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#MásqueFútbol No hay maldad pequeñita que Sací Pereré no haga

Son varias las leyendas que han alimentado al Brasil. Una de las más conocidas es Sací Pereré, un jovén de una sola pierna y sombrero rojo que aparece y desaparece en forma de remolino. Monteiro Lobato rememora a través de este cuento la historia de esta leyenda del  folclore brasileño.

Por Monteiro Lobato

Tío Bernabé era un negro de más de ochenta años de edad que vivía en un rancho cubierto de paja al lado del puente. Pedrito sin decirle nada a nadie fue a visitarlo. Lo encontró sentado con su pie derecho sobre un tronco de madera, en la puerta de su casa y calentándose al sol.

- Tío Bernabé, yo vivo queriendo saber de algo y nadie me dice la verdad. Es sobre Sací… ¿Será que en realidad existe Sací?

El negro se rio con ganas y después de aspirar el humo de la picadura de tabaco, comenzó a hablar:

- Pues, mi querido Pedrito, Sací es una cosa que yo juro que existe. La gente en las ciudades no lo cree, pero existe. La primera vez que yo vi a Sací, tenía tu edad. Eso fue en el tiempo de la esclavitud, en la hacienda de Passo Fundo, del difunto Mayor Teotônio, padre de aquel coronel Teodorico, compadre de su abuela Doña Benta. Fue allá donde vi por primera vez a Sací. Después de eso lo vi muchas veces.

- Cuénteme, entonces, sin rodeos, qué es Sací. Por algo la Tía Nastácia me dijo que el señor sabía- que el señor sabe todo…

- ¿Cómo no he de saber todo, muchacho, si ya tengo más de 80 años? Quien mucho vive mucho sabe…

- Entonces cuénteme ¿Qué es al final de cuentas el tal Sací?

Y el negro, le contó entonces todo, sin rodeos.

- Sací – dijo él - es un diablo con una sola pierna que vaga libremente por el mundo, jugándole bromas de todo tipo y atropellando a cuanta criatura existe. Trae siempre en la boca un silbato encendido y sobre su cabeza una capucha roja. Su fuerza está en la capucha, como la fuerza de Sansón estaba en su cabello. Quién logra agarrar y esconder la capucha de un Sací, logra qué él sea siempre un pequeño esclavo.

- ¿Pero qué bromas es las que él hace? – Indagó el muchacho.

- Las que pueda - respondió el negro. – Agriar la leche, romper la punta de las agujas, esconde las tijeras de las uñas, enreda las madejas de hilo, hace que el dedal de las costureras se caigan en agujeros. Pone moscas en la sopa, quema los fríjoles que se cocinan en el fuego, daña los huevos de los nidos. Cuando encuentra un clavo, lo pone con la punta para arriba para que se entierre en el pie del primero que pase. Todo lo malo que sucede en una casa, siempre es obra de Sací. No contento con eso atormenta a los perros, provoca a las gallinas y persigue a los caballos en el pasto para chuparles la sangre. Sací no hace maldades grandes, pero no hay maldad pequeñita que él no haga.

- Y la gente, ¿puede ver a Sací?

- ¿Por qué no? Yo, por ejemplo, ya vi muchos. Apenas el mes pasado anduvo por aquí un Sací molestándome, por cierto, le di una lección de maestro.

- ¿Cómo fue? Cuéntame…

Y el Tío Bernabé dijo:

- Había anochecido y yo estaba solo en casa, rezando mis oraciones. Oré y en ese momento me dieron ganas de comer crispetas. Fui al horno y escogí una mazorca bien seca. Desgrané el maíz en una cacerola y luego la puse en el fuego y vine para este rincón a fumar un poco. En esto escuché en el patio un sonidito que no me engaña. “Ese va a ser un Sací , pensé para mí mismo. Y así fue.
Al poco tiempo apareció en la ventana un Sací negro como el carbón, de capucha roja y el silbato en la boca. De inmediato me encogí en mi esquina y fingí estar dormido. El miró un lado y luego el otro y por fin saltó adentro.

Luego se acercó poco a poco, llegó cerca de mí, escuchó mis ronquidos y se convenció de que estaba durmiendo. Entonces se apropió de la casa. Revolvió todo cómo una mujer vieja, siempre olfateando el aire con su pequeña nariz. Entre tanto el maíz comenzó a estallar en la cazuela y caminó hacia el fogón. Se puso de cuclillas en el mango de la cacerola haciendo monerías. Estaba “rezando el maíz, como se suele decir. ¡Y adiós crispetas! Cada grano que Sací reza no revienta más, se convierte en piruá.

Luego se metió en el nido de huevos que mi gallina desbaratada estaba calentando en un viejo canasto en una esquina. La pobre gallina casi muere del susto. Hizo cró, cró, cró y voló del nido hecha una loca, más erizada que un propio erizo. Resultado: el Sací rezó los huevos y todos se malograron.

En seguida, se puso a buscar mi pipa, que encontró en una mesa y le puso una brasa dentro y paque, pague, paque, fumo siete veces el humo. Al Sací le gusta mucho el número siete.

Luego me dije a mi mismo “Déjalo ser, cosita malandra, que yo pronto tendré una buena para ti… tendrás que volver algún día y ese día te lo cobraré .

Y así sucedió. Después de mucho cambiar y mover, el “sacisito se fue de una sola vez y yo me quedé armando planes para el día que el regresase.

-¿Y volvió?, preguntó Pedrito

- ¿Cómo no? El viernes siguiente apareció aquí de nuevo las mismas horas. Miró por la ventana, oyó mis ronquidos fingidos y saltó. Revolcó todo en absoluto como la primera vez y después empezó a buscar mi pipa que yo tenía puesta en el mismo lugar. Puso la pipa en su boca y caminó hacia el fogón a buscar una brasita que trajo saltando entre sus manos.

- ¿Es cierto que ellos tienen huecos en las manos?

- Es cierto, sí. Tienen las manos ahuecadas en el centro, justo en la palma, cuando cargan las brasas viene jugando con ellas haciéndolas pasar de una mano a la otra por el agujerito. Trajo la brasa, la puso en la pipa y se sentó con toda calma a fumar con las piernas cruzadas.

- ¿Cómo? - Exclamó Pedrito con los ojos desorbitados. - ¿Cómo cruzó las piernas, si Sací solo tiene una pierna?

- Oh, muchacho, no te alcanzas a imaginar cómo es Sací de travieso... Tiene una pierna, sí, pero cuando quiere cruzar las piernas ¡lo hace como si tuviera dos! Estas son cosas que sólo él entiende y que nadie puede explicar. Cruzó las piernas y empezó a tomar algunas bocanadas, una tras otra, muy satisfecho de la vida. Pero, de repente, ¡zas! una ráfaga y una nube de humo... Luego el Sací se sacudió violentamente tanto que aterrizó muy lejos saliendo por la ventana.

Pedrito hizo cara de quién no entiende.

-Pero ¿qué fue ese golpe? – Pregunta. – No lo entiendo.

Porque yo había puesto pólvora en el fondo de la pipa – exclamó el Tío Bernabé, soltando una carcajada- La pólvora explotó justo cuando estaba aspirando la fumada número siete y el Sací, con rostro quemado, se marchó para nunca más volver.

- ¡Qué lástima! - Exclamó Pedrito. – Tenía muchos deseos de conocer a ese Sací.

- Pero no hay un solo Sací en el mundo muchacho. Este ya se fue y nunca más aparece por esta parte, pero ¿cuántos otros no andan por ahí? Apenas la semana pasada apareció uno en el pastizal de Quincas Teixeira. Él le chupó la sangre a esa yegua baya que tiene una estrella en la frente.

- ¿Cómo es que chupa la sangre de los animales?

- Muy bien. Hace un estribo en la melena, es decir, da un bucle en la crin del animal para que pueda meter los pies y seguir allí con los dientes en una de las venas del pescuezo chupando sangre, al igual que los murciélagos. El pobre animal se asusta y sale a correr por los campos, corriendo hasta no poder más. La única manera de evitar esto es poner un talismán en el cuello de los animales.

- ¿Un talismán es bueno?

- Es definitivo. Hacer una cruz con el talismán en la frente, para que el Sací hieda a azufre y huya con botas de siete leguas.

***

Tan impresionado quedó Pedrito con esta conversación que a partir de ahí sólo pensaba en el Sací, e incluso comenzó a verlo por todas partes. Doña Benta se burló, diciendo:

- ¡Cuidado! He visto a contar la historia de un muchacho que de tanto pensar en Sací, terminó volviéndose uno…

Pedrito no hizo caso de la historia y un día, llenándose de coraje, resolvió capturar uno. Volvió de nuevo a buscar al tío Bernabé.

- Estoy decidido a capturar un Sací - dijo él- y yo quiero que me enseñe la mejor manera.

El tío Bernabé se burló de aquella valentía.

-Me gusta ver muchachos así. Bien muestra que es nieto del difunto Patrón, un hombre que no tenía miedo de mulas sin cabeza. Hay muchas formas de capturar un Sací, pero la mejor es con un tamiz. Consigue un tamiz en forma de cruz.

- ¿Un tamiz en cruz?- interrumpió el muchacho. - ¿Qué es eso?

- ¿Nunca has notado que ciertos tamices tienen dos bambús más grandes que se cruzan en el centro y sirven para reforzarlo? Mira aquí - y el tío Bernabé enseñaba al niño uno de los tamices que reposaban en una esquina. – Bueno consigue uno de éstos y espera un día de viento bien fuerte, en que haya torbellinos de polvo y hojas secas. Cuándo llegue esa ocasión, vete con mucho cuidado para el centro del torbellino y ¡zaz! Pasa el tamiz por encima. En todos los remolinos hay un Sací dentro, porque hacer remolinos es la principal preocupación de los Sací en este mundo.

-¿Y después?

- Si el tamiz fue bien tirada, el Sací quedó atrapado y es solo con pericia ponerlo dentro de un frasco y taparlo muy bien. No se olvide de hacer una pequeña cruz en el corcho, porque lo que mantiene al Sací en el frasco no es el corcho, sino la pequeña cruz rayada en él. También es necesario quitarle su capucha roja y esconderla muy bien. Un Sací sin capucha es como un cigarro sin humo.

Yo tuve un Sací en un frasco, que me prestaba bien su servicio, pero vino aquí esa mulata fiestera que vive en la casa del compadre Bastião y tanto lidió con el frasco hasta que lo quebró. Soltó entonces su olor a azufre y de un salto con su única pierna se puso encima la capucha roja, que estaba allí en ese clavo, y "¡Adiós, tío Bernabé!".

Después de escuchar todo con la mayor atención, Pedrito regresó a su casa decidido a conseguir un Sací, costara lo que costara. Le contó de su proyecto a Narizinha y discutió largamente con ella acerca de lo que haría en el caso de esclavizar a una de estos terribles diablillos. Después de conseguir una buena cruceta tamiz estaba esperando para el día de San Bartolomé, que es el más ventoso del año.

Le costó mucho aguantar hasta ese día, tal era su impaciencia, pero finalmente llegó, y muy temprano, Pedrito fue a pararse en el patio, tamiz en mano, esperando a los torbellinos. No esperó mucho tiempo uno fuerte se fue formando y se acercó caminando al patio.

- ¡Ya es hora! - Dijo Narizinha. - Aquel que viene seguro tiene un Sací dentro.

Pedrito se acercó de puntillas y de repente, ¡zas! – le lanzó el tamiz encima.

- ¡Lo tengo! - Gritó en el auge de su emoción y apoyándose con todo su peso en el tamiz cerrado. – ¡Tengo al Sací!

La niña corrió a ayudarlo.

- ¡Agarré al Sací! - Repitió el muchacho victoriosamente. – Corre, Narizinha, y tráeme una botella oscura que dejé en el porche. ¡Date prisa!

La chica fue y volvió con rapidez.

- Coloca la botella en el tamiz - ordenó Pedrito a su amiga - mientras yo cierro los lados. ¡Así! ¡Eso!...

La chica hizo lo que le mandó, y con mucho cuidado metió el frasco en el tamiz.

- Ahora toma el corcho de mi bolsillo que tiene una cruz rayada en la parte superior - continuó Pedrito. – Ese mismo, dámelo.

Por la información que le dio el tío Bernabé la información tan pronto como pusieron el frasco dentro del tamiz, el Sací entró en él, ya que como todos los hijos de la penumbra, tiene una tendencia a buscar siempre el lado más oscuro. Así que a Pedrito solo le faltaba taponar el frasco y tirar el tamiz. Así lo hizo, y fue con el aire de la victoria de quien conquista un Imperio, que levantó el frasco para examinarlo y mirar al trasluz.

Pero estaba vacío como antes. Ni sombra del Sací había dentro…

La chica lo abucheó y Pedrito, muy decepcionado, se fue a contarle su caso al tío Bernabé.

-Así es- explicó el viejo negro. - Sací en la botella es invisible. Sólo sabemos que están ahí cuando caemos en el sueño. En un día caluroso, cuando los ojos de la gente empiezan a parpadear de sueño, Sací toma forma hasta que queda perfectamente visible. Es a partir de ese momento que él hace lo que queremos. Mantén el envase bien cerrado, solamente, para garantizar que Sací está dentro de él.

Pedrito, volvió a su casa orgullosísimo de su hazaña.

- Sací está aquí dentro si – le dijo a Narizinha. – Pero es invisible, me explicó el Tío Bernabé. Para que podamos ver a esta caperucita, es necesario tener sueño – y repitió las palabras que el buen hombre negro le dijera.

A quien no le gustó el juego fue a la Tía Nastácia, que le tenía un miedo horrible a todo lo que era misterio y nunca volvió más a la puerta siquiera, del cuarto de Pedrito.

- Dios me libre de entrar en un cuarto donde hay un frasco con un Sací adentro. Créanme… no sé cómo Doña Benta consiente semejante cosa en su casa. No parece un acto de un cristiano…

Traducción Vanessa Vallejo

(LOBATO, Monteiro. O Saci in Obra infanto-juvenil de Monteiro Lobato, v. 2)

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