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Nuevos nombres del jazz en Colombia: Jonathan Rodríguez

Jonathan nos contó cómo llegó al jazz y sobre el universo de sus influencias musicales.
Foto: Jonathan Rodríguez
Luis Daniel Vega

Pese al estado de inmovilidad, cierta atmósfera pesimista y que retornar a los escenarios cada vez se ve más lejano, la música se abre campo aún en el contexto más desolador. Es el caso de la propuesta del pianista bogotano Jonathan Rodríguez, quien en 2020 debutó con ‘Denuedo, inventario y nostalgias’, un disco que deja al descubierto uno de los nuevos nombres del jazz nacional.

Jonathan nos contó cómo llegó al jazz, el universo de sus influencias musicales y los pormenores de su apuesta sonora.

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La formación y las influencias

«Si mal no recuerdo fue en 2003, cuando estudiaba Antropología en la Universidad Nacional de Colombia, que descubrí el jazz a través de la radio capitalina: escuchaba con atención la música que emitían en franjas como Jazz la Hora, de UN Radio, Los Magos del Swing, de la antigua Radiodifusora Nacional y Jazz, de la HJCK, el legendario programa de Roberto Rodríguez Silva. Ese año asistí por primera vez a Jazz al Parque. Esos dos días de jazz en vivo fueron una autentica revelación. No creía posible tanta libertad, complejidad y sinergia juntas. Luego de la fascinación llegaron las dudas en relación a mi vida profesional. Poco a poco entendí que el jazz era la excusa que necesitaba para considerar dedicarme por completo a la música.

» Fue así que decidí dejar la antropología y, de ceros, empecé a estudiar piano en la Escuela Fernando Sor. Allí tuve la fortuna de estudiar con profesores increíbles como  Juan Carlos Padilla, Óscar Acevedo y Ricardo Uribe. Luego de unos años intensos, en los que conocí a grandes amigos, decidí continuar mi formación académica en la Universidad Javeriana de Bogotá donde mi maestro de piano fue Holman Álvarez. Puedo decir que, más allá de las fuentes de segunda mano, he tenido la fortuna de vivir el jazz junto a músicos de carne y hueso. Esto quiere decir que he tenido el privilegio de estudiar y compartir con algunos de los protagonistas de una escena rica en estéticas y de calidad elevada:  Kike Mendoza, Ricardo Narváez, Richard Narváez, Santiago Botero, Jorge Sepúlveda, Adrián Herrera y Néstor Vivas son algunos de esos nombres.

» Por supuesto que en este viaje he encontrado referencias foráneas que me han influenciado en la construcción de mi propio sonido. Es inevitable no tener tener en la mirada a los próceres de esta patria musical: Bill Evans, Thelonius Monk, Kenny Kirkland, McCoy Tyner, Joey Calderazzo, Muhal Richard Abrams, Cecil Taylor, Miles Davis, John Coltrane, Charlie Parker, Duke Ellington y Herbie Hancock. Este último es el músico que más ha inspirado mi oficio. Admiro la manera como él construyó su lenguaje mediante la inclusión de varios elementos provenientes de lugares muy distintos como el blues y el soul de Chicago de mediados del siglo pasado, la música de Ravel y el piano clásico, las vanguardias de finales de los años sesenta -incluyendo rock, funk e improvisación libre- y las músicas comerciales de los setenta y los ochenta como el hip hop. Destaco especialmente ‘River: the Joni letters’ (2008), que, a propósito, está muy presente en mi disco. 

» De igual manera, es muy importante decir que el jazz no es lo único presente en mi radar sonoro. Al ser un músico bogotano que está inmerso en una ciudad carente de folclores propios -pero nutrida por una gran variedad de expresiones musicales nacionales y extranjeras que confluyen en un mismo lugar- las fronteras pierden sentido y convergen en el mismo espectro sonoro: The Police con Antonio Arnedo, Luis Alberto Spinetta con Gualajo, Radiohead con Bituin, el Grupo Niche con Juan Pablo Vega, Brina Quoya con Totó La Momposina».

Poesía e improvisación al servicio de la catarsis 

« En 2018 hice parte de la música original de ‘La vida querida’, un documental que resalta la importancia del proceso de paz en las comunidades rurales, las más afectadas en la historia de nuestro conflicto armado. Me dieron a cambio dos sesiones de grabación en los Estudios Ático. Decidí emplearlas en la grabación de ‘Denuedo, inventario y nostalgias’ mi primer disco que, como su nombre lo indica, es un catálogo de viejas composiciones que se habían quedado guardadas, quizás esperando el momento preciso para liberarse. Tomé entonces algunas piezas incluidas en ‘La vida querida’, otras de la banda sonora del cortometraje ‘La jaula de los pájaros’, incluí canciones que alguna vez compuse para una malograda agrupación de rock llamada Art&Soul y retomé parte del repertorio que tocaba con Denuedo Jazz Trío, un proyecto que había empezado años atrás y que había postergado.  

» Con este disco me di la licencia de rescatar del olvido músicas que finalmente le dieron forma un álbum conceptual que, asimismo, contrasta con el afán contemporáneo de de los sencillos en las plataformas digitales. Lo grabamos en vivo, sin nada de maquillajes. Esto con la intención de privilegiar la espontaneidad, la sencillez,la intuición y la interacción de los músicos –mujeres y hombres- que participaron en ella. 

» Más allá del jazz, acá hay canciones. De hecho, el punto de partida fue la palabra como recurso estético y la voz humana como instrumento sonoro. Pienso que la música es un vehículo para transmitir mensajes e ideas de muchas maneras posibles y que, por lo tanto, no es un fin en sí misma. De manera que estas canciones me han permitido pronunciar sentimientos, emociones y pensamientos que no logré decir de otra forma: poesía e improvisación al servicio de la catarsis. Algo que he aprendido de estos tiempos extraños es la importancia de expresar con denuedo música, y poesía. Estas letras y canciones son una reivindicación de la tristeza y la nostalgia. Gabriel García Márquez, hablando de la nostalgia, escribió en el ‘Amor en los tiempos del cólera’: “La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a este artificio logramos sobrellevar el pasado…”. Necesitamos mucho de eso en este mundo enrarecido».  

Disposición para el riesgo

«La adaptación de las composiciones que hacen parte del disco tienen como eje la voz y el piano como dispensador, hábitat y antítesis del espectro vocal. Pero ese nicho sonoro se amplía y acentúa integrando el bajo y la batería. En el camino hubo una doble elección orquestal: conformé dos cuartetos integrados por músicos que aportaban diferentes puntos de vista. Así suene obvio, busqué colegas con quienes me he sentido a gusto tocando en otros contextos y proyectos. Hay dos virtudes que admiro mucho, que son comunes en todos estos personajes: una de ellas es su manera de escuchar y responder a lo que escuchan. Es un sentido de interacción indispensable para construir e improvisar desde lo colectivo, con la música en tiempo real, como fue hecha esta grabación. La segunda característica que compartimos es la disposición para el riesgo: saben navegar en el mar de la incertidumbre sin temor a la imperfección.

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» En relación a las voces, encontré en Ana Milena Lozada y Daniela Franco la sensibilidad y la apertura necesarias. Ellas van y vienen entre la improvisación libre, el swing, el pop, el rhythm & blues, el uso de técnicas extendidas de la voz como instrumento y la recitación experimental. Con ellas a la cabeza logré conformar los cuartetos: el primero, más volcado a lo acústico, integrado por Daniela en la voz, Daniel de Mendoza en el contrabajo y Sergio Sotelo en la batería. Por su parte, el segundo es más eléctrico. Allí están Ana Milena en la voz, Fabián Carvajal en el bajo y Sebastián Viancha en la batería. Todas y todos hacen parte de una nueva generación de creadores e intérpretes bogotanos que gravitan sin prejuicios en muchos lugares sonoros y le apuestan a la belleza espontánea».

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