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Atentados del 9-11: Michael Lomonaco, el chef que se salvó gracias a sus gafas

Michael Lomonaco trabajaba en el prestigioso restaurante Windows on the Word, ubicado en el piso 107 de la torre norte.
Fotos: AFP
Radio Nacional de Colombia y AFP

El 11 de septiembre de 2001, alrededor de las 8 a.m., Michael Lomonaco no fue directamente al piso 107 de la torre norte del World Trade Center, donde era el chef del restaurante Windows on the World, uno de los más prestigiosos de las Torres Gemelas que recibía diariamente a cientos de visitantes atraídos por la majestuosa vista que ofrecía.

"Mis gafas estaban rayadas y necesitaba unas nuevas. Entonces, en lugar de dirigirme al elevador del World Trade Center, decidí, ya que era temprano, que iría a la tienda de anteojos y vería sí podrían arreglarlas", cuenta.

El poco tráfico –inusual en Nueva York- de aquella mañana, que le permitió llegar más temprano de lo habitual, y esas rayaduras en sus gafas, terminarían por salvarle la vida. Minutos antes de salir de la tienda donde estaban arreglando sus lentes, 8:46 a.m. exactamente, sintió el impacto del Boeing 767 golpeando la torre donde trabajaba. El vuelo 11 de American Airlines que había despegado desde Boston con destino a Los Ángeles, fue secuestrado por cinco yihadistas.

"Estaban revisando mis anteojos. Y mientras estaba sentado en la silla, sentí ... sentí el impacto. Sentí el impacto en la planta baja. En la pared que quedaba detrás de mí estaba el metro. Y pensé, 'Eso no puede ser un tren subterráneo. Y fue entonces cuando se apagaron las luces ", recuerda.

En el restaurante trabajaban 450 personas, esa mañana, 79 empleados, un guardia de seguridad, seis trabajadores de construcción y decenas de clientes quedaron atrapados en la cima. Nadie sobrevivió.

"Cuando nos evacuaron caminé hasta la intersección de dos calles, Chambers Street y Church Street, que están al norte del World Trade Center. Desde allí, pude ver el daño que se había hecho a la torre número uno. Podía ver lo que pasaba desde la calle, podía ver gente agitando manteles y pañuelos desde las ventanas del restaurante y fue horrible, fue terrible ", expresó, casi que con lágrimas en los ojos.

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En ese momento, Lomonaco y otros cientos de personas creían que se trataba de un accidente aéreo, pero a las 9:03 a.m. cuando el vuelo 175 de United Airlines con 60 pasajeros y tripulantes, además de cinco terroristas, que había despegado de Boston con destino a Los Ángeles impactó la torre sur, todo cambió.

Miles de ciudadanos entre los pisos 77 y 85, que ya se encontraban desalojando el edificio, murieron al instante, otros cientos quedaron atrapados pisos arriba intentando bajar por las escaleras o los ascensores.

"Nuestros colegas que estaban atrapados en los pisos 106 y 107 estaban llamando al 911. Estaban llamando al número de emergencia furiosamente. Hay muchas, muchas llamadas telefónicas a la policía y al departamento de bomberos, pero lastimosamente nadie podía hacer nada", dice Lomonaco.

Con la mirada desviada y un gesto desconcertante en el rostro, sigue recordando cómo “por arte de magia” los edificios, símbolo del poderío económico estadounidense, comenzaron a desaparecer entre enormes estelas de humo, la hermosa mañana de martes que adornada Manhattan, en cuestión de una hora se convirtió en un apocalíptico escenario. La torre sur (segunda en ser impactada) se desplomó en 10 segundos, matando a más de 800 civiles y rescatistas que estaban en la zona. Por su parte, la torre norte (la que tenía una antena) colapsó a las 10:28 tras arder en llamas durante 102 minutos.

"Cuando las vi caer empecé a hacer una lista mental de todas las personas que podrían haber estado en el restaurante esa mañana. Me estaba aplastando solo de pensar en quién estaba allí y quién no (…) no supimos, en realidad durante días, cuál era el número de víctimas”, recuerda.

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Dos décadas después, desde su actual restaurante, Porter House, el chef sigue viviendo en Nueva York, trabajando en lo que, para él, es el legado de sus compañeros, un oficio con el que los honra y mantiene viva la memoria de quienes perdieron la vida en los fatales sucesos.

"Eso no solo sigue siendo una parte de mí, se convirtió en una parte de mí. No es una parte que quisiera eliminar, cortar. Ya sabes, ahora es parte de lo que soy, que llevo conmigo el recuerdo de personas de alguna manera. Y es una obligación ... una obligación de recordarlas, de honrarlas ".

Lomonaco, de 66 años, sigue siendo uno de los chefs y restauradores más prestigiosos de Manhattan, quien a través de sus recetas agradece al destino por haberle dado una segunda oportunidad y con las que además, recuerda día a día a quienes compartieron con él ‘la ventana del mundo’.

"No fue mi destino esa mañana. Fue mi suerte haber sobrevivido. Y no lo cuestiono. Lo acepto. No juego. No juego a las cartas. Ya sabes, tenía mi parte de suerte y estoy agradecido. Estoy agradecido", finalizó.

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