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Juego de Negros en el Carnaval de Pasto: un momento para ‘untarse’ de alegría

Este juego fue el primero que se incorporó al Carnaval, una tradición que llegó en época de la Colonia.
Foto: Colprensa
Sandra Eraso

El Carnaval de Negros y Blancos de Pasto es uno de los patrimonios culturales más importantes del país, lleva la esencia de tres tradiciones: indígena, africana e hispana, constituyéndose en una celebración cultural mediada por el juego, el contacto entre el que da y el que recibe.

Y es la lúdica, como componente importante de la fiesta, lo que le da en gran parte el valor patrimonial, evidenciándose que, “el primer juego que se incorpora al carnaval es el de negros, este llega en época de la colonia, entra por la parte norte del departamento desde el Cauca, luego en el año 1912 se crea el juego de blancos y así se tienen las dos expresiones que le dan el nombre al carnaval”,expresa el investigador Javier Vallejo Díaz.

Dentro del Carnaval de Negros y Blancos, el 5 de enero los pastusos portando su ropa carnavalera salen de sus casas al encuentro del juego. Llevan tarritos de plástico con cosmético negro con el que untan a quienes encuentran a su paso, cuando todos los habitantes de Pasto salen en busca de “una pintica, por favor”.

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Este es el pretexto para crear modalidades del juego de negritos: el juego caricia, el tatuaje, la mano negra marcada en los rostros y la “operación pupo”. Así, de pintica en pintica la ciudad se torna de un solo color: el negro.

El maestro Óscar Chicaíza, hijo del reconocido artista de carrozas Ignacio Chicaíza, recuerda que en “La operación pupo, cuando se reunían entre grupos de personas y cogían a alguien a la fuerza entre todos, le alzaban la camisa y le echaban cosmético en el ombligo, así apareció la operación pupo”.

Convirtiéndose el cosmético en el protagonista de la fiesta, en el pretexto para la pintica, la caricia, la mano negra, así en días de carnaval el 5 es sinónimo de lúdica y gozo a través del juego de “untarse” la cara, las manos y el cuerpo de negro.

De acuerdo al análisis compartido por el realizador de cine Camilo Pinilla, integrante del grupo de investigación Cátedra Carnaval de la Universidad de Nariño, en tiempos de Carnaval todos los procederes son admitidos, donde el juego es el pretexto que lo permite, vigila y regula los encuentros en las plazas, esquinas, calles de la ciudad, “La cultura nace y se forja en forma de juego y es así como las comunidades expresan la visión de la vida y su concepto del mundo, el patuso juega carnavales y desde el juego construye su identidad y el sentido de ciudad.”

Jugar es entretenerse y encontrar el espacio propicio para trasgredir la cotidianidad hasta ahora rígida y seria. El carnaval invita a sentirse niño otra vez con elementos representativos que en la edad temprana arrancaron diversión, alegrías y gritos que ayudan a construir identidad.

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Dentro de este contexto, Pinilla finaliza afirmando que “el juego es importante para la existencia de la dinámica del carnaval, es la conmemoración colectiva más grande y esperada del año, durante este tiempo las jerarquías sociales, la ley, la edad, el estado civil y la religión se dilatan hasta casi perderse para brindarle al jugador la posibilidad de ser igual a los otros, mimetizarse en la multitud esconderse detrás de la máscara y despojarse de las cargas sociales para hacer parte de un proceso de transformación que como una válvula de escape invita al otro a luchar, retar, exhibirse, hacer y no ser, fanfarronear, a tener un encuentro ritual donde el enfrentamiento no deja víctimas sino sonrisas, alegría y la añoranza de otro juego”.

En el Día de Negros no hay desfiles, solo hay lugar, espacio y tiempo para el juego y por eso no existe la fiesta privada, el juego permite el contacto cuerpo a cuerpo, en búsqueda de la próxima complicidad con el otro.

Los enfrentamientos entre amigos, vecinos o compañeros de casualidad son defendidos por la máscara, resultado de pintarse la cara y todo el territorio humano con cosmético negro.

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