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“La fotografía me enamoró de Colombia y el país me enamoró de la fotografía”: Filiberto Pinzón

El reconocido fotógrafo bogotano ha recorrido más de 1.200 municipios plasmando con su cámara la vasta riqueza natural y cultural del país. Un privilegio y un regalo, dice.
Yaneth Jimenez Mayorga

Desde el momento en que tuvo la primera cámara en sus manos, hace más de 42 años, Filiberto Pinzón Acosta supo que su destino estaba en la fotografía, y aunque de niño soñaba con ser veterinario, pronto entendió el llamado que le hizo el “dueño de la vida” a retratar con su lente los paisajes, los rostros, la arquitectura, la gastronomía, la fauna y flora y toda la riqueza de un “paraíso llamado Colombia”.

Nacido en Bogotá, criado en Chaguaní (Cundinamarca), hijo de padres desplazados por la violencia bipartidista, ‘Fili’ -como cariñosamente lo llaman quienes lo conocen- ha dedicado su vida profesional a mostrar a través de sus fotografías la otra Colombia, dice. “Esa Colombia llena de gente linda, esa Colombia alegre, esa Colombia echada pa´ lante, esa Colombia que enamora al extranjero, esa Colombia campesina, noble, amorosa, generosa, esa Colombia rica en recursos naturales, esa Colombia resiliente que a pesar de las dificultades se mantiene en pie”.

A la fecha, calcula, ha recorrido más de 1.200 municipios y pueblos del país, lugares a los que considera los mejores cómplices de ese romance eterno que mantiene con su cámara, y la inspiración para seguir descubriendo el encanto de un tesoro llamado Colombia.

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Filiberto Pinzón, fotógrafo colombiano

“El camino recorrido me ha permitido ver que, aunque muchos colombianos aman al país, lo visitan, otra gran parte desconoce o no le dan el verdadero valor a esa increíble riqueza natural y cultural que tenemos, una riqueza que yo creo debe ser plasmada en imágenes, y a través de ellas en los corazones de todos porque este país es un regalo. Somos unos privilegiados”, afirma el también creador de ‘El rollo de Fili’, programa de televisión que se emite por Citytv, nominado a los premios India Catalina en la categoría de mejor programa de innovación en el 2015.

Colombia, recalca, es un país mágico. Por eso ama despertar temprano para captar los más bellos amaneceres como los de Bogotá, Honda, Guaduas, Salamina, o La Guajira, y esperar pacientemente la puesta de sol de los Llanos Orientales, Mompox (Bolivar), o asombrarse ante el verde esmeralda del pacífico chocoano, la pureza del agua de quebradas como la de San Cipriano en el Valle del Cauca o la riqueza hídrica de Villagarzón en el Putumayo.

“Una de las experiencias más valiosas y al tiempo más dura fue la travesía por la Sierra Nevada de Güicán en el Parque Nacional Natural del Cocuy, la que recorrimos con un grupo de profesionales durante nueve días bajo un frío inclemente. Los pies se me congelaron, el frío se concentró en mi cuerpo, por lo que decidí no volver a bañarme hasta el regreso al pueblo. Eso me enseñó que de las cosas difíciles también se aprende”, apunta.


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Diversidad que enamora

Fili adora adentrarse (y por supuesto plasmar en fotos) en las cantinas de los pueblos para vivir la alegría de los habitantes de pueblos como Jardín y Jericó (Antioquia), Aguadas (Caldas) o en su querido Chaguaní; disfrutar las sonrisas de gente auténtica y soñadora como las de los habitantes de Nuquí, Pizarro y Capurganá en el Chocó, o Monguí (Boyacá); reírse a carcajadas con las historias de los pobladores de Lorica (Córdoba), Barranquilla, Santa Marta, o Ciénaga (Magdalena) en la Costa Caribe; y fotografiar las manos laboriosas de los campesinos.

“Uno podría pensar que al ser grande la mano del campesino o tener callos, su saludo es fuerte, y no. Todo lo contrario, es suave, tierno, amable. Su sonrisa, auténtica. Muchos de ellos le dicen a uno: “disculpe el ranchito”. Ve uno el ranchito y es un hogar hermoso, un espacio lleno de amor, sinceridad, de memoria plasmada en esas fotos de los abuelos en blanco y negro colgadas en las paredes, en la estufa de leña que emana ese aroma a naturaleza; donde el perro, el gato, el burro, los pájaros conforman una especie de Arca de Noé. Todos esos son los cuadros de esa Colombia bonita, valiente”, apunta.

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Las cocinas de los ranchos campesinos hacen parte de los momentos que más atesora en sus imágenes y en su corazón. “Metérsele” a explorar y probar los más exquisitos tintos y viandas como las que le han ofrecido en Filandia y Buenavista (Quindío), Ráquira (Boyacá), o en los Llanos Orientales; o deleitarse con las preparaciones de pescado a la orilla del río en Lorica o en Honda; probar platos típicos y diferentes como el rondón de San Andrés Islas o la morcilla de chócolo en Pitalito (Huila), exquisiteces como el arroz de leche de Tuluá o los fritos de la costa Caribe.

Retratar las asombrosas ballenas y los juguetones delfines de las aguas del Chocó, la imponencia de los caballos y la fuerza del ganado de los Llanos Orientales, el colorido de las alas de miles de especies de aves que abundan a lo largo y ancho del país, el aletear de las mariposas en el Chocó, en Muzo (Boyacá), en las selvas del Amazonas o en el Jardín Botánico del Quindío son la evidencia de esa enorme fauna del país.

“Una de la cosas que más admiro es esa diversidad de nuestra arquitectura, una mezcla de las formas de construcción indígena - como en la Sierra Nevada de Santa Marta-, colonial -patente en las calles y construcciones de Barichara, Popayán, Tunja, Pamplona y Villa de Leyva-, republicana -como el Capitolio Nacional, la Catedral Primada o el Museo Nacional en Bogotá- o la arquitectura religiosa de iglesias como la de Jardín (Antioquia), San Ignacio en Bogotá, el Santo Ecce Homo en Boyacá, el conjunto religioso de San Pedro Claver en Cartagena o el convento del desierto de la Candelaria en Ráquira, Boyacá”, acota Fili.


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Un romance eterno

Para Filiberto Pinzón, su vida profesional ha sido una aventura colmada de los regalos del “dueño de la vida” como siempre manifiesta. Entre ellos, la cámara, su novia eterna. “Desde mi primera salida al desierto de Sabrinsky en Mosquera (Cundinamarca), la cámara ha sido mi compañera permanente, la que conoce mis secretos, la que me respeta, la que me guía para lograr la mejor imagen, el mejor ángulo, la mejor expresión. Tenemos una comunicación hermosa. Valoro las nuevas tecnologías y el uso de los dispositivos móviles porque han democratizado la fotografía y nos permiten muchas cosas, pero el amor entre la cámara y yo es incondicional”, apunta.

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Aún Fili recuerda esa primera foto que tomó a una madre de pajarito dando alimento a su pichón con la cámara de película Canon AE1, y la primera foto digital tomada a un niño en medio de un atardecer en Taganga, imágenes con las que inició su propósito de vida: recorrer Colombia, quererla, amarla, respetarla y mostrarla a sus paisanos y al mundo.

“Yo soy un bendecido porque he tenido la oportunidad de aprender de personas como el maestro de la fotografía Nereo López, de haber trabajado durante casi 40 años en la Casa Editorial El Tiempo, de recorrer la geografía nacional, de recibir por donde voy el cariño de la gente y el apoyo de colegas y compañeros, lo que a la vez representa también una gran responsabilidad. Gracias a la fotografía y al haber nacido en este país hoy puedo decir que soy orgullosamente colombiano y un hombre muy feliz en mi profesión. La fotografía me enamoró de Colombia y el país me enamoró de la fotografía”, afirma.

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