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La planta eléctrica de Bilbao: una historia de desarrollo y sentimiento en el Tolima

Transportada en un helicóptero, la planta llegó a este centro poblado para alumbrar, por casi 20 años, una veintena de casas. Hoy en día es considerada un monumento.
Cenuver Giraldo

La planta eléctrica llegó a Bilbao en 1965 en un helicóptero de la policía, nadie sabe con certeza desde donde la trajeron, lo cierto es que se necesitó de la fuerza de por lo menos diez hombres y los gritos de ánimo de las mujeres del pueblo para poder ubicarla en el pedestal del parque de este centro poblado de Planadas, Tolima, donde los habitantes decidieron ponerla como símbolo del progreso que ha tardado cerca de 100 años en llegar.

Desde niña, Marleny Leyton recuerda haber visto en funcionamiento la planta que en esa época iluminaba la veintena de casas que componían el caserío. Llegó con su familia a finales de los sesenta cuando en Chaparral los alcanzó la violencia del 48. De “sangre liberal y completamente católica” como la describe, la familia de Marleny tuvo que desplazarse a un lugar más seguro como lo hizo a finales de los años 20 su tío José Julián Reinoso Méndez (Julio Reinoso), uno de los fundadores de Bilbao.

“Llegamos el 23 de julio de 1929”, narraban los escritos del tío Julio, quien como describe Marleny, tenía por costumbre registrar las fechas importantes. En su libreta se encontraba el día del nacimiento de cada niño y de cada animal en el poblado.

Esa curiosidad que de niña sentía Marleny por la historia la llevó a encontrar un libro misterioso, “era un libro escrito a mano de pasta muy gruesa, de hojas muy gruesas” señala. “Camarada, llegaron unos campesinos y están necesitando un presupuesto para un pueblo que piensan ellos construir y quieren darle el nombre de tres esquinas. ¿Qué presupuesto habrá disponible o cómo le ayudamos a estos campesinos para hacer este pueblo?” narra con precisión como si estuviera leyendo.

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“Mi querido camarada, pues plata no hay pero que se consigue, se consigue, y les ayudamos, ojalá que sea gente honesta, trabajadora y que no hagan mal, que solo quieran trabajar y vivir bien”, fue la respuesta a aquellos escritos que Marleny guarda en la memoria pues llegó el momento en que el pueblo tuvo que borrar con fuego cualquier rastro de su procedencia liberal y cualquier relación con las guerrillas campesinas que nacieron en esta zona del sur del Tolima.

Siendo joven, el papá de Julio Reinoso viajó a las laderas de aquella zona montañosa de la cordillera central, las mismas tierras que colonizó su hijo junto a Helena Ramos y otras dos parejas compuestas por Tiberio Castro y Clementina; y Roberto Masmela Padre y la señora Trina. Fueron quince días de camino los que les llevó el viaje desde Chaparral por la ruta Rioblanco. Allí construyeron las primeras cuatro casas de madera.

Aprovisionarse también demandaba de amplias jornadas de caza, caminata y arriería. Al principio, la sal la traían desde las minas de los indígenas cerca al páramo del Nevado del Huila; la carne era la de las dantas, osos, jaguares y venados que abundaban en la región.

“Salían el lunes y volvían el viernes con las mulas cargadas de jabón, manteca, un poco de arroz y velas”, cuenta Luis Bocanegra, otro de los habitantes de Bilbao. En ese entonces no conocían la papa y el arroz se comía solo en las fechas especiales.

Antes de la llegada de la planta eléctrica, las velas fueron la primera fuente de luz que acompañaba el inicio de las noches, los más pudientes tenían lámparas de petróleo y poco después fueron las lámparas Coleman. Fue a principios de los 60 que en la pista aérea de Bilbao, construida por la empresa Aerotaxis, aterrizó una aeronave con un motor Lister Diesel que alimentaría desde las seis de la tarde hasta las nueve de la noche los bombillos de las casas.

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“Ese es un aparato que tiene mucha historia, le ha dado mucha, mucha felicidad al corregimiento de Bilbao”, exclama Wilfredo Lauthger, influenciador de Planadas. Wilfredo se refiere a las ferias que celebraban los pobladores de Bilbao durante cada época especial de San Juan y San Pedro.

“La alegría fue inmensa porque las ferias se mejoraron demasiado”, cuenta Luis Bocanegra mientras recuerda la única calle que había en ese momento, iluminada por destellos de luz y acompañada por la música de guitarra y las voces de los cantantes quienes a pulmón amenizaban las fiestas de ese entonces. “Algunos compraron televisor, licuadora y plancha”, narra.

Desde la montaña, Marleny sabía que eran las seis de la tarde porque podía ver las luces en un pequeño montón iluminando Bilbao. A esa hora exacta empezaba Kalimán, la novela que escuchaban en la radio de pilas de un vecino.

La planta funcionó por alrededor de veinte años hasta que sufrió una avería a finales de los setenta. Fue con la ayuda que brindó el general José Joaquín Matallana, que la planta pudo ser trasladada en un helicóptero del Ejército para ser reparada y puesta en funcionamiento por otros años, hasta junio de 1986 cuando entre la euforia de la gente se encendió el alumbrado público para recibir las fiestas de mitad de año.

“La gente se enloqueció de alegría cuando vio que eso alumbró, porque nunca consideramos que íbamos a tener la energía que hoy tenemos”, recuerda Luis.

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La fiesta se extendió por tres días continuos. En todo el pueblo mataron gallinas y cerdos, prepararon tamales y los hornos de leña se encendieron para asar las lechonas que compartieron con todos los pobladores; las personas bajaron desde las fincas a pie o caballo, las mujeres se pusieron los mejores vestidos y los hombres se dotaron de camisas y sombreros para engalanar las noches de festejo. Hubo toreo, cabalgata, vinieron grupos musicales y hasta se hizo un reinado con las muchachas del pueblo.

El sentimiento de optimismo por la llegada del desarrollo a ese lejano pueblo de la cordillera tenía a los niños jugando en las calles a altas horas de la noche mientras los adultos bebían licor hasta perder la conciencia. Muchos despertaron al cuarto día con los bolsillos sacudidos o los despertó el sol rayando el mediodía.

Hoy, Bilbao ha cambiado mucho, “la fuerza bruta” como señala Luis Bocanegra, ya no se usa para descascarar el café, en su lugar, cada quien tiene en la finca un dinamo, muchos tienen moto en lugar de caballo, tienen televisores, lavadoras y neveras. Cuando se va la energía “la gente se desespera que se les va a enfuertar la carne”, dice entre risas don Luis.

A Bilbao le faltan muchas cosas, carreteras en mejores condiciones de mantenimiento, mejor acceso a internet, incluso, falta que la energía llegue a algunos lugares. Pero mientras eso ocurre, la planta Lister Diesel que contribuyó al desarrollo del pueblo, la misma que no han querido vender ni por un millón de pesos y que si quisieran, pueden poner a funcionar con la misma potencia de hace 35 años cuando la dejaron abandonada, fue restaurada como parte de una acción autónoma en el marco de la estrategia “Tejiéndonos”, de la Unidad para las Victimas y puesta en un pedestal en el parque central por los mismos habitantes.

El “Monumento a la memoria y al desarrollo del progreso”, como decidieron llamarlo, posa al lado de la Virgen de la Inmaculada Concepción que en otrora había perdido sus brazos en medio de un combate entre grupos armados, y allí permanecerá como símbolo histórico del pueblo desarrollado que, en otra época, habían soñado los fundadores.

“Para nosotros los que aquí nacimos, para los que conocemos la historia, (la planta) no tiene un valor económico, pero si sentimental”, concluye Marleny.

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