitantes: en máquinas viejas ponen los cafés maduros recolectados, que son los de color rojo, que dan mayor suavidad y dulce al producto final, para separar la cáscara del grano. Estos últimos quedan un día lavándose en agua, para luego ser separados según su calidad. Los granos de mayor nivel, los más grandes y pesados, quedan al fondo, esos son los de tipo exportación, y los otros flotan.

Maquinas para separar la cáscara del grano de café.

De acuerdo a su nivel 1, 2 o 3 son ubicados en el área de secado al sol, de ese grano seco Carolina llega a recoger hasta 150 mil kilos al año. Ahí termina el proceso para más del 90% de los caficultores del país, pero el valor está en tostarlo, el proceso previo al consumo. Ese es el que busca recuperar Belly Valencia con capacitaciones finca a finca con chapoleras y mujeres extensionistas (dinamizadoras de procesos de producción).

Zona para separar los granos de café por flotación según su calidad. Zona para secar al sol el grano de café.

Su idea surgió cuando, después de haber estudiado una profesión en Bogotá, se dio cuenta que había perdido su propia identidad. “Un amigo un día me pidió que le preparara una taza de café y caí en cuenta que no sabía hacer café, pese a ser criada en finca y a venir de una familia netamente caficultora”, cuenta Belly. Ahí comenzó su interés y, en medio de la pasión que adquirió por el producto fue diagnosticada con una arritmia cardiaca.

“Pensé que acababa todo ahí, justo cuando aprendí a apreciar mi esencia y la de mi familia, la de mi región. Me metí entonces en otra investigación para descubrir las propiedades en la salud del café: sirve para la prevención cardiovascular, el hígado graso, la diabetes tipo 2, tiene antioxidantes”, detalla Belly. El café se convirtió en una receta médica para su propia condición de salud, y su cardiálogo en su socio. Juntos montaron Cardio Coffee, un local que resalta estas propiedades.

Belly Valencia, caficultora.

En su café, ubicado en el corazón urbano de Chinchiná, Belly vende el producto de 14 familias del municipio a quienes les enseñó a tostar el grano seco para poder vender a un mejor precio. “Con un grupo de chapoleras a las que hemos capacitado buscamos rescatar las tradiciones cafeteras, los rituales del café, como es la tostión artesanal en fogón de leña o en sartén. Y la gente que llega a mi café conoce de qué finca salió la bebida que se toma, cuál es su altura, su ubicación”, asegura.

Muchos pequeños caficultores desconocen el sabor de su propio producto, porque es ya tostado cuando se consume, y a ese proceso no llegan muchos. Por eso, tanto Carolina como Belly buscan implementar ese proceso en las tierras de Chinchiná para promover lo que se conoce como ‘café de autor’, y que el consumidor lo compre directamente a los campesinos, y no a las grandes empresas. Así, han contrarrestado la crisis cafetera mundial.

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